Por Teófilo Lappot Robles
Después de una fructífera vida que se extendió por 86 años el Dr. Ariel Acosta Cuevas ha sido llamado a la casa grande, la que tiene como símbolo principal el sello de la eternidad.
Las familias Acosta Luciano, Acosta Cuevas, y las diversas ramas unidas a ellas por el circuito de la genética sienten orgullo colectivo por el ejemplo que en vida fue el ilustre hombre cuyo cuerpo entregamos ahora a la tierra, quedando entre nosotros su legado de bien, pues como dijo el sabio de la antigüedad Marco Tulio Cicerón: “La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos.”
En esta postrera ocasión en que estamos frente al cuerpo del Dr. Ariel Acosta Cuevas, aunque yace inerte, como un fuerte roble derribado por esa hermana siamesa de la vida que es la muerte, es oportuno decir que formó un hogar modelo con su esposa, la siempre bien recordada doña Shirley Josefina Luciano Mejía de Acosta, con la cual estamos seguros ya está rememorando desde el paraíso celestial el paso de ambos, en conjunción de amor, por esta tierra colocada en un recodo del Caribe insular.
Cabe imaginarlos a ambos con una sonrisa de orgullo por la calidad de los frutos que dejaron en la tierra: sus hijas Shirley Josefina y Radys Iris, así como sus nietos Jean Ariel, Shirley Mariel y Daniel Ariel.
El personaje cuyo funeral estamos realizando ahora se destacó por sus cualidades de gran jurista, con una obra amplia que difundió en decenas de ensayos, en su condición de refinado doctrinario del derecho dominicano, y especialmente mediante una labor docente que no se limitó al estrecho espacio de aulas cerradas, sino que esparció sus saberes con humildad, sencillez y profundidad ante todos los que tuvimos el privilegio de cobijarnos bajo el árbol frondoso de su esplendente personalidad.
Fue juez y fiscal en diferentes niveles y en diversos lugares del país. Por los pueblos y ciudades donde ejerció esas delicadas labores dejó una marca de rectitud, serenidad y apego a la verdad y a la justicia.
Como abogado de largo ejercicio hizo historia postulando con lealtad y gran sabiduría en los tribunales nacionales.
Como poeta tiene un nicho privilegiado en el mundo de las letras dominicanas. Él ocupa por méritos propios un lugar de principalía en el parnaso nacional, pues las musas de su inspiración dejaron para la posteridad hermosos poemas que sobrevivirán el paso del tiempo.
En su sobresaliente condición de historiador de las grandezas del sur dominicano dejó obras fundamentales para conocer y amar esa tierra caliente, hermosa y cargada de historia.
Por los caminos del sur, Neyba tierra de historia y poesía y Villa Jaragua, perfil histórico y cultural son tres muestras de su gran apego a la tierra que lo vio nacer y una prueba relevante de su capacidad de intelectual y de hombre comprometido con el presente y el futuro de su país.
Su libro Génesis de los Acosta Nacionales es la más alta expresión de su interés en contribuir, como lo logró, con el conocimiento de las esencias de la dominicanidad.
Utilizó como herramienta el apellido que con orgullo ostentaba, para construir con la paciencia de Job dicha obra, pero en realidad ella es en sí misma un monumento etnográfico, y como tal un alto exponente de la cultura que define al pueblo dominicano en los diversos componentes que integran su idiosincrasia.
Su obra Tú también puedes es una clarinada de esperanza dirigida a la juventud dominicana para que no se deje dominar por las dificultades de la vida cotidiana. En ella arroja sus mejores deseos para que el pueblo dominicano sea cada vez mejor.
En su juventud fue un reconocido músico de su amada ciudad, la legendaria Neyba, en la cual dejó gratos recuerdos como ejecutante del requinto dominicano con su característica particular de cursos musicales que se sintonizan al mismo tiempo.
Hizo parte sobresaliente de la banda de música de aquella tierra agreste en cuyo suelo se produjo el histórico bautismo de fuego aquel glorioso 13 de marzo de 1844, que sirvió de guía para la defensa de la patria en largas jornadas de lucha armada.
A pesar de los achaques propios de su edad, aparejados con sufrimiento físico, el Dr. Ariel Acosta Cuevas nunca dejó de ser afable y generoso. Tenía lo que se conoce como don de gente, que utilizaba para hacer sentir bien a sus interlocutores.
Hasta sus horas finales se mantuvo como el orientador que siempre fue. Murió en plena lucidez, con su poderosa memoria siempre dispuesta para la enseñanza y el buen consejo. Las conversaciones con él se convertían en cátedras donde transmitía sus muchos saberes con asombrosa naturalidad y sin la más mínima muestra de aspavientos.
Estamos conscientes del significado de la pérdida física del Dr. Ariel Acosta Cuevas, como parte de la ley natural de la vida, pero su limpia trayectoria permitirá a sus seres queridos sanar la herida emocional de su fallecimiento y así entrar en la importante cuarta fase del duelo, que es la curación.
La curación del remolino de la turbación presente será la mejor manera para comprender en su justa dimensión la grandeza que simbolizó su presencia en la sociedad dominicana y el ejemplo de bien que fue, es y será.
A usted nunca le gustó el ruido de la chicharra y cuando alguna dificultad individual o colectiva se asomaba en el horizonte usted la contrarrestaba con su vibrante personalidad, la cual acompañaba con una gran formación humana caracterizada por la asertividad en sus acciones cotidianas.
El ser humano con su albedrío, con su libertad individual puede dedicarse al mal o al bien. Usted, inolvidable maestro Dr. Ariel Acosta Cuevas, siempre escogió el camino del bien, por eso hoy podemos decir con plena seguridad que su viaje hacia la eternidad será suave y ligero.
Frente al cuerpo inmóvil del Dr. Ariel Acosta Cuevas y ante el espejo de su ejemplar vida, cargada de todo lo bueno de que es susceptible la naturaleza humana, sólo me resta recordar al poeta Gastón Fernando Deligne, cuando frente a los restos mortales de su hermano Rafael le dijo:
“Ya has cavado hondo surco,…ve a dormir labrador.”
Panegírico. 1-marzo-2022.
Santo Domingo.D.N.,R.D.