MAYAGUEZ, Puerto Rico, el 11 de enero de 1839, nació RIO CAÑAS, Mayagüez, Puerto Rico, Eugenio María de Hostos, hijo de Eugenio De Hostos y Rodríguez y doña Hilaria de Bonilla Cintrón.
Fue bautizado en la Iglesia Nuestra Señora de La Candelaria de Mayaguez. Cursó los estudios primarios en el Liceo de la ciudad de San Juan y los secundarios en Bilbao, España. En Madrid estudió derecho.
De joven se distinguió como educador e independentista. La primera vez que vino a la República Dominicana fue en un barco que atracó en Puerto Plata, el 30 de mayo de 1875.
Al llegar a Puerto Plata se encontró con su compatriota, doctor Ramón Emeterio Betances. Allí Eugenio María de Hostos inició una amistad con el líder de la Guerra de la Restauración, General Gregorio Luperón, quien apoyaba la lucha por la Independencia de Puerto Rico.
En Puerto Plata, Eugenio María de Hostos se mantuvo hasta el 5 de abril de 1876, cuando salió del país. Retornó en 1879, al desembarcar en el Puerto de Santo Domingo.
En la capital dominicana fundó y dirigió la Escuela Normal. El 28 de septiembre de 1884, pronunció el discurso central del acto de investidura de los primeros maestros normales. En la ocasión, Eugenio María de Hostos sostuvo: «Sólo es digno de haber hecho el bien, o de haber contribuido a un bien, aquel que se ha despojado de sí mismo hasta el punto de no tener conciencia de su personalidad sino en la exacta proporción en que ella funcione como representante de un beneficio deseado o realizado».
Llamó la atención que era indispensable formar un ejército de maestros que, en toda la República, militara contra la ignorancia, contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie.
En el acto de investidura de los primeros maestros normales fue que pronunció una de las ideas que inmortalizan a su figura:
«Dadme la verdad, y os doy el mundo. Vosotros, sin la verdad, destrozaréis el mundo: y yo, con la verdad, con sólo la verdad, tantas veces reconstruiré el mundo cuantas veces lo hayáis vosotros destrozados. Y no os daré solamente el mundo de las organizaciones materiales: os daré el mundo orgánico, junto con el mundo de las ideas, junto con el mundo de los afectos, junto con el mundo del trabajo, junto con el mundo de la libertad, junto con el mundo del progreso, junto, -para disparar el pensamiento entero- con el mundo que la razón fabrica perdurablemente por encima del mundo natural.
Al concluir su discurso, auguró: «Ojalá que llegue pronto día en que la escuela sea el templo de la verdad, ante el cual se prosterne el transeúnte, como ayer se prosternó la campesina! Y entonces no la rechacéis con vuestras risas, no la amedrentéis con vuestra mofa; abridle más las puertas, abridle vuestros brazos porque la pobre escuálida es la personificación de la sociedad de las Antillas, que quiere y no se atreve a entrar en la confesión de la verdad».
Los primeros maestros normales graduados en la Escuela de Eugenio María de Hostos fueron Francisco José Peynado, Félix Evaristo Mejía, Arturo Grullón, Lucas T. Gibbes, José María Alejandro Pichardo y Agustín Fernández.
La Escuela Normal de Hostos celebró su segunda investidura el 2 de febrero de 1886. Se graduaron José Arismendy Robiou, Jesús María Peña, así como Barón y Rodolfo Coiscou.
De Hostos también pronunció un discurso en el acto de la primera investidura del Instituto de Señoritas, fundado con su orientación por la educadora y poetisa Salomé Ureña.
En el acto celebrado el 17 de abril de 1887, recibieron sus diplomas las primeras maestras normales de República Dominicana: Leonor María Fertz, Luisa Ozema Pellerano, Mercedes Laura Aguiar, Ana Josefa Puello, Altagracia Henriquez Perdomo y Catalina Pou.
En el discurso, dejó clara su idea de que la mujer tiene que participar en el desarrollo de la Nación: «Los maestros ya formados por la nueva doctrina son el presente; la lucha, su destino, su deber y su victoria es el presente. La maestra es el porvenir. Ella habla hoy, y se le escucha mañana. El niño, de sus labios persuasivos, oye para toda la vida la revelación de su destino, y para toda la vida aprende que el destino del género humano es producir la mayor cantidad de bien, la mayor cantidad de verdad, la mayor cantidad de armonía, la mayor cantidad de justicia».
El pensador mexicano Antonio Caso calificó a Eugenio María de Hostos como «la más alta página filosófica de la América española».
Para el historiador Emilio Rodríguez Demorizi: «La ingente obra de De Hostos en Santo Domingo fue de proyecciones tan alta y diversa que no es fácil empresa revelar los alcances que tuvo en las distintas esferas de las actividades nacionales.
Esa labor se extiende desde el hogar hasta la escuela, desde el aula hasta el periódico, desde las ejemplarizadoras enseñanzas humanistas hasta el continuo y patriótico empeño en coadyuvar en la solución de los problemas del país, y en contribuir en toda forma posible al progreso moral y material de la República.
«Hostos fue, principalmente, por todos sus altos medios, mental y espiritualmente, un ciudadano en alma y cuerpo consagrado al bienestar de la Nación».
El intelectual José Ramón López, el autor del ensayo «La Alimentación y la Raza», al referirse a la personalidad del educador destaca que cuando Hostos llegó al país como un apóstol de la instrucción, la clase intelectual dominicana tenía eminentes representantes, hombres de singular talento, que podían ser gloria de cualquier nación, pero que lo que no había, y él trajo, era objetivos útiles, altos ideales humanos”.
Para el civilista Santiago Guzmán Espaillat, Hostos fue un hombre extraordinario. «Si como maestro y pensador fue grande, como patriota fue el más grande de los dominicanos. Para librar a Quisqueya de los peligros que la amenazan su existencia se empeñó en darle lo que le falta: un ideal de civilización que realizar”.
Entre las obras de Hostos sobresalen las «Lecciones de Derecho Constitucional», la «Moral Social», la «Sociología», y su novela «La Peregrinación de Bayoan”.
En 1888, Eugenio María de Hostos viajó a Chile, donde hizo aportes a la educación. Residió allí y decidió retornar a República Dominicana, tras el asesinato del dictador Ulises -Lilís- Heureaux, ocurrido el 26 de Julio de 1899. Su retorno a República Dominicana, se produjo el día 6 de enero de 1900.
Residió en la capital dominicana hasta el día de su muerte, el día 11 de agosto de 1903. Fue sepultado el día siguiente.
El panegírico fue leído por su amigo, el educador Federico Henríquez y Carvajal. Fue en ese momento que expresó la frase:
«O América infeliz que sólo sabe de tus grandes hombres cuando son tus grandes muertos”.
Eugenio María de Hostos encomendó a sus amigos que dejaran sus restos aquí. Y que sólo fueran trasladados a Puerto Rico, luego que logre su independencia. Se guardan en el Panteón Nacional.