Por Santiago Campo G.
En una comunidad que en un abrir y cerrar de ojos le infringen una derrota moral, varios aspirantes a la nominación de candidato a concejal por el partido demócrata izan la honestidad como bandera de campaña. No es raro, es curioso.
Claro, como se piensa que la honestidad es una pieza de museo, partícula de una era sin recuerdos, algunos dan como un hecho la facilidad de jugar con uno de los valores que más simboliza la conducta ética en el curso de la historia.
Pero lo curioso es que sean algunos de nuestros aspirantes a concejales que usen una palabra que no armoniza con los principales actitudes de quien busca poder político. Es decir, un político jamás dejará de ser astuto y despiadado.
Como es obvio, muchos de los que se autocalifican de honestos parecen ignorar que la honestidad es una manifestación de sinceridad, que a fuerza de costumbre, podría llegar a expresarse en el rostro, de acuerdo a los más grandes sabios de la antiguedad.
Aquellos, como Sócrates, decían que la honestidad se debe tomar en serio por sí misma, no ?como la política más conveniente?, ya que el desarrollo moral no es un juego ?de agárrame si puedes?.
Cuando un político, que jamás en su vida ha sido honrado, alza la voz de la honestidad, lo hace, paradogicamente, como una manera de ocultar sus acuerdos de aposento y cubrir con sutilezas objetivos alejados de los intereses colectivos.
. ?Odio como las puertas de la muerte al hombre que dice una cosa pero oculta otra en el corazón?, exclama el angustiado Aquiles en la Iliada de Homero. En su definición más simple la honestidad es una cualidad humana que consiste en comportarse y expresarse con coherencia y sinceridad, y de acuerdo con los valores de verdad y justicia.
Uno se pregunta si entonan aquellas definiciones con las actitudes de nuestros candidatos. Es difícil, pues una persona es honrada y honesta cuando armoniza las palabras con los hechos.
En general, hay circunstancias en la que muchos seres humanos pueden llegar a ser honestos; a veces ante la muerte, ante un sentimiento profundo o una determinada pasión, o la persecución de una meta ?no de un objetivo- pero son, como dicen por ahí, sólo momentos.
Quizá por ello, cuando cualquiera de nuestros políticos se autodefine como abanderado de la honestidad, lo único que hace es proclamar que su vida es una mentira, como diría una cantante.
?Con vela y farol, cuando brillaba el sol, busqué hombres honestos, más no pude encontrar ninguno?, Diógenes de Atenas.
2009-08-27 15:34:03