Editorial

A respetar en los cementerios los restos de los que murieron

Por más que me lo expliquen. Por más que me lo justifiquen, nunca he podido ver como una realidad aceptable el abandono de cementerios. De niño me enseñaron a respetar a los que mueren. De mi infancia recuerdo el cuidado del ornato del Cementerio Municipal de la avenida 30 de Marzo, de Santiago. Su explanada frontal, luego cubierta de cemento, era un bello jardín que alegraba el alma de los que aman la vida. Lo disfrutaba cada mañana cuando caminaba por el lugar para ir a la escuela Venezuela, donde viví la inolvidable experiencia de cursar los primeros años de estudiante.

No recuerdo a nadie que echara basura en el área. Tampoco registro descuido de parte de las autoridades municipales. El cementerio era como un lugar sagrado. Muchos adultos y jóvenes al pasar por el frente inclinaban su cuerpo para persignarse en expresión de reverencia. Como guardo en mi memoria realidades que conocí en la infancia, cuando veo un cementerio abandonado, lo siento como una de las peores manifestaciones de irrespeto a los ciudadanos y ciudadanas. Es inaceptable que autoridades municipales no tengan capacidad para limpiar y garantizar la seguridad que requieren los cementerios de manera permanente. Me asombra que ese tema no sea de interés para las entidades que dicen ser la voz de la sociedad civil en República Dominicana.

Los muertos y las muertas merecen respeto. Su memoria obliga a respetar su dignidad. A sentirlos como parte de la sociedad que se expresa en el amor y el legado que conservamos por los y las que terminaron su vida física. Graham Greene, en su obra «Descubriendo al General Torrijos: Historia de un Compromiso», publicada en 1985 en Buenos Aires, Argentina, por Emecé Editores, S A., refiere el instante cuando el general Torrijos, en un comentario sobre su propio país le dijo: «Cuando uno ve el césped mal cortado en el cementerio de un pueblo sabe que es un mal pueblo. Si no son capaces de cuidar a los muertos, mal pueden cuidar a los vivos». Respecto a esa idea, Greene anota: «Creo que fue el comentario que más se aproximó alguna vez a un juicio religioso, a menos que se incluya el relato de un sueño que me hizo dos años más tarde: Soñé que veía a mi padre en el lado opuesto de la calle. Lo llamé y le pregunté: «Padre, ¿cómo es la muerte?», y él comenzó a cruzar la calle para venir a mi encuentro. Le grité para advertirle el peligro y en ese punto desperté». Podríamos sufrir menos violencia social, si nos enseñaran a respetar en los cementerios los restos de los que murieron: los nuestros, y los desconocidos y desconocidas. Son partes de la humanidad.

htineo@hotmail.com

Columna Mirador/Héctor Tineo/ El Caribe 8 junio 2012

2012-06-10 22:38:57