Por Teófilo Lappot Robles
Febrero de 1844 estuvo lleno de acontecimientos históricos para el pueblo dominicano.
Los gritos de libertad que surgieron a partir de la media noche del día 27 de ese mes estuvieron precedidos de una febril labor revolucionaria de muchos patriotas que desafiaron todos los peligros para lograr la independencia nacional.
Muchas valientes mujeres dominicanas tuvieron de manera directa o indirecta una participación notable en los hechos de la Puerta de la Misericordia, la Puerta del Conde, la Fortaleza Ozama y la Plaza Mayor de Santo Domingo.
Unas sobresalieron más que otras, pero todas deben ocupar un lugar preeminente en el altar de la gratitud del pueblo dominicano. De algunas de las mujeres de febrero de 1884 haré breves reseñas.
Manuela Díez Jiménez
Manuela Díez Jiménez era hija de Antonio Díez, un español proveniente de la villa de Osorno, en la región de Castilla y León; y de la dominicana Rufina Jiménez, nativa de El Seibo, en el este del país. Nació en la misma ciudad de su madre.
Realizó por sí misma un papel de gran valía en la historia nacional, siendo su principal aporte al país la condición de madre de una prole en la que sobresalieron por su activismo en pro de la lucha independentista Juan Pablo, Vicente Celestino y Rosa Duarte Díez.
Está comprobado que ella fue también la primera maestra de sus vástagos y la persona que más alentó a su segundo hijo, Juan Pablo, para que no escatimara esfuerzos en sus proyectos de lograr la soberanía dominicana.
Su vida se llenó de sobresaltos y sinsabores por las persecuciones a que fueron sometidos sus hijos Juan Pablo y Vicente Celestino, antes y después de proclamada la independencia nacional.
El 2 de septiembre de 1844 fue terrible para doña Manuela Díez viuda Duarte. Ese día se enteró, a través del sacerdote José Antonio Bonilla, que su hijo Juan Pablo estaba preso y que sus captores querían fusilarlo.
El impacto de ese acontecimiento fue tan grande en ella que duró semanas en lecho de enferma. En esas condiciones se enteró que sus hijos Juan Pablo y Vicente fueron expulsados del país por el que tanto habían luchado.
En comunicación del 3 de marzo del 1845 el entonces secretario de Interior y Policía, Manuel Cabral Bernal, le informó a doña Manuela Díez de la decisión del presidente Pedro Santana de expulsarla del país y con ella a sus hijos Filomena, Rosa, Francisca y Manuel.
El hogar de la familia Duarte Díez fue sometido a un asedio constante por tropas militares que se movían como auténticos zascandiles, llenado de pavor a una familia compuesta por mujeres y un infeliz perturbado mental, como lo era Manuel.
Hay que imaginarse los coloquios íntimos de doña Manuela y sus hijas en esos momentos de angustia e incertidumbre.
El arzobispo de Santo Domingo Tomás de Portes Infante y otros prestigiosos ciudadanos trataron de salvar a doña Manuela y sus descendientes de los rigores del exilio. Para tales fines se presentaron ante Tomás Bobadilla y Briones, quien era el principal asesor del gobierno.
Se encontraron con la malicia concentrada de dicho personaje, quien los trató con desdén y negó toda posibilidad de clemencia para la familia del patricio mayor de la patria.
Actuó como si fuera una especie de holograma del impiadoso presidente Santana, sellando así, con fatalidad, el destino de los últimos miembros de la familia Duarte Díez que quedaban en el país.
Doña Manuela Diez, como si fuera réproba, fue expulsada del país19 de marzo de 1845. Con ella también fueron sacados hacia tierra extranjera sus referidos hijos. Fue enterrada en Caracas, Venezuela, el 31 de diciembre de 1858.
María Trinidad Sánchez
María Trinidad Sánchez nació en Santo Domingo el 16 de junio de 1794. En esa misma ciudad fue fusilada el 27 de febrero de 1845, al cumplirse el primer aniversario de la independencia nacional, en cuya fragua ella desempeñó labores estelares.
El 18 de enero de 1845 el presidente Pedro Santana emitió un decreto mediante el cual echó por tierra el incipiente andamiaje judicial del país, creando unas llamadas comisiones militares cuya misión era cumplir las órdenes que les impartía el gobernante apodado El chacal del Guabatico.
