Cultura, Portada

TORTUGUERO Y EL MEMISO EN ABRIL DE 1844

Por Teófilo Lappot Robles

Los triunfos terrestre y naval de las armas nacionales en abril de 1844, en territorio de Azua, fueron fundamentales para tomar decisiones de impacto histórico.

Antonio Duverge

Esas victorias, minimizadas por algunos, fueron parte de la materia prima que sirvió de  base para que el 19 de ese mes la Junta Central Gubernativa emitiera un decreto mediante el cual la República Dominicana le declaró una guerra total a Haití, por su comportamiento criminal y agresor contra el pueblo dominicano.

Esa decisión trascendental fue tomada, entre otros, por Juan Pablo Duarte, Tomás Bobadilla, Manuel María Valverde, Silvano Pujols, Carlos Moreno, José María Caminero y Mariano Echavarría.

Como marco referencial del tema concernido a esta crónica es deber señalar que Azua fue uno de los primeros pueblos criollos que proclamaron su adhesión a la triunfante causa independentista.

En efecto, en los primeros días de marzo de dicho año fuerzas dirigidas por Antonio Duvergé, Valentín Alcántara y Francisco Soñé vencieron a los conservadores que controlaban la zona, a la cabeza de los cuales estaba el Corregidor Buenaventura Báez, el nieto del cura Sánchez Valverde y heredero de los aserraderos de caoba de nombre Sajona.

Báez, Santana, Bobadilla, y otros de su misma calaña, no creían en la posibilidad de mantener en pie la soberanía dominicana.

Desde antes del 27 de febrero de 1844 los grupos más conservadores, encabezados por los mencionados, estaban en conciliábulos con los agentes consulares franceses Auguste Levasseur y Eustache Juchereaux Saint-Denys para hacer del territorio nacional un protectorado o una colonia de Francia, siguiendo las instrucciones del ministro Guizot, quien desde París movía los hilos de sus papalotes en esta zona del Caribe.

Los antecedentes más cercanos de los primeros hechos de guerra posteriores a la independencia nacional, tales como los ocurridos en Fuente del Rodeo, Cabeza de las Marías, La Hicotea, Azua, Tortuguero y el Memiso, comenzaron a fraguarse el 4 de marzo de 1844, cuando la Asamblea Constituyente de Haití ordenó una marcha armada contra la República Dominicana y 3 días después el presidente de ese país, Charles Hérard, amenazó a los dominicanos con lanzar en su contra “toda la venganza nacional.”

Ante la amenaza proveniente de Puerto Príncipe, en el sentido de que el ejército haitiano pronto llegaría “a paso de carga a Santo Domingo”, el gobierno dominicano decidió nombrar el 7 de marzo de 1844 al general Santana como Jefe de la Armada Expedicionaria en la Frontera Sur, con poderes para reclutar los hombres necesarios para enfrentar a los invasores haitianos.

El comportamiento de Santana, especialmente luego del triunfo encabezado por Antonio Duvergé el 19 de marzo de dicho año en Azua, permitió que la Junta Central Gubernativa, aunque controlada por los conservadores, designara el 21 de marzo de 1844 a Juan Pablo Duarte como segundo jefe militar en el sur, con rango de oficial superior en la alta escala de general con calidad para reemplazar a Santana en el mando, si ello fuere necesario.

Algunos cronistas han señalado que fue una hábil maniobra del sagaz Tomás Bobadilla y Briones, buscando deshacerse de ambos, pues estaba consciente de que dos personalidades tan diferentes difícilmente se pondrían de acuerdo y de su encuentro sólo brotarían enconos.

Pedro Santana estaba aferrado a un incomprensible inmovilismo en Sabana Buey, con una actitud defensiva que avivaba la soberbia de los jefes militares y políticos haitianos, mientras que por el contrario Juan Pablo Duarte estaba deseoso de evitar que la independencia que él había ideado para su patria se derrumbara a los pocos días de haberse logrado.

Por más esfuerzos persuasivos del patricio Juan Pablo Duarte, Santana se mantuvo burlón e intransigente, usando sus conocidos dicharachos y sotorriéndose de las opiniones del hombre a quien el pueblo dominicano le debía en gran medida su libertad.

Para tener una idea de la frustración que entonces vivió Duarte por la actitud de Santana (en quien crecía a cada instante la idea de entregar la soberanía nacional a una potencia extranjera) basta leer su comunicación a la Junta Central Gubernativa, en la cual expresó, entre otras cosas, lo siguiente:

“Hace ocho días que llegamos a Baní y en vano he solicitado del Gral. Santana que formemos un plan de campaña para atacar al enemigo…”

En ese mismo mensaje Duarte, en una evidencia de su determinación de defender la entonces recentina independencia del pueblo dominicano, añadió que la división bajo su mando sólo esperaba las órdenes correspondientes “para marchar sobre el enemigo seguro de obtener un triunfo completo…”

El Memiso

El 13 de abril de 1844 combatientes dominicanos escasos de pertrechos militares se enfrentaron en el sitio llamado El Memiso, de Azua, a centenares de invasores haitianos bien avituallados que formaban parte de dos regimientos comandados por los corones Pierre Paul y Auguste Brouard, que se movían por una amplia franja montañosa del lado oeste del río Ocoa.

