Por Teófilo Lappot Robles
La Doctrina Monroe fue divulgada el 2 de diciembre de 1823 por el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica James Monroe.
Su principal redactor fue John Quincy Adams, entonces jefe de la diplomacia de dicho país y sucesor de Monroe.
Dicha doctrina es uno de los documentos más controversiales de política internacional, pues más allá de lo que dicen sus letras ha sido utilizada para cometer muchos abusos fuera de las fronteras de los EE.UU.
Su contenido revela la voluntad de los líderes estadounidenses de entonces de hacer frente a la hegemonía que durante siglos habían tenido las potencias de Europa en el continente llamado América.
Con ella pretendían sus editores, además, a su decir, frenar los propósitos de la llamada Santa Alianza, una coalición militar que en la segunda década del siglo XIX buscaba restaurar el absolutismo monárquico en algunos países europeos, con extensión a sus colonias ultramarinas.
En realidad la Doctrina Monroe se creó como una herramienta útil para convertir a los EE.UU. en el país más poderoso de la tierra.
Fue uno de los primeros símbolos de su naciente poder imperial. Para ellos era una especie de su toro Apis, solo que con más poder que aquel ser mitológico.
Contrario al pregón de que era un escudo de defensa para todos los países de América, lo que se buscaba era que los EE.UU. impusieran su predominio frente a los demás pueblos de esta parte del mundo.
Las bases fundamentales de la Doctrina Monroe quedaron sustentadas por conveniencia económica, geográfica, política y militar de los Estados Unidos de Norteamérica, bajo su lema nacional E Pluribus Unum (“de muchos, uno”).
La conocida metáfora del palo y la zanahoria (dar y quitar), convertida en un sonsonete por la diplomacia estadounidense, ha encontrado en dicha doctrina una suerte de apoyo permanente.
Al analizar los hechos históricos de las relaciones de los EE.UU. con las naciones de América Latina se comprueba que lejos de reivindicar la soberanía de sus vecinos lo que ha llegado del “norte revuelto y brutal” han sido muchos abusos.
El argumento propagandístico utilizado para materializar los propósitos que recorren de arriba abajo la Doctrina Monroe descansa en el epígrafe “América para los americanos.” Se trata de un sofisma que esconde la vocación geófaga del potente país norteamericano.
El objetivo real que subyace en esa doctrina era y es ampliar cada vez más las fronteras terrestres y marítimas del país que la produjo, y también incrementar su hegemonía sobre los países situados más abajo del Río Bravo.
Es por eso que el calificativo que mejor le ha encajado a ese cuerpo de doctrina, en el contexto de su realidad histórica, es “América para los norteamericanos.”
El ilustre Pedro Henríquez Ureña (llamado por Alfonso Reyes una reencarnación de Sócrates) pronunció en abril de 1921 una conferencia en la Universidad de Minnesota titulada Relaciones de Estados Unidos y el Caribe, en la cual criticó fuertemente la Doctrina Monroe, explicando las veces que se había utilizado para avasallar a los pueblos caribeños. Antes la había calificado, en un artículo de gran calado, como “la doctrina peligrosa.”
Como un aldabonazo que retumbó desde el Medio Oeste de los EE.UU. el referido polímata dominicano, al quejarse sobre el uso y abuso de la Doctrina Monroe, puntualizó lo siguiente:
“Los que no hayan vivido en un pequeño país independiente no conocen el sentimiento que existe en ellos de estar elaborando su propia vida, creando su propio tipo y modo de ser, creando constantemente. Cada nación pequeña tiene alma propia y lo siente.”1
Se impone precisar que el sistema político que siempre ha puesto en práctica el referido imperio tiene sus propios códigos. Tal vez por eso dicha doctrina originalmente tuvo poco eco en el Congreso de esa apabullante nación. No pasó por el cedazo de una posible incorporación como materia legislativa.
Aparentemente fue dejada de lado, pero seguía ahí como algo en estado larvario; como un cuerpo teórico cuyo contenido podía ser llevado a la práctica en cualquier circunstancia, tal y como ha ocurrido muchas veces a lo largo del tiempo, para perjuicio de los pueblos latinoamericanos
Los hechos posteriores demuestran con claridad meridiana que ese desinterés congresual sobre las proyecciones de la Doctrina Monroe no estuvo presidido por una vocación de apego, por ejemplo, a los conceptos trazados en el 1690 por John Locke en su obra titulada Tratado de gobierno civil. Tampoco lo fue atendiendo a las reflexiones que en el 1748, dentro de la Ilustración francesa, difundió Montesquieu en su clásico libro Espíritu de las Leyes.
Las argucias contenidas en la Doctrina Monroe a veces aparecen agachadas en un bosque de grandes árboles, como cuando se ha alegado que la misión de los EE.UU. es proteger a los países débiles de esta parte de la tierra.
En ocasiones una ventisca parece sacar las mentiras de ese texto a una sabana abierta, con simples manchas de vegetación. Es cuando el rutinario intervencionismo estadounidense se presenta con sus mil caras conocidas, siempre sin ningún hilo justificativo para imponer sus intereses. Ejercen el papel auto asignado de policía del mundo.
En la Doctrina Monroe, por lo que en ella se dice y por lo que con ella como excusa se ha hecho, puede estar la clave para entender al gran escritor colombiano Germán Arciniegas cuando en el 1982, desde La Sorbona, en París, Francia, proclamó con gran énfasis, en su conferencia titulada América es un ensayo, que:
“De todos los personajes que han entrado a la escena en el teatro de las ideas universales, ninguno tan inesperado ni tan extraño como América…Nuestra América sigue siendo un problema, y no es posible para nosotros escapar a sus tentaciones y desafíos.”2
El estudio de los hechos concernidos a la Doctrina Monroe demuestra que en su primera etapa, como instrumento pionero de manipulación y negocios de los EE.UU., sirvió de plataforma para el intercambio de favores con algunos de los imperios europeos que incidían en los países del mar Caribe y de Sudamérica. Fue lo contrario a lo que se pregonaba desde las oficinas gubernamentales de la ciudad de Washington.
Esa verdad irrefutable era una continuación de la política de falsa neutralidad levantada por los EE.UU. en momentos en que varios países de América Latina luchaban por su emancipación de los colonizadores europeos. Entonces no existía la susodicha doctrina.
Esa “neutralidad” fue echada por tierra cuando se produjo un incidente naval en el río Orinoco, en el año1817, donde fueron capturadas y confiscadas por órdenes de Simón Bolívar las goletas estadounidenses Tigre y Libertad, las cuales estaban cargadas de armas, municiones y vitualla para tropas colonialistas españolas acantonadas en la zona.
Es oportuno señalar que salvo los aludidos quid pro quo con Inglaterra, España o Francia, la Doctrina Monroe no se aplicó abiertamente, por razones internas y externas, durante las administraciones sucesivas de los presidentes Monroe, Adams, Jackson, Van Buren, Harrison y Tyler.
Quizás fue esa aparente dejadez la que llevó al historiador bostoniano Dexter Perkins a escribir que la Doctrina Monroe: “Se la comentó raras veces en los diarios”, ampliando que en Europa “existía una clara disposición a atribuir el mensaje a las exigencias de la política nacional…”3
Bibliografía:
1-Pedro Henríquez Ureña. Obras Completas. Tomo V(1921-1925).Editor UNPHU,1974.P288 y 289.
2-América Ladina. Impresora Progreso, México, 1993. Pp331-340. Germán Arciniegas.
3-Historia de la Doctrina Monroe. Editorial Eudeba, Argentina, 1964. Dexter Perkins.
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