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CRISTO: UNA SEMANA CLAVE



POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Breve travesía histórica

El período de siete días que abarca desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, llamado por millones de personas como la Semana Mayor, tiene una importancia extraordinaria en la creencia religiosa de la humanidad.

Marcos, el sabio primer obispo de Alejandría, describió con singular maestría la Pasión de Cristo, cuando en Getsemaní les dijo a sus discípulos con una premonición perfecta: «Siento en mi alma una tristeza de muerte.Quédense aquí y permanezcan despiertos.»1

La pasión de Cristo, con su infinita estela de reverencia por el torturante sacrificio que padeció, es el punto central de la Cuaresma y la esencia más que granítica de la Semana Santa.

Se trata del universo fascinante del alma, con sus clásicos enemigos que la filosofía del Cristianismo centró desde los tiempos más remotos en el demonio, la carne y el mundo.

Varios teólogos y canonistas de formación ascética (aferrados a pie juntillas a los textos del misal y del breviario, que ellos consideraban taxativos, así como a la simbología inalterable del pontifical y el ritual) plantearon hace siglos, y algunos los proyectan al presente, que en el campo espiritual el concepto mundo se combate obliterando «pompas y vanidades»; al demonio se le frena «con oración y humildad»; pero el tema de la carne, que digo aquí es como un caballo de gran alzada y encabritado, sólo se frena «con disciplinas, ayunos y mortificaciones.»

Muchos creen que la fidelidad al mensaje de Cristo se limita al «mobiliario litúrgico: púlpito, confesionario, alcancías o cepillos petitorios, estatuas, imágenes…»2

La realidad cristológica es que la figura cuya pasión, calvario, martirio y muerte se conmemora con mayor énfasis en estos días es más que lo referido en el párrafo anterior.

Por eso se puede decir que para creyentes cristianos: católicos, coptos, ortodoxos, anglicanos y algunas denominaciones protestantes como los adventistas y pentecostales, la Cuaresma y la Semana Santa tienen un significado especial, con un impacto social que ha logrado sobrepasar la hoja marchita del tiempo con sus inexorables cambios.

En el ámbito del catolicismo se tiene como inicio institucional de la celebración de ese tiempo particular que es la Cuaresma el año 314, fecha en que se celebró el Concilio de Arlés, en la francesa región de Provenza.

Las primeras normas para los rituales cuaresmales surgieron, empero, en el Concilio de Nicea, en el año 325, en medio de los restos de las civilizaciones de los hititas y los cimerios, en la Turquía entonces bajo el Imperio Romano.

Aunque al compás de la evolución social se han producido ciertos cambios entre los católicos, lo cierto es que los inmovilistas han logrado una especie de quietismo místico, con posturas teológicas ancladas en etapas preconciliares del catolicismo.

Lo anterior se comprueba al observar que las principales ceremonias, y la parte más notoria de la simbología de la Cuaresma y de la Semana Santa, a lo interno de las iglesias, se han conservado sin cambios significativos, comenzando por el ritual de la colocación de la ceniza en la frente. Esto último se interpreta como una reminiscencia del Génesis: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás.»3

Teólogos tan famosos como Rhaner, Congar, Ratzinger, Küng, Scola y muchos pensadores del credo cristiano están en consonancia al plantear que el miércoles de ceniza es la entrada a la liturgia de la Cuaresma.

En esa misma línea, aunque con notables gradaciones, el filósofo católico Jacques Maritain, en su famoso discurso sobre «Las condiciones Espirituales para el Progreso y la Paz», y en otros ensayos suyos, al abordar parcialmente el tema del ritualismo religioso se acoraba en el realismo de Santo Tomás de Aquino para proclamar «esa misteriosa fuente de la juventud que es la verdad.»

Los Heraldos del Evangelio, creados en el seno de la iglesia católica bajo la sabia y consagrada inspiración de monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, sostienen que la Cuaresma se define como una época de «cuarenta días de combate espiritual en los que se nos invita a rechazar las seducciones del mundo…»4

Otra cosa muy diferente a lo anterior es lo que ocurre fuera de los templos, donde los pueblos, incluyendo los creyentes cristianos de cualquier lugar del mundo, han ido variando la ortodoxia o al menos la antigua forma de vivir la Cuaresma y la Semana Mayor.

En algunos casos hasta se ha diluido el hecho histórico único en el que el hijo de Dios, por claro designio superior, se despojó de su rango con categoría divina y permitió su crucifixión en el Gólgota.

Ello dicho al margen de que el evangelista sinóptico Marcos atribuye a Jesús ordenar, desde la falda del monte de los Olivos, la toma del burro en cuyo lomo entró a Jerusalén, y para eso usó para sí el título de Señor, que para entonces se reservaba al emperador. «Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El señor lo necesita…»5

La evolución de las costumbres no significa que todo está perdido en ese aspecto de la vida pía, pues hasta un declarado agnóstico como Mario Vargas Llosa sostiene que «en la era posmoderna la religión no está muerta y enterrada ni ha pasado al desván de las cosas inservibles: vive y colea, en el centro de la actualidad.»6

La Cuaresma es el período en el cual se recuerdan los 40 días que tuvo Jesús en el desierto de Judea, en un formidable ejercicio personal para probar su fe.