Uno de esos engendros, muchas veces utilizados por las fuerzas conservadoras que se impusieron sobre los padres de la patria, fue el que la condenó a la pena de muerte el 25 de febrero de 1845. Igual destino sufrieron su sobrino Andrés Sánchez, Nicolás de Bari (el primer tambor en la alborada que envolvió de luz el primer día de la independencia nacional) y el venezolano José del Carmen Figueroa.
Dos días después se consumó el crimen en contra de la sobresaliente heroína y sus compañeros de infortunio, ingresando en ese momento en el abultado martirologio de la historia nacional.
María Trinidad Sánchez es, por sus muchos méritos patrióticos, una de las más significativas heroínas dominicanas. Sus labores antes y después de proclamarse la independencia nacional fueron de gran importancia.
Su vida fue un constante desafió ante los peligros. No le temió a la represalia de los jefes de la ocupación haitiana, tal y como dejó anotado en sus escritos el trinitario José María Serra.
En medio de ese Campo de Agramante que era la ciudad de Santo Domingo, desde antes que surgiera la Sociedad Patriótica La Trinitaria, María Trinidad Sánchez se dedicó a proteger a los perseguidos y a realizar labores de reclutamiento y de organización para la justa causa independentista.
Sirvió de gran apoyo a su sobrino Francisco del Rosario Sánchez, a quien alfabetizó y lo encaminó en sus primeras enseñanzas. Fue siempre leal a los principios enarbolados por Juan Pablo Duarte.
Antes que delatar a sus compañeros de lucha prefirió que se cometiera la barbaridad del patíbulo ordenada por Santana y secundada por la camarilla de conservadores que controlaban el poder.
Al cumplirse ahora 177 años de su fusilamiento su figura de mártir sigue brindando oportunidades para descubrir su espíritu decidido y su determinación de luchar por los mejores intereses del pueblo dominicano, a costa de su propia vida.
Penetrar en los detalles de la vida de María Trinidad Sánchez, cotejando todo lo que hizo en los 50 años que duró su parábola vital, permite compararla con esos senos del mar Caribe que siempre sorprenden con algo inexplorado.
A su asesinato, que pretendieron encubrir con una espuria sentencia judicial, fue que Juan Pablo Duarte se refrió desde su amargo exilio en La Guaira, Venezuela, cuando escribió que sus asesinos cubrieron “de sangre y de luto los amados lares.”
Rosa Duarte Diez
Rosa Protomártir Duarte Díez nació en la ciudad de Santo Domingo el 28 de junio de 1820. Falleció en Caracas, Venezuela, el día 25 de octubre de 1888. Las crónicas de antaño señalan que vivió en pobreza extrema, pero siempre se mantuvo vincula a la tierra que la vio nacer.
Fueron sus padres el español Juan José Duarte y la dominicana Manuel Díez. Era hermana del patricio Juan Pablo Duarte, de quien fue una incansable y fiel seguidora en sus luchas patrióticas. Sacrificó sus comodidades económicas para cubrir importantes gastos en el proceso emancipador del pueblo dominicano.
Sus Apuntes han permitido conocer valiosas informaciones sobre el pasado de la nación dominicana. Contienen de manera especial un escrutinio minucioso sobre la vida de su ilustre hermano.
Una mirada retrospectiva de su vida permite coincidir con el historiador higüeyano Vetilio Alfau Durán, quien en una breve semblanza señala que por la libertad de su tierra Rosa Duarte: “…derramó amargas lágrimas, sufrió persecuciones, perdió sus bienes, sufrió destierro perpetuo…y perdió las ilusiones de su juventud.”
Un episodio de la vida de Rosa Duarte que también merece señalarse es que fue novia del patriota Tomás de la Concha, llamado por el fundador de la nacionalidad dominicana la “primera ofrenda de la Patria”, en razón de que fue herido minutos después del trabucazo disparado por Mella en la medianoche del 27 de febrero de 1844.
Luego de haber vivido varios años en Higüey Tomás de la Concha, el novio de Rosa Duarte, fue fusilado el 11 de abril de 1855 en El Seibo, en cumplimiento de una inicua decisión de un tribunal militar formado por endriagos que cumplían órdenes de Pedro Santana.
El ejemplo de patriotismo y sacrificio de Manuela Diez Jiménez, María Trinidad Sánchez y Rosa Duarte Díez debe resaltarse permanentemente entre los dominicanos. Es lo menos que puede hacerse para honrarlas como ellas se merecen.