Cultura, Portada

SEMANA SANTA Y LA COVID-19

Por Teófilo Lappot Robles

Igual que el año pasado esta Semana Santa encuentra al mundo en una situación anómala, por múltiples razones, todas centradas en una enfermedad llamada por la Organización Mundial de la Salud La Covid-19, producida por un coronavirus que la humanidad no había padecido.

Los expertos señalan que se trata de un repelente virus que los científicos y expertos en diversas ramas de la medicina tienen más de un año batallando  contra sus efectos.

Luego de que especialistas de la más alta formación lograron descodificar dicho virus se están produciendo en varios laboratorios vacunas con el propósito de quitarle de encima a la población mundial tan terrible desgracia, pero todavía la vulnerabilidad es alta.

Se cree que el nuevo mal que mantiene bajo terror al mundo podrá ser domeñado con las vacunas, el distanciamiento de las personas y con rigurosas prácticas de higiene personal. 

Después de un año y pico de que apareciera de sorpresa esa calamidad mundial todavía hay personajes, especialmente algunos presidentes de países, que siguen dando bandazos negando la realidad de sus efectos mortales. Son incapaces de salirse del guion de sus mentiras redomadas. 

La pandemia del coronavirus ha causado cientos de miles de muertos y millones de personas en diferentes lugares del mundo están sufriendo sus ataques no pocas veces mortales.

No obstante haber comenzado una masiva vacunación mundial, lo cual es positivo desde cualquier punto de vista, no acaba de producirse la llamada “curva de descenso” de la pandemia del susodicho coronavirus.  

En términos sanitarios La Covid-19 ha sido el más devastador ataque que el mundo ha sufrido en tiempos modernos.

Sus severos efectos presentes y futuros se proyectan también con impactos negativos más graves que las dos guerras mundiales de la primera mitad del siglo pasado, puesto que aunque entonces hubo combatientes de varios lugares de la tierra, lo cierto fue que ellas tuvieron un radio de acción en Europa, algunos países de Asia y una parte del Magreb, en el Norte de África.

Esta enemiga esquiva corre a velocidad de crucero y la humanidad no ha podido neutralizarla, aunque hay firmes esperanzas de que pueda erradicarse con las vacunas, si las mismas se acompañan con medidas de seguridades individuales.

Mientras tanto la realidad es que desde hace más de un año gran parte de la locomotora económica, educativa, social y religiosa del mundo está  paralizada, con múltiples vagones en posición de descanso forzoso.

La Semana Mayor o Semana Santa, que dentro de la Cuaresma comienza el Domingo de Ramos y termina el Domingo de Resurrección, ha encontrado este año a cientos de millones de cristianos en una calamitosa situación. Así también ocurrió el año pasado.

La Semana Santa es el período más intenso de la vida terrenal de Jesús de Nazaret, con su pasión, muerte y resurrección.

Esos tres temas, tan significativos en el mundo de la creencia religiosa, ocurrieron hace más de dos mil años en el valle de Cedrón, que es donde se ubican geográficamente el monte de los Olivos, el huerto de Getsemaní y el cerro  de Gólgota.

Jesucristo, sin quizás, es la figura más apasionante de la humanidad, especialmente para los creyentes cristianos, pero también de gran interés y curiosidad reflexiva para aquellos que no lo son. 

El Rabí de Galilea incluso ha sido centro de juicios de valor para muchos ateos y agnósticos, básicamente para aquellos de éstos que han profundizado en meditaciones filosóficas y teológicas, aunque no lleguen a coincidir con Pablo de Tarso, en aquella aguda reflexión suya: “para nosotros, sin embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos para él…”1 

Pongo como ejemplo de lo anterior al filósofo e historiador escocés David Hume quien en su obra Ensayos Políticos, y en otros textos suyos, al establecer que el politeísmo “fue la primera religión de los seres humanos”, nunca planteó con desdén la connotación que en la mente de millones de seres humanos ha tenido la esplendente personalidad de Jesucristo.

Coincidiendo así el ilustre escocés con lo que 18 siglos atrás había analizado y difundido el filósofo judaico Filón de Alejandría, quien desglosó con gran rigor el politeísmo. Él era de religión judía pero fue asimilado como propio por el cristianismo, entonces incipiente.

