Mario Rivadulla
Viernes 12,09,09
El ex dos veces Presidente norteamericano, Bill Clinton, designado como asesor especial para colaborar con el gobierno haitiano a rescatar al pueblo vecino del estado de penosa postración que viene arrastrando desde hace tantos años y que lo ha mantenido en la condición de ser el más pobre del Continente, acaba de expresar fuertes críticas contra las naciones ricas por haber entregado hasta ahora apenas un tres porciento de los cientos de millones de dólares que habían comprometido en ayuda para ese humanitario propósito. Conveniente y convincente que la queja haya salido de labios del carismático mandatario quien entregó el poder al cabo de dos períodos consecutivos con un elevado nivel de popularidad que ha conservado hasta el presente.
La grave y persistente crisis que padece Haití, lo hemos dicho y repetido en innumerables ocasiones, no se resuelve a base de procesos electorales, cada día menos participativos. No objetamos el que por vía de las urnas se haya querido alcanzar un mínimo de estabilidad institucional. Pero eso solo no basta. Los problemas de Haití son mucho más perentorios y complejos. Consisten en la extrema miseria que rumian al menos 9 de cada 10 de sus habitantes. En su precaria economía y en las enormes desigualdades en la distribución de esos limitados recursos. En los elevados niveles de desempleo. En su suelo erosionado e improductivo en una gran extensión. En el analfabetismo y atraso educativo. En la carencia de un sistema sanitario adecuado y la prevalencia de toda una serie de enfermedades prevenibles. En el auge de la criminalidad y el narcotráfico. En la falta de esperanza para una población angustiada. urgida por el deseo vehemente de emigrar. En la coincidencia en fin de toda una serie de factores negativos que lo convierten en un Estado fallido.
Por años, el gobierno dominicano ha mantenido una política de continuidad en todos los foros internacionales reclamando de las grandes potencias ir en ayuda de Haití. Esto así, pese a que paradójicamente, desde el otro lado de la frontera, se han levantado las voces destempladas de algunas autoridades reprochando esta actitud solidaria de República Dominicana. Y pese también a que el país ha sido víctima de campañas abusivas de desinformación sobre el trato que reciben los cientos de miles de haitianos, que traídos o por su propia iniciativa, cruzan la frontera y permanecen en suelo dominicano de manera ilegal trabajando en las más diversas ocupaciones, inclusive la venta ambulante, subsistiendo y enviando ayuda a sus familiares que quedaron en Haití por una suma que se cifra ya en los mil millones de dólares anuales o muy cercana a la misma.
Es innegable el aporte que hace la mano de obra haitiana a la economía nacional, si bien desplazando en no pocos casos a dominicanos. Pero en cambio, no se reconoce el hecho de que servimos de desahogo a esa hirviente y peligrosa caldera de inconformidades que es Haití y que se desborda con bastante frecuencia. Pero es evidente que nuestra capacidad de absorción de esa emigración ha llegado a un punto de saturación. Y que no es a nosotros, país pobre aunque no tan miserioso como el vecino, al que corresponde la tarea de soportar el peso de la crisis de Haití ni mucho menos disponemos de los cuantiosos recursos que requiere para salir adelante.
Tal es tarea y obligación de los países ricos. Los que han prometido una y otra vez aportarle los medios necesarios para lograrlo, sin haberlo cumplido. Si antes tomaban como excusa la falta en Haití de un gobierno constituído y estable, ese argumento ya no es válida. El presidente García Préval ha mantenido el poder y la presencia ahora de Bill Clinton constituye un fuerte aval de garantía de que los recursos que se reciban sean destinados al rescate y recuperación del pueblo vecino, lo que además de resultar un motivo de satisfacción para nosotros lo será también de desahogo y tranquilidad.
TELEDEBATE. Telefuturo. Canal 23. ?teledebate(a)hotmail.com?
2009-09-14 14:35:23