Luis Britto García
ALAI AMLATINA.- 24/02/2019
Una contienda se disputa en todos los ámbitos; una Guerra de Independencia debe cuidar más que ninguna otra vencer tanto en el campo de las armas como en el del apoyo popular y en el de la razón, ya que esta última es la que invoca para proceder a la fuerza. Los absolutismos se legitimaban con argumentos religiosos y ultraterrenos: los monarcas lo eran por Gracia de Dios; las colonias, conquistadas para imponerles el Evangelio. Los insurgentes han de invocar una legitimidad de nuevo tipo, que no viene de arriba, del Más Allá, sino de abajo, del pueblo liberado de su condición de súbdito creyente y reconocido como sujeto pensante de la voluntad popular. Pero para invocar al pueblo hay ante todo que comprenderlo.
El Discurso que el Libertador Simón Bolívar dirige al Congreso General de Venezuela en el acto de instalación el 15 de febrero de 1819 versa así sobre cuatro temas: la Soberanía Popular, base y fundamento de la República; la Identidad del Pueblo titular de dicha Soberanía, la crítica de los gobiernos anteriores, y el problema de cómo crear instituciones adecuadas al carácter nacional. Es a la vez un manifiesto de filosofía política, un estudio de lo que ahora llamaríamos sociología, y una propuesta de proyecto constitucional.
De allí el fulgurante primer párrafo del Discurso que el Libertador Simón Bolívar dirige al Congreso General de Venezuela en el acto de instalación el 15 de febrero de 1819:
Señor:-¡ Dichoso el Ciudadano que baxo el escudo de las armas de su mando ha convocado la Soberanía Nacional, para que exerza su voluntad absoluta!. Yo, pues, me cuento entre los seres mas favorecidos de la Divina Providencia, ya que he tenido el honor de reunir á los Representantes del Pueblo de Venezuela en este Augusto Congreso, fuente de la Autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana y árbitro del Destino de la Nacion. Al trasmitir á los Representantes del Pueblo el Poder Supremo que se me habia confiado, colmo los votos de mi corazon, los de mis ConCiudadanos y los de nuestras futuras generaciones, que todo lo esperan de vuestra sabiduría, rectitud y prudencia (Zea; 1986, 70-99. Todas las citas conservan la ortografía de la época).
Por obra de la insurrección libertadora, la política ha cambiado de eje. Los Representantes del Pueblo, reunidos en Congreso, ejercen su «voluntad absoluta», son «fuente de la Autoridad legítima, depósito de la voluntad soberana y árbitro del Destino de la Nacion». El texto sigue la versión más avanzada para la época de la teoría de la Soberanía: la de Juan Jacobo Rousseau, quien sostiene que la suprema voluntad soberana reside siempre en el pueblo, y únicamente en él, sin que sea válido ningún pacto para enajenarla, transferirla o menoscabarla. Así, el filósofo ginebrino afirma en el Capítulo Primero del Libro Segundo del Contrato Social: «Digo según esto, que no siendo la soberanía más que el ejercicio de la voluntad general, nunca se puede enajenar, y que el soberano, que es un ente colectivo, sólo puede estar representado por sí mismo: el poder bien puede transmitirse, pero la voluntad no» (Rousseau:27).
Ante la representación de la soberanía, con alivio, Bolívar renuncia «al terrible y peligroso encargo de Dictador Jefe Supremo de la República», al que se había sometido por «la voluntad imperiosa del Pueblo». Por tal motivo, afirma:
Quando cumplo con este dulce deber, me liberto de la inmensa autoridad que me agobiaba como de la responsabilidad ilimitada que pesaba sobre mis débiles fuerzas. Solamente una necesidad forzosa unida á la voluntad imperiosa del Pueblo me habria sometido al terrible y peligroso encargo de Dictador Jefe Supremo de la República. Pero ya respiro devolviéndoos esta autoridad, que con tanto riesgo, dificultad y pena he logrado mantener en medio de las tribulaciones mas horrorosas que pueden afligir á un cuerpo social.
Puesto que la autoridad ilimitada de la soberanía pertenece al pueblo, sólo de manera excepcional y provisoria puede alguien ejercerla como Dictador Jefe Supremo de la República. Sostuvo Juan Jacobo Rousseau que «el gobierno hace continuos esfuerzos contra la soberanía». Para evitar tal situación, el Libertador se apresura a renunciar a su investidura, considerando superior el título de buen Ciudadano incluso al de Libertador y Pacificador:
Legisladores! Yo deposito en vuestras manos el mando Supremo de Venezuela.- Vuestro es ahora el augusto deber de consagraros á la felicidad de la República: en vuestras manos está la balanza de nuestros destinos, la medida de nuestra gloria: ellas sellarán los Decretos que fijen nuestra Libertad. En este momento el Gefe Supremo de la República no es mas que un simple Ciudadano, y tal quiere quedar hasta la muerte. Serviré sin embargo en la carrera de las armas miéntras haya enemigos en Venezuela.
Evitar la usurpación de la autoridad ha sido preocupación constante del Libertador. Tras la Campaña Admirable, que arranca de la Nueva Granada y en fulminante sucesión de triunfos libera la capital de Venezuela, Bolívar se dirige el 2 de enero de 1814 a la Asamblea reunida en el templo de San Francisco, la cual le suplica que siga ejerciendo poderes extraordinarios para la feliz culminación de la Independencia: «No usurparé una autoridad que no me toca. ¡Pueblos! Ninguno puede poseer vuestra soberanía, sino violenta e ilegítimamente. ¡Huid del país dónde uno solo ejerza todos los poderes: es un país de esclavos. Vosotros me tituláis Libertador de la república; yo nunca seré el opresor» (Blanco Fombona: 50).
Una segunda consideración mueve al prócer a considerar con alivio su retiro del mando:
La continuacion de la autoridad en un mismo individuo freqüentemente ha sido el término de los Gobiernos Democráticos. Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo Ciudadano el Poder. El Pueblo se acostumbra á obedecerle, y él se acostumbra á mandarlo, de donde se origina la usurpacion y la tiranía. Un justo celo es la garantía de la Libertad republicana, y nuestros Ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo Magistrado, que los ha mandado mucho tiempo, los mande perpetuamente.
Por otra parte, rasgo distintivo de la detestada monarquía absolutista era la perpetuación en el poder del mismo mandatario. Contra ella, el Discurso opone claramente la alternabilidad republicana. Se articulan así de manera diáfana las ideas: La soberanía, el supremo poder absoluto y perpetuo de un cuerpo político, pertenece al pueblo. Éste lo expresa a través de sus representantes mediante la sanción de normas de carácter general que «fijen nuestra libertad». Resignar el mando ante una representación constituyente del pueblo es reintegrarle la plenitud de la soberanía.
Luis Britto García
https://www.alainet.org/es/articulo/198359
Facebook0 Twitter Pinterest LinkedIn WhatsApp Compartir
Del mismo autor
El discurso de Angostura y la voluntad soberana 24/02/2019
Firmo por Venezuela 19/02/2019
Venezuela premia a sus agresores 12/02/2019
Los activos de Venezuela son inembargables 04/02/2019
23 de enero 29/01/2019
El parto de los montes 14/01/2019
Agresión contra Venezuela: fronteras 17/12/2018
¿Venezuela inmunodeficiente? 29/10/2018
Estado de emergencia económica 01/10/2018
Conoce a tu enemigo 10/09/2018
2019-02-24 21:17:17