No tocaré ahora lo que dijo sobre temas vinculados a lo precedente Karl Popper, el famoso filósofo  de origen austríaco, al abordar sobre las vertientes espirituales del ser humano.

La figura de Jesucristo no fue ajena a los análisis de Popper, al menos en lo concerniente a la trascendencia de los ideales y en el plano de la ontología, aunque con sus razonamientos siempre profundos, singularmente en su libro La Lógica de la investigación científica, se centrara más en la cosmogonía, en contraposición del filólogo y filósofo francés Ernest Renan que abordó la figura de Jesucristo con una visión antropológica que le permitió decir retóricamente: “Entre tú y Dios ya no se hará distinción.”

Este año, como  también el pasado, los rituales de Semana Santa han sido modificados. Lo que se conoce como el Triduo Pascual no se desarrollará como es habitual, con templos repletos de feligreses. 

Pienso oportuno reproducir en parte lo que publiqué anteriormente, en este mismo periódico, sobre la Semana Santa.

El período de siete días, que abarca desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, llamado por millones de personas como la Semana Mayor, tiene una importancia extraordinaria en la creencia religiosa de la humanidad.

Marcos, el sabio primer obispo de Alejandría, describió con singular maestría la Pasión de Cristo, cuando en Getsemaní les dijo a sus discípulos con una premonición perfecta: «Siento en mi alma una tristeza de muerte.Quédense aquí y permanezcan despiertos.»2

La pasión de Cristo, con su infinita estela de reverencia por el torturante sacrificio que padeció, es el punto central de la Cuaresma y la esencia más que granítica de la Semana Santa.

Se trata del universo fascinante del alma, con sus clásicos enemigos que la filosofía del Cristianismo centró desde los tiempos más remotos en el demonio, la carne y el mundo.

Varios teólogos y canonistas de formación ascética (aferrados a pie juntillas a los textos del misal y del breviario, que ellos consideraban taxativos, así como a la simbología inalterable del pontifical y el ritual) plantearon hace siglos, y algunos los proyectan al presente, que en el campo espiritual el concepto mundo se combate obliterando «pompas y vanidades»; al demonio se le frena «con oración y humildad»; pero el tema de la carne, que digo aquí es como un caballo de gran alzada y encabritado, sólo se frena «con disciplinas, ayunos y mortificaciones.»

Muchos creen que la fidelidad al mensaje de Cristo se limita al «mobiliario litúrgico: púlpito, confesionario, alcancías o cepillos petitorios, estatuas, imágenes…»3

La realidad cristológica es que la figura cuya pasión, calvario, martirio y muerte se conmemoran con mayor énfasis en estos días es más que lo referido en el párrafo anterior.

Por eso se puede decir que para creyentes cristianos: católicos, coptos, ortodoxos, anglicanos y algunas denominaciones protestantes como los adventistas y pentecostales, la Cuaresma y la Semana Santa tienen un significado especial, con un impacto social que ha logrado sobrepasar la hoja marchita del tiempo con sus inexorables cambios.

En el ámbito del catolicismo se tiene como inicio institucional de la celebración de ese tiempo particular que es la Cuaresma el año 314, fecha en que se celebró el Concilio de Arlés, en la francesa región de Provenza.

Las primeras normas para los rituales cuaresmales surgieron, empero, en el Concilio de Nicea, en el año 325, en medio de los restos de las civilizaciones de los hititas y los cimerios, en la Turquía entonces bajo el Imperio Romano.

Aunque al compás de la evolución social se han producido ciertos cambios entre los católicos, lo cierto es que los inmovilistas han logrado una especie de quietismo místico, con posturas teológicas ancladas en etapas preconciliares del catolicismo.

Lo anterior se comprueba al observar que las principales ceremonias, y la parte más notoria de la simbología de la Cuaresma y de la Semana Santa, a lo interno de las iglesias, se han conservado sin cambios significativos, comenzando por el ritual de la colocación de la ceniza en la frente. Esto último se interpreta como una reminiscencia del Génesis: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás.»4

Teólogos tan famosos como Rhaner, Congar, Ratzinger, Küng, Scola y muchos pensadores del credo cristiano están en consonancia al plantear que el miércoles de ceniza es la entrada a la liturgia de la Cuaresma.

