Hay personas a las que un cargo público les altera su conducta social. El comportamiento no es nuevo. Sobrevive a los tiempos. Lo alimenta la fragilidad humana. El maestro de la medicina Antonio Zaglul, enseñó que no es un tipo típicamente dominicano, porque es universal. En 1974, escribió: «Si quieres conocer a fulanillo, dale un carguillo». Y Joaquín Balaguer expone en Los Carpinteros (1984) fotografías que muestran cómo el ambiente del poder embriaga a algunos de los hombres que llegan a cargos públicos: «Si quieres saber quién es Mundito, dale un mandito». Zaglul: el tipo puede ser inteligente o muy inteligente, porque el problema no es de tipo intelectual, es una falla de su propia personalidad. «Antes de ir a las funciones son personas muy agradables, en extremo simpáticas y con un gran corazón. Cambian cuando pisan las escaleras del triunfo. Unos son muy estudiosos, pican siempre para arriba y sueñan con llegar a ser algo.
El problema es que hay un hueco mal rellenado en ese embrollo que llamamos personalidad. Se siente por dentro inferior, inseguro, inestable. Lo de afuera es un decorado, una pantalla para ocultar lo de adentro. Otra oportunidad en su vida, es su mejoría jerárquica. Cuando lo ascienden es un jefecillo y va a reflejar en su actitud, en su conducta, su muy escondido complejo de inferioridad. Las tiendas de ropas se hacen pequeñas para satisfacer la demanda de trajes, camisas, medias, zapatos y todo lo que sea vestimenta. Por lo general en tonos muy llamativos. Compra un vehículo de pescuezo largo con unas bocinas escandalosas. Tiene una gran necesidad de que se fijen en él y trata de conseguirlo no importan los medios».
Lo peor de este personajillo es su conducta con los demás. Sus amigos en la pobreza van a desaparecer como por encanto, odia todo lo que sea recuerdo de su vida anterior y muchas veces niega hasta a su propia familia. Hace nuevas y muy superficiales amistades, pero siempre exigiendo para ello un control de calidad, ya sea de tipo social o de tipo económico y, en la mayoría de las veces, de tipo político. No busca más que ventajas para encumbrarse más, sea como sea». El fulanillo, de agradable sonrisa, compra una nueva cara, apenas sonríe porque considera eso de mal gusto, mide sus palabras que parecen salirles con cuentagotas. En la oficina se convierte en un déspota; no es un jefe, es un tirano.
Ese fulanillo que conocimos cuando le dieron un carguillo, sigue siendo el mismo; un inseguro, un inestable emocional, un individuo cargado de complejos que, a escondidas, para mantener su fachada, vive tomando pastillas para calmar sus nervios. Por los vacíos que lleva en el alma, algunos se hacen adictos a los cargos públicos. Nadie le hable de dignidad.
El cargo es más importante.
Columna Mirador/ El Caribe 29 junio 2012
Héctor Tineo
2012-07-02 05:13:29