Cultura, Portada

LA FRANCIA IMPERIAL EN TERRITORIO DOMINICANO (1)

Por Teófilo Lappot Robles

Varios siglos atrás las que entonces eran potencias europeas (Francia, España, Inglaterra, Portugal y Holanda) ejercieron un dominio pleno en el vasto territorio llamado América.

 Cada uno de esos imperios se hizo fuerte en determinadas zonas, pero entre ellos también hubo terribles rivalidades. Fue el caso, por ejemplo, de Francia y España, que varias veces se pelearon por territorios situados en el mar Caribe. 

República Dominicana, Cuba, Puerto Rico, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México (en una porción de la zona llamada Golfo-Caribe),  así como un fragmento considerable de las costas del norte de Venezuela y Colombia, formaban parte, como colonias, de lo que una corriente historiográfica ha denominado el Caribe hispano. 

Nuestro país fue quizás el territorio que más controversias produjo entre España y Francia, por su posición geográfica y por otros muchos motivos.

Por el tratado de Basilea, firmado el 22 de julio de 1795, España cedió a Francia sus dominios sobre la isla de Santo Domingo. En términos de formalidad documental ese fue el comienzo de la presencia francesa en el territorio dominicano.

Antes de ese acuerdo, por múltiples causas no ajenas a la realidad política, económica y militar de España, hubo varias incursiones del imperio francés en la fracción que desde el 27 de febrero de 1844 es la República Dominicana. Así está registrado en los meandros de la historia nacional.

La isla de la Tortuga, de unos 180 kilómetros cuadrados, es de gran importancia para explicar el tema concerniente a esta crónica, pues ella fue usada como base de ataques por franceses y no franceses.  

En el pasado fue teatro de abordajes empapados de sangre. El ensayista Peña Batlle, que era un ferviente pro español, la calificó como “plaza de armas, refugio y seminario de los enemigos de España en Indias.”

Hay datos históricos coincidentes de que ya para el año1629 comenzaron a establecerse en esa isla peligrosos sujetos franceses e ingleses. Eran elementos de mal vivir (piratas, con preponderancia entre ellos de bucaneros y filibusteros), provenientes de pequeñas islas del Caribe oriental, particularmente de Saint Kitts (San Cristóbal), Nevis (Nieves) y Antigua.

En realidad fueron compelidos a salir de esos lugares luego de que en el citado año  una flota española comandada por Fradique de Toledo recibió órdenes de desalojar de esas islas a franceses e ingleses. 

Esa agrupación naval no era una escuadra cualquiera, pues según el historiador Xavier de Charlevoix estaba compuesta por “35 grandes galeones y 14 navíos mercantes, armados en guerra, más cuatro navíos ingleses que capturaron en Nieves.” 

La isla de La Tortuga, situada  a unos 15 kilómetros al noroeste de Haití, frente a la comuna de Port-de-Paix, fue “donada” por el rey francés Luis XIV, en el 1659, probablemente como parte de un negocio mayor, a un tal Jeremías Deschamps también conocido con el alias de Du Rausset.

Dicho aventurero se hizo expedir el título de gobernador de dicha isla tanto por Francia como  por Inglaterra. Esta última lo hizo por conducto del coronel Oyley, a la sazón gobernador colonial inglés de Jamaica.

La condición más sobresaliente de Monsieur Du Rausset era ser un experto en el manejo del bucán. Era un veterano en esas lides. Para dicha fecha ya tenía mucho tiempo operando en la isla Tortuga como un jefe de bucaneros.

Es probable que dicho bucanero estuviera actuando en ese territorio insular (donde cualquier asaltante de mar o tierra podía arrimarse) desde que en el año 1640 fue ocupado por el enviado francés ingeniero Jean La Vasseur, quien se posesionó allí como resultado de la guerra que entonces libraban España y Francia. 

Cinco años después, el 15 de noviembre de 1664, el referido donatario vendió dicha isla a una empresa francesa, tristemente célebre por operaciones de estraperlo y el trapicheo con esclavos en el arco de las Antillas mayores y menores.

Uno de los socios principales de esa sociedad en comandita era el famoso Cardenal Richelieu. Así fue desde que en el año 1626 fue designado Jefe de Navegación y Comercio de Francia. 

Todo indica que la referida venta de la isla de la Tortuga fue ejecutada bajo presión, pues a Jeremías Deschamps lo llevaron de la cárcel de la Bastilla (donde estaba preso) hasta el lugar de la firma del contrato en cuestión.

Era obvio que el rey francés estaba detrás de todo ese tejemaneje. Los resortes del poder, y las luchas entre las potencias coloniales de la época, dictaban ese tipo de negociaciones, que ahora parecen insólitas.

La Compañía Francesa de las Indias Occidentales era el nombre societario de ese pulpo mercurial que hizo su aparición dentro y en las costas del mar Caribe para protagonizar rapiñas grandes y pequeñas; dicho eso a contrapelo de que un historiador de nombre sonoro en el país escribió, sin detalles explicativos, que la misma “estaba en el ejercicio de su histórica función comercial.”

Debo decir, para poner en mejor perspectiva la importancia histórica de la isla de la Tortuga, y su vinculación con las penetraciones generalmente violentas de franceses en la tierra que luego se convertiría en la República Dominicana, que en el 1898 el escritor y marino italiano Emilio Salgari escogió a ese fascinante territorio de aventuras de toda laya como escenario principal para ambientar su clásica novela El Corsario Negro.