En esa misma línea, aunque con notables gradaciones, el filósofo católico Jacques Maritain, en su famoso discurso sobre «Las condiciones Espirituales para el Progreso y la Paz», y en otros ensayos suyos, al abordar parcialmente el tema del ritualismo religioso se acoraba en el realismo de Santo Tomás de Aquino para proclamar «esa misteriosa fuente de la juventud que es la verdad.»

Los Heraldos del Evangelio, creados en el seno de la iglesia católica bajo la sabia y consagrada inspiración de monseñor Joao Scognamiglio Clá Dias, sostienen que la Cuaresma se define como una época de «cuarenta días de combate espiritual en los que se nos invita a rechazar las seducciones del mundo…»5

Otra cosa muy diferente a lo anterior es lo que ocurre fuera de los templos, donde los pueblos, incluyendo los creyentes cristianos de cualquier lugar del mundo, han ido variando la ortodoxia o al menos la antigua forma de vivir la Cuaresma y la Semana Mayor.

En algunos casos hasta se ha diluido el hecho histórico único en el que el hijo de Dios, por claro designio superior, se despojó de su rango con categoría divina y permitió su crucifixión en el Gólgota.

Ello dicho al margen de que el evangelista sinóptico Marcos atribuye a Jesús ordenar, desde la falda del monte de los Olivos, la toma del burro en cuyo lomo entró a Jerusalén, y para eso usó para sí el título de Señor, que para entonces se reservaba al emperador. «Si alguien les pregunta: ¿Por qué hacen eso?, contesten: El señor lo necesita…»6

La evolución de las costumbres no significa que todo está perdido en ese aspecto de la vida pía, pues hasta un declarado agnóstico como Mario Vargas Llosa sostiene que «en la era posmoderna la religión no está muerta y enterrada ni ha pasado al desván de las cosas inservibles: vive y colea, en el centro de la actualidad.»7

La Cuaresma es el período en el cual se recuerdan los 40 días que tuvo Jesús en el desierto de Judea, en un formidable ejercicio personal para probar su fe.

Algunos investigadores de diferentes disciplinas, como teólogos, filósofos, sociólogos y antropólogos han agregado que con la vigencia universal de la Cuaresma también se trata de mantener presente la socorrida tesis de los 40 días del diluvio universal, los 40 años de la marcha forzosa que padeció en pleno desierto el pueblo de Israel y, además, se le agregan los 400 años de esclavitud impuesta por los egipcios a los judíos.

Lo cierto e irrefutable es que para cientos de millones de personas el tiempo cuaresmal rompe con lo cotidiano, provocando en los creyentes una mayor animación espiritual. Y así fue también para miles de millones de seres humanos que ya pasaron por la tierra.

Para muchos el final de la Cuaresma abre paso a la Semana Santa. Otros han escrito y sostenido que el tiempo cuaresmal abarca 46 días.

Lo cierto es que sobre ambas temporadas especiales dentro del cristianismo no hay unificación de criterio sobre su inicio y término.

Para unos la Semana Santa abarca desde el domingo de ramos (cuando Jesús entra a Jerusalén en un pollino, acorde con el relato del evangelista Juan, y como muchos siglos después pintó Giotto, el genial artista florentino propulsor del Renacimiento, en un hermoso fresco en una capilla de la ciudad italiana de Padua) hasta el sábado santo.

Para otros esa conmemoración comienza el Viernes Santo y concluye el Domingo de Resurrección. Para sostener dichos pareceres cada cual ha dado sus explicaciones y se ha explayado en justificaciones. El asunto viene de lejos. La discusión al respecto se pierde en la pátina del tiempo.

Entrar en disquisiciones religiosas es como hacer malabarismo en el filo de una navaja. Preferible es, en consecuencia, zanjar esas diferencias dejando los matices al albedrío de cada grupo de opinantes.

Para muchos, a través del fondo de los siglos, la Cuaresma y la Semana Santa han sido sinónimos de vida, muerte y resurrección del Divino Rabí de Galilea. Al mismo tiempo para no pocos representan un haz con destellos misteriosos y un foco de no pocas controversias.

