Por Teófilo Lappot Robles
El 26 de enero de 1813, hace ahora 209 años, nació en la ciudad de Santo Domingo Juan Pablo Duarte Díez, quien luego se convertiría el más preclaro patriota de la República Dominicana.
Desde muy joven dedicó su vida a la lucha por la independencia del país. No escatimó esfuerzos, además, para la consolidación de la Nación dominicana.
Su padre fue el comerciante español Juan José Duarte Rodríguez, andaluz proveniente del pueblo llamado Vejer de la Frontera, en la provincia de Cádiz, y su madre la dominicana Manuela Díez Jiménez, nacida en Santa Cruz del Seibo.
Apenas salido de la adolescencia fue enviado a cursar estudios a España. Regresó en el 1832. Desde entonces se consagró a organizar la lucha para lograr la libertad del pueblo dominicano, el cual desde el 1822 estaba sometido al yugo de Haití, controlado por el despiadado general Jean Pierre Boyer.
Leer los Apuntes de su hermana Rosa Duarte (más allá de algunos errores cronológicos de los mismos) permite descubrir la verdadera esencia de lo que Duarte pensaba en términos políticos, sociales, culturales, etc.
Juan Pablo Duarte avizoró desde muy temprano las condiciones del pueblo dominicano para empinarse hacia la cúspide de la libertad sin importar los esfuerzos para lograrla.
Contemporáneos suyos, en cambio, negaban la posibilidad de que en esta tierra del Caribe insular brotara una nación con todos sus atributos de soberanía, y prefirieron colaborar con los usurpadores, relamiendo las migajas a que son adictos los sumisos.
Duarte era un nacionalista radical, pero también anticolonialista. Son dos condiciones que se complementan y que en él alcanzaron los más altos niveles. Así se comprueba con una simple mirada de su hoja de vida llena de hechos heroicos, abnegación, angustias y sacrificios.
Hacia el logro de los objetivos independentistas se encaminó cuando el 16 de julio del 1838 fundó, junto a un grupo de jóvenes valientes, en la casa de doña Chepita Pérez de La Paz, la sociedad secreta La Trinitaria.
Esa entidad patriótica fue en términos formales de duración efímera, por traiciones internas y circunstancias conexas con la etapa de tensión que entonces se vivía en el país. Sin embargo, ella fue el germen de donde brotó la República Dominicana, el 27 de febrero de 1844.
“Sublime inspiración de Duarte acogida con fervor por la Trinitaria, fue la que vino al fin a abrir para los dominicanos horizontes de esperanzas.” Así se expresaba con justa razón el historiador José Gabriel García sobre la idea redentora de Juan Pablo Duarte.
Frente al descalabro de La Trinitaria Duarte no se amilanó. Al contrario, ese hecho infausto reafirmó en él su voluntad se arreciar sus acciones redentoras y decidió crear otra institución con características diferentes, pero con el mismo objetivo de defenestrar al régimen de ocupación.
Ese nuevo instrumento de lucha fue La Filantrópica, cuyas actividades no estaban permeadas del secretismo de la primera, lo cual facilitaba la labor llevada a cabo por los trinitarios.
Más adelante le dio forma a otra entidad que bautizó como la Sociedad Dramática. Esa agrupación, también marcada por la decisión de liberar el país, utilizaba el teatro como medio propagandístico para difundir las ideas independentistas.
A través de la Sociedad Dramática se presentaron obras que fueron despertando la conciencia del público presente. Esos oyentes, junto a miles de otros dominicanos, luego participarían en los acontecimientos trascendentales que comenzaron en la puerta de la Misericordia, con el trabucazo disparado por Ramón Matías Mella, y que después se extenderían por toda la geografía nacional, durante muchos años, pues las jornadas bélicas por la libertad dominicana fueron largas.
Entre los dramas presentados estuvieron los titulados La viuda de Padilla, Bruto o Roma Libre y Un día del año 23 en Cádiz. Cada uno de ellos tenía una señal de impacto colosal para lo que sería el proceso de emancipación.
En su ensayo titulado Duarte y el teatro de los trinitarios Emilio Rodríguez Demorizi puntualiza que esos y otros dramas despertaron “el amor patrio en el aletargado espíritu de los dominicanos.”
Es pertinente decir que las obras teatrales patrocinadas por la Sociedad Dramática (con mensajes a veces subliminales y en ocasiones con inducciones directas hacia la lucha libertaria) eran escenificadas frente al parque Colón y justo al lado donde estaba la sede del gobierno usurpador haitiano.
Para Duarte todo sacrificio era poco, siempre que se tratara de dotar al pueblo de las herramientas necesarias para lograr y afianzar su soberanía.
Teniendo todas las posibilidades de vivir cómodamente prefirió sacrificar el patrimonio familiar y sufrir él, su madre y sus hermanos, los abusos de sus enemigos, y por lo tanto enemigos de la Patria. Su padre falleció el 25 de noviembre del 1843, tres meses antes de la Independencia Dominicana.
Las penurias que sufrió en los diferentes exilios que tuvo que padecer fortalecían su espíritu, aumentaban su dignidad nunca mancillada y acentuaban más su fidelidad al proyecto de libertad que fue forjando desde su primera juventud.
Sólo mezquinos, farsantes y mentecatos han osado discutir la alta calidad moral que se condensaba en los ideales liberadores de Duarte.
Las fuerzas conservadoras, que no tenían fe en la capacidad de los dominicanos para lograr y sostener su libertad, fueron enemigos permanentes de Duarte. Anexionistas y antipatriotas de todos los pelajes aborrecían a ese hombre que fue intransigente en su defensa de la soberanía nacional.
A los pocos días del nacimiento de la República Dominicana, magno acontecimiento en el cual él jugó un papel fundamental, hordas de los incómodos vecinos del oeste de la isla cruzaron en son de guerra los ríos Masacre y Artíbonito, así como zonas secas de otros puntos fronterizos.
Duarte decidió dirigirse hacia el sur para enfrentarlos en Azua. Lo mismo hizo viajando hacia el Cibao. Sus intentos resultaron fallidos, pues muchos de los que ejercían mandos militares y políticos en esas del país rechazaron su oferta de incorporarse a los combates.
Con el paso del tiempo se supieron algunos de los motivos por los que no prosperaron entonces los afanes de lucha armada que ante las invasiones de los haitianos tenía el patricio mayor.
En la historia dominicana Duarte representa la luz y sus enemigos la oscuridad. En cualquier parte del mundo la luz de la luciérnaga siempre ha incomodado a los sapos que con su vientre frío y ojos desorbitados no comprenden cómo ese animalito puede iluminar las cosas.
Duarte simboliza la luciérnaga y los enemigos de la patria están representados en los sapos.
Ya de los batracios escribió cosas nada agradables en la antigüedad el poeta latino Horacio, en su famoso Epodo V; pero una de las mejores ilustraciones sobre el odio y la envidia de que fue víctima el más insigne de los patriotas dominicanos está en la célebre fábula para niños titulada La luciérnaga y el sapo, escrita por el dramaturgo español Juan Eugenio Hartzenbusch, precisamente cuando el país luchaba por mantener su recién lograda independencia.