(Pongámonos en movimiento siempre. Repostemos con pensamientos libres. Si acaso, vayamos a la rinconera del abuelo, para tomar aliento. Hagamos del instante, un servicio permanente. El tiempo, con su estación de ánimo, nos regalará las etapas)
I.- PENSAMIENTO LIBRE
Me gusta recluirme en el manto del silencio,
incluirme yo mismo a mi mismo para verme,
para escuchar el saludable latir del corazón,
para observar, sentir y comprender historias,
voces tan reales y vivas como la propia vida.
Emociona pensar en verso y sentirse poesía,
crecer y recrearse con la esencia del verbo,
enraizado a los anales del tiempo presente,
y arraigado a sus diferentes cultos anidados,
pues todo ser se mantiene de sus vivencias.
Experiencias que hemos de considerarlas,
para conseguir lenguajes que nos liberen,
para descubrir que nada sucede porque sí,
que todo es consecuencia de nuestro andar,
en firme búsqueda y en continuo restaurarse.
II.- EL DUEÑO DEL TIEMPO
Me propuse ser dueño del propio instante,
y descubrí lo difícil que es ponerse en ruta,
ante tanto camino desorientado y confuso,
ante tanta falsedad vertida que nos tritura,
haciéndonos marionetas sin alma ni cuerpo.
Tenemos que emerger de la noche curtidos,
sólo diestros al poder de la verdad del ser,
para concebirnos soberanos del momento,
partícula del instante precioso en camino;
capítulo creativo, parte del tiempo de Dios.
Nuestra es la expectativa y el saber discernir,
la ocasión serena de la espera sin desesperar,
es cuestión de persistir en la fibra del amor;
un don que se nos ha donado para siempre,
y que ha de reconducirnos hacia lo fecundo.
III.- LA RINCONERA DEL ABUELO
Con el paso de los años todo se vuelve bello,
todo se torna expresión de plácida sabiduría,
tripulación de nostalgias que nos aproximan,
equipaje de añoranzas que nos hacen retornar,
a lo recorrido y a lo que nos resta por recorrer.
Me deleita la histórica rinconera del anciano,
porque custodia la perenne memoria nuestra,
los trayectos vividos en conjunción con otros,
y los que se han quedado en el tintero sin más;
ávidos de forjar gesta, de alumbrar secuencia.
Ellos, los abuelos, son nuestras eternas raíces;
raíces que nos enraízan al ciclo de la esperanza.
Confieso que nada me puebla más veneración
y asombro que su mirada, más allá del ahogo,
en incesante caricia para que las llagas cesen.
Víctor Corcoba Herrero
20 de noviembre de 2021.-