Ello es comprensible si se toma en cuenta que la Cuaresma es un tiempo litúrgico que motiva la conversión de los creyentes para entrar con la alforja de creencias en la fiesta de la Pascua.

Aunque la filmografía universal tiene cientos de películas, largometrajes y documentales sobre la semana más dramática de Cristo (aquella en la cual hasta ateos lúcidos han reconocido que demostró con mayor intensidad su amor al prójimo), lo cierto es que la mayoría de esas obras de imágenes en movimiento son o alambicadas o simplistas y en no pocos casos mostrencas, en esta última vertiente por la torpeza de su contenido, lo cual no permite captar a plenitud la apasionante vida, la tumultuosa muerte (incluido el «ecce homo» de Poncio Pilato) y la sorprendente y secreta resurrección de Jesucristo.

Ante esa falencia cinematográfica sobre la vida, muerte y resurrección del Nazareno uno presume que hubiera sido formidable un filme hecho por dos católicos geniales, como fueron los italianos Cesare Zavattini y Vittorio De Sica.

«La Semana Santa es el tramo final de la Cuaresma», así de claro, y con su alta autoridad, lo dijo el Papa León Magno, el mismo que impulsó y proclamó que Cristo es «consustancial al Padre por su divinidad, consustancial a nosotros por su humanidad.»8

Monseñor Juan Félix Pepén Solimán, un sabio dominicano que dedicó su vida al sacerdocio católico, al criticar las deformaciones (que no ajustes acordes con una lógica evolución social) que se han ido produciendo en nuestro medio con relación a la Cuaresma, sentó cátedra a explicar que: «…la máscara con que nos encubrimos sólo puede engañar a los hombres. No a Dios, que todo lo sabe y todo lo ve y que penetra con su divina mirada hasta el fondo de nuestros corazones.»9

El gran prelado higüeyano Pepén Solimán, viendo y sufriendo esa realidad, acotó que: «Hay un patrimonio espiritual común en la humanidad y ese patrimonio resulta ser un tesoro que hay que cuidar y defender…»10

El misionero Emiliano Tardif, gran parte de cuyo apostolado religioso lo desarrolló en República Dominicana, acostumbraba a decir en sus múltiples intervenciones ante fieles cautivos por su verbo fácil y profundo que: «Cuando las cosas van bien, digo: «estamos en Domingo de Ramos». Si hay dificultades, simplemente afirmo: «estamos en Semana Santa.»11

Vista como una milenaria tradición eclesial, en la Cuaresma se dan como en ningún otro escenario del cristianismo «los conceptos y términos con los que la Iglesia reflexiona y elabora su enseñanza», tal y como proclamó el Papa Juan Pablo II.12

Es oportuno recordar que a través de los siglos se han publicado encíclicas, cartas papales, reflexiones colectivas de obispos escritas al alimón, exhortaciones de religiosos de las diferentes denominaciones en que se divide el arcoíris cristiano, obras teatrales, ensayos, tratados, novelas y hasta libros con acentuadas expresiones satíricas basadas en la época de Cuaresma y particularmente en la Semana Mayor.

Por ejemplo, El Arcipreste de Hita, cuyo verdadero nombre era Juan Ruiz, y cuya fama como poeta trascendió el Medioevo español, al escribir la que tal vez sea su producción literaria fundamental, el Libro del Buen Amor, hace un sabroso relato de la batalla entre Don Carnal, con su vida libidinosa y cargada de exagerados placeres; y doña Cuaresma, simbolizada en una existencia ajustada a la lógica de la austeridad y a modales inspirados en la tranquilidad de un espíritu sosegado.13

En dicha obra Doña Cuaresma salió con la victoria frente a Don Carnal, pero en la cotidianidad de la vida terrenal no siempre ocurre de ese modo. Así lo demuestra la historia de la humanidad.

Sobre ese tema, que es sal de la vida para los cristianos, cada grupo de creyentes le pone su propio acento y matices, aunque la esencia sea la misma.