Aquel día glorioso, en aquel lugar histórico, los dominicanos utilizando con sorprendente habilidad principalmente guijarros y peñascos derrotaron al veterano ejército ocupante y provocaron una nueva desbandada entre los enemigos.

Los principales héroes del combate de El Memiso fueron Antonio Duvergé, Cherí Victoria y Felipe Alfau. Junto a ellos se bañaron de gloria decenas de dominicanos que expusieron sus vidas en defensa de la soberanía nacional.

Los partes militares de entonces consignaron que el triunfo en El Memiso permitió que los puntos cercanos ocupados hasta entonces por los haitianos volvieran a poder de los dominicanos, entre ellos La Cañada Cimarrona, El Portezuelo y La China.

A pesar de ese triunfo resonante el día después Tomás Bobadilla y Briones, en su condición de presidente de la Junta Central Gubernativa, recibió una comunicación de Pedro Santana cargada de pesimismo sobre las posibilidades de que los dominicanos pudieran resistir las embestidas de los haitianos. En realidad era una especie de carta marcada de un socio a otro.

Pedro Santana Familias, también conocido con el alias de El Chacal de Guabatico, auguraba un rotundo fracaso a las armas nacionales.

Era otra demostración de su nefasta visión negativa sobre el valor del pueblo dominicano para sostener su independencia.

En una confesión de un anti nacional a otro parigual Santana concluía su escrito a Bobadilla señalándole que la derrota nacional se produciría: “si como hemos convenido y hablado tantas veces, no nos proporcionamos un recurso de Ultramar…”

El texto anterior era una manifestación palmaria de que se acentuaba más en el pensamiento de los conservadores su afán de cercenar la soberanía nacional, tal y como se materializó 17 años después con la anexión a España.

Batalla de Tortuguero

Es importante conocer los detalles geográficos y marítimos de los lugares donde se han desarrollado guerras entre países o sectores enemigos.

Fernando A. de Meriño y Ramírez, el arzobispo que fue presidente y gran apasionado de la historia, escribió en el siglo 19, en el tomo 3 de su serie sobre geografía dominicana, que la Bahía de Ocoa tenía “fondeadores cómodos y espaciosos, entre los cuales los más notables son el Puerto Viejo, el puerto de Azua o Tortuguero, la ensenada de Caracoles y Bahía de la Caldera.”

El intelectual y educador hostosiano Cayetano Armando Rodríguez anotó, en su clásica obra titulada Geografía de la isla de Santo Domingo y reseña de las demás Antillas, que la zona marina donde está enclavado Puerto Tortuguero es “una hermosa bahía…es puerto capaz para contener y abrigar las más grandes escuadras, teniendo sus aguas fondo para los buques de mayor calado…”

Fue en ese piélago caribeño donde se libró 15 de abril de 1844, con éxito rotundo para las armas nacionales, la batalla de Tortuguero, considerada con justa razón como el primer encuentro armado de los marinos dominicanos, y como tal su bautismo de fuego.

Las embarcaciones criollas que se enfrentaron a las haitianas y quedaron indemnes fueron las goletas Separación Dominicana, que ejerció de buque insignia, a la cabeza de la cual iba Juan Bautista Cambiazo; María Chica dirigida por Juan Bautista Maggiolo (ambos italianos, nacidos en Génova, afincados desde hacía años en el país y cuyo amor por la libertad dominicana siempre ha sido resaltada) y la goleta San José, dirigida por el dominicano Juan Alejandro Acosta.

En ese combate naval los invasores haitianos perdieron el bergantín Pandora y las goletas La Mouche y Le Signifie, hundidas con todos sus tripulantes.

Esos barcos de palos integraban la flotilla intrusa que servía de apoyo a los soldados extranjeros que seguían merodeando por la zona. En Tortuguero quedó la marina de guerra haitiana prácticamente diezmada.

Ese encuentro sobre la superficie del mar Caribe fue un éxito resonante para los dominicanos.

Pocas semanas atrás se había creado la Marina de Guerra Nacional. A partir del 15 de abril de 1844 las citadas naves Separación Dominicana, María Chica y San José pasaron a formar parte esencial de ese órgano de guerra.

Juan Bautista Cambiazo fue elevado al rango de almirante, con potestad para organizar de manera profesional a la segunda institución armada del país.

La batalla en Tortuguero no fue de la magnitud que tuvo la de Salamina, ocurrida 480 años antes de Cristo, en la cercanía de Atenas, la capital griega, en la cual el ateniense Temístocles derrotó al  Rey persa Jerjes I, pero para los dominicanos fue de mucha importancia, pues luego de esa hazaña vendría una suerte de calma chicha en las costas dominicanas.