Más de 50 años después, el periodista y diplomático español Manuel Aznar Zubigaray, quien fue embajador de España en la República Dominicana, al escribir el prólogo de una obra sobre ella del pensador y político Peña Batlle la describió en el 1951 como: “famosa, novelesca, mercado de bucaneros, filibustera, la que hemos conocido en las novelas de los corsarios…”1 

La isla de la Tortuga fue el germen del cual brotaría luego lo que se llamó Santo Domingo Francés, que a partir del primero de enero de 1804 es la República de Haití. Ninguna de las dos situaciones predichas puede desligarse de la historia dominicana.

Fruto de la venta arriba mencionada es que aparece en la isla de la Tortuga, el 6 de junio de 1665, la figura controversial del bucanero Bertrand D Ogerón,  designado por la dicha empresa compradora como gobernador. Mantuvo ese alto cargo durante 11 años. 

D Ogeron tuvo que enfrentar varias revueltas de los mismos grupos de bucaneros, filibusteros y corsarios de los que él había sido una figura prominente.

El motivo principal de esas desavenencias sangrientas era el monopolio comercial de la compañía arriba citada, que era la que sostenía en ese lugar su presencia como autoridad. 

En el 1670, por diferencias de negocios, el susodicho gobernador estuvo a punto de ser liquidado en la aldea de Petit Goáve, en el distrito de Léogáne, no muy lejos de Puerto Príncipe, en el oeste de Haití. 

De ese lugar, que por poco se convierte en su tumba, D Ogeron escapó bajo una lluvia de balas. Se refugió en la isla de la Tortuga, que era donde tenía su centro de mando.

No obstante los enconos y enfrentamientos, D Ogeron se convirtió en señor de horca y cuchillo en la parte occidental de la isla de Santo Domingo y luego pretendió extender su campo de influencia hacia la parte oriental.

En ambos lados actuó como un señor feudal, no obstante el hecho cierto de que el feudalismo, como sistema de gobierno y engranaje político, económico y social precisamente terminó en el 1492, cuando Cristóbal Colón llegó a lo que luego se bautizó como América.

Bertrand D Ogeron y su sobrino Jacques Neveu de Pouancey, en calidad de gobernadores de la Tortuga, en representación de Francia, fueron decisivos en los múltiples ataques armados que sufrió el territorio dominicano. 

Manuel Arturo Peña Batlle, al relatar en su enjundiosa obra La isla de La Tortuga muchos de los acontecimientos con factura histórica que se desarrollaron en el siglo XVII en la tierra que posteriormente se convirtió en la República Dominicana, se refiere al gobernador Bertrand D Ogeron como “mezcla monstruosa de pirata y hombre de Estado. Bucanero y Gobernador, resumió todas las cualidades humanas de su época y del medio en que se desenvolvió.”

Sobre esa abarcadora definición del mencionado personaje, el jurista e historiador dominicano remata acerca de su presencia en esta parte de América así:

“Durante los once años del gobierno de D Ogeron se desarrolló el más espantoso drama por la conservación de la isla de Santo Domingo. Los dominicanos, celosos de su heredad, resistieron hasta extremos increíbles el empuje de los bucaneros y de los colonos francés para adueñarse de la isla.”2 

Es importante decir que en el año 1667 el gobernador D Ogeron  ordenó que tropas bajo las órdenes del jefe de filibustero Guillaume Delisle penetraran por las costas de Puerto Plata al entonces Santo Domingo Español. En poco tiempo estaban transitando por las calles de la ciudad de Santiago de los Caballeros, la cual abandonaron luego de recibir un jugoso rescate.

En su obra  titulada  Rebelión de los Capitanes, de gran interés para conocer parte de la historia dominicana de los siglos 17 y 18, el historiador Roberto Cassá expresa que:

“La orientación de avance hacia el Este fue impulsada por el gobernador de Pouancy, sobrino y sucesor de D Oregon, quien a finales de la década de 1670 estimuló la ocupación de las tierras al oeste del río Guayubín y fomentó la colonización de Samaná.”3 

Un ejemplo claro de que eran habituales las incursiones de los franceses en tierra dominicana es que luego de la Paz firmada en la ciudad holandesa de Nimega, el 20 de agosto de 1678, con la bendición de los reyes Luis XIV de Francia  y  Carlos II de España, los gobernadores de lo que entonces se denominaban Santo Domingo Español, Francisco Segura Sandoval;  y  Jacques Neveu de Pouancey, en Santo Domingo Francés, lo que ahora es Haití, establecieron lo que pudiera llamarse la primera frontera entre las dos partes en que se divide la isla conocida a partir de la llegada de Colón como La Española.

En la obra Historia de la División Territorial, Vicente Tolentino Rojas explica con diafanidad los puntos de dicha frontera, que al contrastarse con las acciones posteriores de personeros coloniales franceses se demuestran las constantes violaciones que éstos hacían de la misma.4 

Bibliografía:

1-Prólogo de Manuel Aznar Zubigaray. Libro La isla de la Tortuga. Edición facsímil, SDB. Editora de Santo Domingo, 1974. Manuel A. Peña Batlle.

2-La isla de la Tortuga. Edición facsímil, SDB. Editora de Santo Domingo, 1974.P238. Manuel A. Peña Batlle.

3-La Rebelión de los Capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno.AGN. Editora Centenario. P91. Roberto Cassá.

4-Historia de la división territorial 1492-1943.SDB.Segunda edición,1993.Vicente Tolentino Rojas.