En el 1975 la Sociedad Dominicana de Bibliófilos se encargó de unificar y publicar, en un tomo titulado Al Amor del Bohío, las separatas que en los años 1919 y 1927 publicó el poeta Ramón Emilio Jiménez sobre costumbres dominicanas. En octubre del 2001 publicó otra edición, en la que figura un relato de dicho autor sobre La Cuaresma.

Como la Semana Santa es parte esencial de la Cuaresma es pertinente refrescar ahora, en medio de esta pandemia del coronavirus, una estampa del pasado criollo narrada por el referido autor. Así lo escribió:

«Mucho de original y típico tiene la cuaresma en el país. En otro tiempo la conmemoración del santo ayuno revestía una gravedad que ahora no tiene…Los amantes no podían casarse en este tiempo…Las mozas tenían que confesarse y recibir el pan eucarístico…Penitencia y querencia repelíanse…Hoy se baila en cuaresma lo mismo que en carnaval. Antes no…El plato favorito de cuaresma son los «frijoles con dulces.» 

El poeta Jiménez también dejó plasmado en sus escritos que gran parte del pueblo dominicano creía que cuando la «cuaresma es hembra» viene la lluvia y cuando es «macho» se apodera la sequía.14

Como se puede observar con la cita anterior, ya en el 1919 ese acucioso  recopilador de tradiciones dominicanas comprobaba cambios considerables en el país, en lo referente a las observancias y prácticas de la Cuaresma y la Semana Santa.

Eduardo Matos Díaz, otro escritor costumbrista dominicano, evocando la Semana Santa en su niñez de principios del pasado siglo, hace una extensa radiografía de ese período especial de la cristiandad, en el ámbito criollo: «Entonces eran días de verdadero recogimiento, de meditación, de auténtica unción, cuando reinaba el más absoluto silencio…En las casas de familia, durante esos días santos, no se majaban especias, ni se barría, ni se hacía nada que pudiera hacer ruido…Por las calles no circulaba un solo vehículo…ni se oía un grito de la chiquillada, reinaba sólo el silencio. Se decía entonces que quien se bañaba en los días santos se volvía sirena o pez.»15

Por todas las transformaciones, con variantes de banalidad, que a través del tiempo han tenido la Cuaresma y la Semana Santa, es pertinente repetir que muchos, como dijo en la Cuaresma del 2018 el Papa Francisco: «se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad…Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos….haciéndonos caer en el ridículo…»16

Bibliografía:

1-Primera epístola a los corintios. 8:6.San Pablo.

2-Marcos.Capítulo 14, versículos 32 y siguientes. Biblia Latinoamérica. Editorial Verbo Divino, 1995.Nuevo Testamento.Pp136 y siguientes.

3-Rouco (biografía no autorizada).Ediciones B,S.A., Barcelona, España,2014.P157.José Manuel Vidal.

4-Génesis, capítulo 3, versículo 19. La Biblia.

5-Revista Heraldos del Evangelio No.164.pág.16.Marzo 2017.

6- Marcos. Capítulo 11, versículos 2 y siguientes. Biblia Latinoamericana. Editorial Verbo Divino, 1995.Nuevo Testamento, pp123 y 124.

7-La civilización del espectáculo. Santillana Ediciones Generales, 2012. p157.Mario Vargas Llosa.

8-Documento Pontificio, Año 461.Papa León I, el Magno.

9-La Palabra en Cuaresma. Editora Amigo del Hogar, 1982.Juan Félix Pepén Solimán.

10-Riqueza Del Espíritu, p11.. Impresora Amigo del Hogar, 1995. Juan Félix Pepén Solimán.

11-Jesús está vivo, p29.Emiliano Tardif.

12-Carta Encíclica Fides et Ratio, p99. Impresora Amigo del Hogar, julio 1999. Juan Pablo II.

13- Libro del Buen Amor. Biblioteca Económica de Clásicos Castellanos. Juan Ruiz, El Arcipreste de Hita.

14-Al Amor del Bohío. Pp.242-245. Editora Búho. Octubre 2001. Ramón Emilio Jiménez.

15-Santo Domingo de Ayer. Págs.122-124. Editora Taller, diciembre 1985. Eduardo Matos Díaz.

16-Mensaje de Cuaresma 2018. Papa Francisco.