SANTO DOMINGO, el 28 de septiembre de 1884, el educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos, sostuvo que desarrollar en los niños la razón, nutriéndola de realidad y de verdad, es desenvolver en ellos el principio mismo de la moral y la virtud. Expresó su criterio al pronunciar el discurso central en la primera investidura de maestros normales de la República Dominicana, que celebró la Escuela Normal que había fundado en la ciudad de Santo Domingo.
Dijo que la moral no se funda más que en el reconocimiento del deber por la razón; y la virtud no es más ni menos que el cumplimiento de un deber en cada uno de los conflictos que sobrevienen de continuo entre la razón y los instintos.
A su juicio, lo que tenemos de racionales vence entonces a lo que tenemos de animales, y eso es virtud, porque eso es cumplir con el deber que tenemos de ser siempre racionales, porque eso es la fuerza (virtus), la esencia constituyente, la naturaleza de los seres de razón.
Al pronunciar el discurso central del acto, el maestro Hostos también hizo alusión a los ataques de que fue objeto por el proyecto que desarrolló en la ciudad de Santo Domingo:
«Han sido tantas, durante estos cuatro años de prueba, las perversidades intentadas contra el director de la Escuela Normal, que acaso se justificaría la mal refrenada indignación que ahora desbocara sobre ellas.
«Pero no: no sea de venganza la hora en que triunfa por su misma virtud una doctrina. Sea de moderación y gratitud».
Eugenio María de Hostos expresó: «Sólo es digno de haber hecho el bien, o de haber contribuido a un bien, aquel que se ha despojado de sí mismo hasta el punto de no tener conciencia de su personalidad sino en la exacta proporción en que ella funcione como representante de un beneficio deseado o realizado».
Llamó la atención que era indispensable formar un ejército de maestros que, en toda la República, militara contra la ignorancia, contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie.
Al resaltar la significación de la educación dijo que todas las revoluciones se habían intentado en la República, menos la única que podía devolverle la salud. «Estaba muriéndose de falta de razón en sus propósitos, de falta de conciencia en su conducta y no se le había ocurrido restablecer su conciencia y su razón.
«Los patriotas por excelencia que habían querido completar con la restauración de los estudios la restauración de los derechos de la patria, en vano había dictado reglamentos, establecidos cátedras, favorecido el derecho intelectual de la juventud y hasta formado jóvenes que hoy son esperanzas realizadas de la patria: o sus beneméritos esfuerzos se anulaban en la confusión de las pasiones anárquicas, o la falta de un orden y sistema impedía fructificara por completo su trabajo venerando».
En opinión de Eugenio María de Hostos: «La anarquía, que no es un hecho político sino un estado social, estaba en todo, como estaba en las relaciones jurídicas de la nación; y estuvo en la enseñanza y en los instrumentos personales e impersonales de la enseñanza.
«Para que la República convaleciera, era absolutamente indispensable establecer un orden racional en los estudios, un método razonado en la enseñanza, la influencia de un principio armonizador en el profesorado, y el ideal de un sistema superior a todo otro, en el propósito mismo de la educación común.
En el acto de investidura de los primeros maestros normales fue que Eugenio María de Hostos pronunció una de las ideas que inmortalizan a su figura:
«Dadme la verdad, y os doy el mundo…
«Dadme la verdad, y os doy el mundo. Vosotros, sin la verdad, destrozaréis el mundo: y yo, con la verdad, con sólo la verdad, tantas veces reconstruiré el mundo cuantas veces lo hayáis vosotros destrozados. Y no os daré
solamente el mundo de las organizaciones materiales: os daré el mundo orgánico, junto con el mundo de las ideas, junto con el mundo de los afectos, junto con el mundo del trabajo, junto con el mundo de la libertad, junto con el mundo del progreso, junto, -para disparar el pensamiento entero- con el mundo que la razón fabrica perdurablemente por encima del mundo natural.
Al concluir su discurso, Eugenio María de Hostos auguró: «Ojalá que llegue pronto el día en que la escuela sea el templo de la verdad, ante el cual se prosterne el transeúnte, como ayer se prosternó la campesina! Y entonces no la rechacéis con vuestras risas, no la amedrentéis con vuestra mofa; abridle más las puertas, abridle vuestros brazos porque la pobre escuálida es la personificación de la sociedad de las Antillas, que quiere y no se atreve a entrar en la confesión de la verdad».
Los primeros maestros normales graduados en la Escuela de Eugenio María de Hostos, fueron Francisco José Peynado, Félix Evaristo Mejía, Arturo Grullón, Lucas T. Gibbes, José María Alejandro Pichardo y Agustín Fernández.
La Escuela Normal de Hostos celebró su segunda investidura el 2 de febrero de 1886. Se graduaron José Arismendy Robiou, Jesús María Peña, así como Barón y Rodolfo Coiscou.
Eugenio María de Hostos también pronunció un discurso en el acto de la primera investidura del Instituto de Señoritas, fundado bajo su orientación por la educadora y poetisa Salomé Ureña.
En el acto celebrado el 17 de abril de 1887, recibieron sus diplomas las primeras maestras normales de la República Dominicana: Leonor María Fertz, Luisa Ozema Pellerano, Mercedes Laura Aguiar, Ana Josefa Puello, Altagracia Henríquez Perdomo y Catalina Pou.
En el discurso Eugenio María de Hostos dejó clara su idea de que la mujer tiene que participar en el desarrollo de la Nación:
«Los maestros ya formados por la nueva doctrina son el presente; la lucha, su destino, su deber y su victoria es el presente. La maestra es el porvenir. Ella habla hoy y se le escucha mañana. El niño, de sus labios persuasivos, oye para toda la vida la revelación de su destino, y para toda la vida aprende que el destino del género humano es producir la mayor cantidad de bien, la mayor cantidad de verdad, la mayor cantidad de armonía, la mayor cantidad de justicia».
En el año 1888, Eugenio María de Hostos viajó a Chile, donde hizo aportes a su educación. Residió allí hasta que se produjo el asesinato del dictador Ulises -Lilís- Heureaux. Su retorno a República Dominicana, se produjo el día 6 de enero de 1900.
Residió en la ciudad de Santo Domingo, hasta el día de su muerte, el 11 de agosto de 1903. Sus restos fueron sepultados el día siguiente. El panegírico fue leído por su amigo, el educador Federico Henríquez y Carvajal. Fue en ese momento que expresó la frase: «O América infeliz que sólo sabe de tus grandes hombres cuando son tus grandes muertos».
Eugenio María de Hostos encomendó a sus amigos que dejaran sus restos en la República Dominicana. Y que sólo fueran trasladados a Puerto Rico, si la isla logra su independencia.
Eugenio María de Hostos nació en Mayagüez, Puerto Rico, el 11 de enero de 1839. La primera vez que vino a la República Dominicana fue en un barco que atracó en Puerto Plata, el día 30 de mayo de 1875.
Al llegar a Puerto Plata se encontró con su compatriota, doctor Ramón Emeterio Betances. Allí Eugenio María de Hostos inició una amistad con el líder de la Guerra de la Restauración, General Gregorio Luperón, quien apoyaba la lucha por la Independencia de Puerto Rico, que era ocupada por Estados Unidos desde el año 1898, cuando le ganó la Guerra Hispanoamericana a España.
En Puerto Plata, Eugenio María de Hostos se mantuvo hasta el 5 de abril de 1876, cuando salió del país. Retornó en el año 1879, al desembarcar en el Puerto de Santo Domingo.
En la ciudad de Santo Domingo, concentró sus esfuerzos en la fundación y desarrollo de la primera Escuela Normal.
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