Opiniones

Yoani Sánchez: ¿Romance a la polonesa?

Por M. H. Lagarde

Que la mercenaria Yoani Sánchez siente atracción por lo polaco es algo sabido. Ahí están, para probarlo, sus delirios de parecerse a Lech Wallesa, o su recurrente amistad con ciudadanos de ese país.

Sin embargo, todo parece indicar que la relación de la bloguera con esa nación del este europeo va mucho más allá de las ?nostalgias? que, en otros textos publicados en este blog, le he adjudicado.

Digo esto basado en las evidencias obtenidas en unos de esos hechos fortuitos que solo son capaces de ocurrir en una ciudad de La Habana de aires pueblerinos, donde casi se convierte en verdad absoluta el proverbio de que el mundo es tan pequeño como un pañuelo.

Sentado en el paseo de G -cámara en ristre, como le corresponde a todo bloguero que se respete-, atrapaba, en la memoria digital de mi Sony, alguna que otra escena de cualquier tarde normal de esa parte del Vedado ahora devenido alameda de moda: el monumento a Torrijos; varias amas de casas en los bancos tomando el fresco; un grupo de turistas europeos rodando sus equipajes G abajo, rumbo al Malecón, por supuesto; o la insistencia de un vendedor de caramelos de menta, cuando quiso la casualidad que en mi lente apareciese, nada más y nada menos, que la imagen de la bloguera mercenaria.

Allí estaba ella, la de generación y, en el preciso momento en que salía de la embajada de Polonia, sito en G, esquina 19.

El hecho no habría llamado demasiado mi atención si las imágenes, captadas por la cámara, hubiesen sucedido en otro momento y de otro modo. Pero eran algo más de las siete de la noche, había terminado el horario de trabajo habitual de la embajada, y la bloguera no salía precisamente por la puerta principal de la instalación diplomática, como le correspondería a un invitado digno de atenciones especiales, sino, subrepticiamente, por el garaje.

Igualmente llamativo resultó que, luego de despedirse de un caballero, joven, de pelo claro, cuyo rostro quedó oculto por el oscuro portón de la cochera, la connotada mercenaria se puso rápidamente sus espejuelos de sol ?empezaba a caer la noche- y se alejó G abajo, con el rostro medio oculto por las manos, con un aire entre sospechoso y romántico.

Cualquier conocedor del ?archifamoso? personaje, habría compartido conmigo las mismas reservas. ¿No había declarado ella, o su esposo, a propósito de aquel video filmado en el Hotel Cohíba, que las autoridades cubanas, al cerrar internet, lo que querían era propiciar su entrada en alguna embajada, para así poder acusarlos de mercenarios?

Una muchacha tan lista como ella no podría cometer tal desliz, sobre todo, después de que ella, o su esposo ?en fin, el andrógino Yoani Escobar-, aseguraran que, en todos los hoteles de La Habana, tras el chiste del video, ya era posible conectarse.

Y por cierto, hablando del rey de Roma, ¿dónde estaba esa tarde calurosa de verano su inseparable compañero? ¿Qué hacía Yoani en la embajada polaca? ¿Solicitaba una visa para viajar a ese país o recibía un curso sobre el estilo periodístico de Kapuscinski? ¿Tendría que ver su visita con su colaboración con los grupúsculos contrarrevolucionarios? ¿Por qué tanto misterio y pose de clandestinidad? ¿Era yo testigo de la culminación de otra jornada de algún secreto romance a la polonesa?

Son, por supuesto, preguntas para meditar más seriamente y no para responder en el rápido post de un blog.

Por ahora, solo me atrevo a asegurar que lo de Yoani, más que nostalgias, es una verdadera ?pasión? polaca.

(ver el sitio http://cambiosencuba.blogspot.com/)

2009-09-10 15:06:21