Algunos investigadores de diferentes disciplinas, como teólogos, filósofos, sociólogos y antropólogos han agregado que con la vigencia universal de la Cuaresma también se trata de mantener presente la socorrida tesis de los 40 días del diluvio universal, los 40 años de la marcha forzosa que padeció en pleno desierto el pueblo de Israel y, además, se le agregan los 400 años de esclavitud impuesta por los egipcios a los judíos.

Lo cierto e irrefutable es que para cientos de millones de personas el tiempo cuaresmal rompe con lo cotidiano, provocando en los creyentes una mayor animación espiritual. Y así fue también para miles de millones de seres humanos que ya pasaron por la tierra.

Para muchos el final de la Cuaresma abre paso a la Semana Santa. Otros han escrito y sostenido que el tiempo cuaresmal abarca 46 días.

Lo cierto es que sobre ambas temporadas especiales dentro del cristianismo no hay unificación de criterio sobre su inicio y término.

Para unos la Semana Santa abarca desde el domingo de ramos (cuando Jesús entra a Jerusalén en un pollino, acorde con el relato del evangelista Juan, y como muchos siglos después pintó Giotto, el genial artista florentino propulsor del Renacimiento, en un hermoso fresco en una capilla de la ciudad italiana de Padua) hasta el sábado santo.

Para otros esa conmemoración comienza el Viernes Santo y concluye el Domingo de Resurrección. Para sostener dichos pareceres cada cual ha dado sus explicaciones y se explayado en justificaciones. El asunto viene de lejos. La discusión al respecto se pierde en la pátina del tiempo.

Entrar en disquisiciones religiosas es como hacer malabarismo en el filo de una navaja. Preferible es, en consecuencia, zanjar esas diferencias dejando los matices al albedrío de cada grupo de opinantes.

Para muchos, a través del fondo de los siglos, la Cuaresma y la Semana Santa han sido sinónimos de vida, muerte y resurrección del Divino Rabí de Galilea. Al mismo tiempo para no pocos representan un haz con destellos misteriosos y un foco de no pocas controversias.

Ello es comprensible si se toma en cuenta que la Cuaresma es un tiempo litúrgico que motiva la conversión de los creyentes para entrar con la alforja de creencias en la fiesta de la Pascua.

Aunque la filmografía universal tiene cientos de películas, largometrajes y documentales sobre la semana más dramática de Cristo (aquella en la cual hasta ateos lúcidos han reconocido que demostró con mayor intensidad su amor al prójimo), lo cierto es que la mayoría de esas obras de imágenes en movimiento son o alambicadas o simplistas y en no pocos casos mostrencas, en esta última vertiente por la torpeza de su contenido, lo cual no permite captar a plenitud la apasionante vida, la tumultuosa muerte (incluido el «ecce homo» de Poncio Pilato) y la sorprendente y secreta resurrección de Jesucristo.

Ante esa falencia cinematográfica sobre la vida, muerte y resurrección del Nazareno uno presume que hubiera sido formidable un filme hecho por dos católicos geniales, como fueron los italianos Cesare Zavattini y Vittorio De Sica.

«La Semana Santa es el tramo final de la Cuaresma», así de claro, y con su alta autoridad, lo dijo el Papa León Magno, el mismo que impulsó y proclamó que Cristo es «consustancial al Padre por su divinidad, consustancial a nosotros por su humanidad.»7

Monseñor Juan Félix Pepén Solimán, un sabio dominicano que dedicó su vida al sacerdocio católico, al criticar las deformaciones (que no ajustes acordes con una lógica evolución social) que se han ido produciendo en nuestro medio con relación a la Cuaresma, sentó cátedra a explicar que: «…la máscara con que nos encubrimos sólo puede engañar a los hombres. No a Dios, que todo lo sabe y todo lo ve y que penetra con su divina mirada hasta el fondo de nuestros corazones.»8

El gran prelado higüeyano Pepén Solimán, viendo y sufriendo esa realidad, acotó que: «Hay un patrimonio espiritual común en la humanidad y ese patrimonio resulta ser un tesoro que hay que cuidar y defender…»9

El misionero Emiliano Tardif, gran parte de cuyo apostolado religioso lo desarrolló en República Dominicana, acostumbraba a decir en sus múltiples intervenciones ante fieles cautivos por su verbo fácil y profundo que: «Cuando las cosas van bien, digo: «estamos en Domingo de Ramos». Si hay dificultades, simplemente afirmo: «estamos en Semana Santa.»10

Vista como una milenaria tradición eclesial, en la Cuaresma se dan como en ningún otro escenario del cristianismo «los conceptos y términos con los que la Iglesia reflexiona y elabora su enseñanza», tal y como proclamó el Papa Juan Pablo II.11

Es oportuno recordar que a través de los siglos se han publicado encíclicas, cartas papales, reflexiones colectivas de obispos escritas al alimón, exhortaciones de religiosos de las diferentes denominaciones en que se divide el arcoíris cristiano, obras teatrales, ensayos, tratados, novelas y hasta libros con acentuadas expresiones satíricas basadas en la época de Cuaresma y particularmente en la Semana Mayor.

