Gustavo Torres Grössling
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Opinión
26/09/2019
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Esta frase popular tiene dos padres (y quizás más). Uno se llama Georg Christoph Lichtenberg (1742 – 1799) que fue un científico y escritor alemán, y el otro es Jean-François Paul de Gondi, Cardenal de Ritz (Francia, 1613 – 1679), que en realidad escribió que _»una nación no siente el extremo de la miseria hasta que sus gobernantes han perdido toda vergüenza; porque ese es el instante en que los súbditos se despojan de todo respeto»_.
Sea quien fuere el autor, la frase nos trae directamente a nuestra realidad nacional. Una realidad dolorosa en donde los paraguayos y paraguayas nos sentimos rehenes, presos y presas de clanes familiares y castas políticas que nos gobiernan desde hace años sin que millones de paraguayos hayamos visto ningún cambio en nuestras vidas, en la de nuestros padres y abuelos y, peor aún, en la de nuestros hijos e hijas.
Lo peor de todo es que estos clanes nos venden sus verdades a través de sus medios de comunicación para que creamos lo que ellos quieren, nos venden la educación que ellos quieren que tengamos, nos explotan en sus empresas, nos vacían los bolsillos a través de sus bancos y financieras y nos estrangulan el derecho a una vida digna, a la alimentación, a la salud, a la vivienda, a la tierra y a una educación que nos brinde un horizonte de felicidad.
Nos han hecho creer que los derechos, en realidad, no los traemos con nosotros desde el nacimiento, sino que cada ciudadano debe «ganarse» esos derechos. Por tanto, nos han hecho creer que la Constitución Nacional es como un pedazo de carne que está colgando por sobre la cabeza de un perro y que, si queremos alcanzarla, debemos estar saltando eternamente para intentar dar manotazos para ver si cada tanto podemos hacernos con las migajas de algún derecho que sobra por ahí y que caiga al suelo para su disfrute.
Nos han hecho creer que los derechos no son públicos sino privados. Si querés estudiar, comprá la educación que quieras para vos y tus hijos; si querés una vivienda, comprála; si querés tierras, o lo comprás o no la vas a tener nunca; si querés tener buena salud, comprála, ahí tenés los hospitales, sanatorios y seguros privados que te van a dar la mejor salud que necesites. Porque si no tenés todo lo que por derecho deberías tener es porque no trabajaste lo suficiente, porque sos haragán o haragana y porque sos un paria que sólo está pendiente de lo que te pueda «regalar» el Estado. Sí, porque el derecho para estos clanes que nos gobiernan hace años es un «regalo». En definitiva, nos han hecho creer que la sociedad es un mercado, y no un lugar donde todos podemos desarrollarnos como personas. Si tenés plata tenés derechos, si no tenés, pues hacé más plata o te vas a morir sin nada.
La doble moral de estos clanes familiares que nos gobiernan y dirigen desde hace más de cien años, sostiene que la función del Estado no es la de garantizar derechos (al menos las de las personas), sino la de gestionar los negocios de las grandes empresas multinacionales y de los empresarios locales que nos traerán, por obra y gracia del libre mercado, la prosperidad y el desarrollo que necesitamos. Sin embargo, esa doble moral les permite utilizar todos los recursos disponibles, los aparatos burocráticos y las instituciones del propio Estado para garantizar a esos clanes familiares, a sus seguidores y sus familias, una vida que no la podrían encontrar en otro espacio que no sea el propio Estado. Porque el Estado no es garante de derechos (los nuestros), pero bien utilizan a ese mismo Estado para repartirse jugosas adjudicaciones, meter a parientes, amigos y la clientela en los ministerios, robar recursos de las instituciones públicas, traficar influencias para blanquear sus delitos, sostener «legalmente» sus esquemas de corrupción, y proteger a las mafias para que los negocios sigan eternamente.
Porque la verdad es lapidaria: estos clanes familiares, que construyeron una casta privilegiada de políticos millonarios, se enriquecieron con el dinero de la corrupción, de la impunidad, del narcotráfico, del contrabando, de la especulación financiera, de la compra-venta de tierras malhabidas durante la dictadura y a través de las mafias que operan en todos los niveles del Estado paraguayo.
Son estos clanes los que nos «dirigen». Y mientras nosotros estamos buscando una escuela, no la mejor si no la que al menos tenga sillas, pupitres y no tenga el techo caído, para que nuestros hijos aprendan al menos a leer y escribir, sus hijos e hijas, sus nietos y nietas, están estudiando en el extranjero, aprendiendo a dirigirnos como lo hacen sus padres. Y lo peor de todo, haciéndonos creer que al no ser una monarquía, nuestro país cambia de gobernantes cada cinco años de manera democrática.
Nuestro país, en manos de esta casta, no tiene nada más que esperar.
Con esta casta gobernándonos, ¿cómo podemos demandar honestidad y transparencia a los funcionarios públicos?, ¿Cómo podemos exigir eficiencia, profesionalidad y patriotismo a nuestras Fuerzas Armadas y policiales? ¿Con qué moral podemos reclamar a nuestros docentes la más alta entrega en la educación de nuestros compatriotas?, ¿Con qué ejemplo podemos pedir a los ciudadanos y ciudadanas el cumplimiento irrestricto de las leyes y la defensa de los intereses supremos de la república?
Mario Abdo Benítez es apenas el rostro visible de estos clanes, de esta casta saqueadora y acaparadora. Saqueadora porque nos han robado, excepto la dignidad, absolutamente todo, el futuro, los sueños de una patria justa donde todos tengamos cabida y no sólo unos pocos, todo. Acaparadora porque se han repartido absolutamente todo entre ellos y nos han dejado en la más absoluta pobreza a fuerza de vendernos la ilusión de un bienestar que nunca existió y nunca existirá mientras la misma casta nos siga gobernando.
En este escenario, en el cual tampoco faltan los falsos profetas que con un oportunismo escalofriante nos incitan a cintarear al oponente sin proponer una salida colectiva, necesitamos como pueblo tomar las riendas de la historia y comenzar a reescribirla. Una historia en la que las mayorías empobrecidas, trabajadoras y explotadas tomen las riendas del país y las conduzcan hacia la patria soñada por quienes se entregaron completamente por la causa de nuestra independencia, por nuestros abuelos y abuelas, y caminemos hacia un horizonte con derechos, con justicia y con dignidad para todos y todas.
Nuestro país no podrá reconstruirse con esta casta, con estos clanes familiares que nos tienen secuestrados. Nosotros, los trabajadores y trabajadoras estamos llamados a ser los próximos dirigentes de nuestro país.
Sólo entonces, cuando los excluidos de hoy sean los que dirijan mañana los destinos del país, los que mandan infundirán respeto, y los que obedecen no sentirán la vergüenza que hoy sentimos todos.
https://www.alainet.org/es/articulo/202345
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