Texto: Angela Peña
Martínez Reyna nació en Santiago de los Caballeros el siete de julio de 1885 Era hijo de Manuel de Jesús Martínez y Carolina Reyna. El dato de su matrimonio lo consigna en sus memorias su pariente Conina Mainardi viuda Cuello.
Pedro R. Batista C., quien parece haberlo conocido, escribió en la revista “Mundo Antillano”, de su propiedad, que los Martínez Reyna vivían en “Las Rosas”, un solar donde después estuvo el teatro Ideal, de Mario Schiffino, y que el poeta dirigía una “sala de clases privadas” de primaria que sostenían comerciantes apolíticos. Daba también clases nocturnas a domicilio.
Cuenta que era “contrario al régimen de los Rojos y de manifiesta vinculación con los Azules”. Varias veces “se vio compelido a abandonar las clases y esconderse”.
Militando en el jimenismo o “partido Bolo o Azul” participó en pequeñas y grandes campañas, apunta y relata que durante la revolución de 1912 contra Eladio Victoria, Martínez Reyna fue herido gravemente “en la batalla de ‘Carrera de Palmas’, entre la Sabana de Río Verde y la vertiente del Santo Cerro, en La Vega, herida que lesionó uno de sus pulmones y de la que padeció el resto de su vida”.
Revela su exitosa faceta de negociante. “Así como era delicado en la inspiración del verso, era recio, fuerte de carácter y vehemente para las empresas”, refiriéndose a un comercio de mercancías y provisiones que estableció “en el Callejón Ex convento”.
Desempeñó los cargos de secretario de Estado de Justicia e Instrucción Pública y fue procurador fiscal de Moca.
El líder. Pero en la actividad que más se distinguió Martínez Reyna fue en la política. Desocupado el territorio dominicano luego de la intervención norteamericana, en 1924, dirigió la campaña de Horacio Vásquez en Santiago y la región del Cibao y el Partido Nacional ganó las elecciones. A partir de entonces, el liderazgo de Martínez Reyna solo se extinguió con su muerte.
Entre 1915 y 1930 El Diario, de Santiago; Listín Diario y La Opinión, de Santo Domingo, reseñan persecuciones, juicios, encarcelamientos, asedios a Martínez Reyna, pero más que nada exaltaciones a su figura.
Sin embargo, muchos de los que en vida le dedicaron lauros, se convirtieron después en leales trujillistas. Luego de su muerte solo Virgilio Almánzar tuvo la valentía de publicar una “Ofrenda póstuma a mis hermanos José Virgilio Martínez Reyna y Altagracia Almánzar de Martínez”, el cinco de julio de 1930.
Aunque algunos autores, como Robert D. Crassweller, afirman que el asesinato se debió a que este había enterado a Horacio Vásquez de las tramas desleales de Trujillo, por lo que el tirano en ciernes le guardaba “un odio feroz”, lo cierto es que también pudo influir el evidente liderazgo de que gozaba en todo el país. En “Crónicas de San José de las Matas”, Piero Espinal Estévez reproduce algunas de estas manifestaciones populares y viejos residentes de esa comunidad, que lo conocieron y vivieron el cruel asesinato, lo testimoniaron a quien escribe.
La vieja afección pulmonar aquejaba a Martínez, que padeciendo fuertes fiebres se retiró a su quinta de San José de las Matas a recuperarse. “El general José Estrella recibió el encargo de ordenar el asesinato. Matones y algunos presidiarios seleccionados para el caso” rompieron la puerta, penetraron en la casa “y en su propio lecho, inerme, ultimaron a tiros y machetazos al líder del horacismo santiaguero” el 1 de junio de 1930. La esposa quiso escudarlo con su cuerpo de las balas asesinas pero ellos no tuvieron compasión. “Quedó tendida con heridas graves junto al cadáver del esposo. Murió al día siguiente después de abortar”. Los tres fueron enterrados en Santiago.
El 19 de noviembre de 1934 Luis Silverio Gómez publicó un artículo defendiéndose y Rafael Mainardi hijo y Virgilio Mainardi, exiliados en La Habana, escribieron en “El Crisol”: “Toda la familia de Estrella Ureña continúa al servicio de Trujillo y entre todos se destacan José Estrella y su hijo Tomás, como los criminales más bárbaros de la tiranía… Estrella Ureña que no se parapete en un analfabeto criminal como el tal Luis Silverio Gómez con quien no podemos beligerar públicamente. Cuantas veces nos ladren los perros, castigaremos al amo”.
En noviembre de 1940 el Listín publicó que la justicia de Santiago trabajaba en el esclarecimiento del crimen. Fueron acusados y encerrados en la fortaleza San Luis de Santiago, Francisco Antonio Veras (Pichilín) y Onofre Torres, quienes “asaltaron la casa y perpetraron el asesinato” (estos nombres y el de José Estrella están grabados en la memoria de octogenarios de las Matas). También Rafael Estrella Ureña, Tomás Estrella, Luis Silverio Gómez, Juan Camilo Arias, Mateo Salcedo y Nicolás Peña. Silverio “se suicidó” en la celda.
La implicación de Estrella Ureña se debió a que cuando fue a investigar el suceso descubrió que su tío era el autor principal y “no mencionó más aquella horrenda tragedia”. Por eso Trujillo, ya su enemigo, lo hizo cómplice. También fue encarcelado el licenciado Víctor Castellanos Ortega, acusado de sustraer documentos relativos al caso.
En 1941 se declaró prescrita la acción y los imputados salieron en libertad. Estrella Ureña se fue al exilio, regresó enfermo y murió durante el trujillato