Por ejemplo, El Arcipreste de Hita, cuyo verdadero nombre era Juan Ruiz, y cuya fama como poeta trascendió el Medioevo español, al escribir la que tal vez sea su producción literaria fundamental, el Libro del Buen Amor, hace un sabroso relato de la batalla entre Don Carnal, con su vida libidinosa y cargada de exagerados placeres; y doña Cuaresma, simbolizada en una existencia ajustada a la lógica de la austeridad y a modales inspirados en la tranquilidad de un espíritu sosegado.12

En dicha obra Doña Cuaresma salió con la victoria frente a Don Carnal, pero en la cotidianidad de la vida terrenal no siempre ocurre de ese modo. Así lo demuestra la historia de la humanidad.

Sobre ese tema, que es sal de la vida para los cristianos, cada grupo de creyentes le pone su propio acento y matices, aunque la esencia sea la misma.

En el 1975 la Sociedad Dominicana de Bibliófilos se encargó de unificar y publicar, en un tomo titulado Al Amor del Bohío, las separatas que en los años 1919 y 1927 había publicado el poeta Ramón Emilio Jiménez sobre costumbres dominicanas. Esa entidad cultural, que aglutina parte del saber criollo, hizo otra edición de dicha obra en octubre del 2001, en la que figura un relato del autor sobre La Cuaresma.

«En otro tiempo la conmemoración del santo ayuno revestía una gravedad que ahora no tiene…Los amantes no podían casarse en este tiempo…Las mozas tenían que confesarse y recibir el pan eucarístico…Penitencia y querencia repelíanse…Hoy se baila en cuaresma lo mismo que en carnaval. Antes no…El plato favorito de cuaresma son los «frijoles con dulces». También dejó plasmado el poeta Jiménez que gran parte del pueblo dominicano creía que cuando la «cuaresma es hembra» viene la lluvia y cuando es «macho» se apodera la sequía.13

Como se puede observar con la cita anterior, ya en el 1919 el referido bardo, y recopilador de tradiciones dominicanas, comprobaba cambios considerables en el país, en lo referente a las observancias y prácticas de la Cuaresma y la Semana Santa.

Otro escritor costumbrista dominicano, Eduardo Matos Díaz, evocando la Semana Santa en su niñez de principios del pasado siglo, hace una extensa radiografía de ese período especial de la cristiandad, en el ámbito criollo: «Entonces eran días de verdadero recogimiento, de meditación, de auténtica unción, cuando reinaba el más absoluto silencio…En las casas de familia, durante esos días santos, no se majaban especias, ni se barría, ni se hacía nada que pudiera hacer ruido…Por las calles no circulaba un solo vehículo…ni se oía un grito de la chiquillada, reinaba sólo el silencio. Se decía entonces que quien se bañaba en los días santos se volvía sirena o pez.»14

Por todas las transformaciones, con variantes de banalidad, que a través del tiempo han tenido la Cuaresma y la Semana Santa, es pertinente repetir que muchos «se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad…Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos….haciéndonos caer en el ridículo…»15

Nota bene: esta crónica reproduce en parte la publicada en este periódico por el autor el 28 de marzo del 2018.

Bibliografía:

1-Marcos.Capítulo 14, versículos 32 y siguientes. Biblia Latinoamérica. Editorial Verbo Divino, 1995.Nuevo Testamento.Pp136 y siguientes.

2-Rouco (biografía no autorizada).Ediciones B,S.A., Barcelona, España,2014.P157.José Manuel Vidal.

3-Génesis, capítulo 3, versículo 19. La Biblia.

4-Revista Heraldos del Evangelio No.164.pág.16.Marzo 2017.

5- Marcos. Capítulo 11, versículos 2 y siguientes. Biblia Latinoamericana. Editorial Verbo Divino, 1995.Nuevo Testamento, pp123 y 124.

6-La civilización del espectáculo. Santillana Ediciones Generales, 2012. p157.Mario Vargas Llosa.

7-Documento Pontificio, Año 461.Papa León I, el Magno.

8-La Palabra en Cuaresma. Editora Amigo del Hogar, 1982.Juan Félix Pepén Solimán.

9-Riqueza Del Espíritu, p11.. Impresora Amigo del Hogar, 1995. Juan Félix Pepén Solimán

10-Jesús está vivo, p29.Emiliano Tardif.

11-Carta Encíclica Fides et Ratio, p99. Impresora Amigo del Hogar, julio 1999. Juan Pablo II.

12- Libro del Buen Amor. Biblioteca Económica de Clásicos Castellanos. Juan Ruiz, El Arcipreste de Hita.

13-Al Amor del Bohío. Pp.242-245. Editora Búho. Octubre 2001. Ramón Emilio Jiménez.

14-Santo Domingo de Ayer. Págs.122-124. Editora Taller, diciembre 1985. Eduardo Matos Díaz.

15-Mensaje de Cuaresma 2018. Papa Francisco.

2019-04-17 22:30:43