Economia

Rumania importa trabajadores chinos

Rumania importa trabajadores chinos  

BUCAREST.- Un ejército de trabajadoras chinas cose a destajo ropa deportiva que luego se venderá en centros comerciales de media Europa. No es un suburbio de Shanghai. Es una nave industrial de Bacau, en el noroeste de Rumania, que el 1 de enero ingresará en la Unión Europea y que ha dejado escapar a dos millones de trabajadores, emigrados a otros países en busca de mejores salarios. Las chinas cubren los huecos que dejaron los que cultivan la fresa y ponen ladrillos en España.



Es una fábrica-dormitorio, en la que Soria Nicolescu, el empresario, ofrece alojamiento, comida y algo más de 200 euros al mes por ocho horas de trabajo. Las chinas (todas mujeres; sólo los jefes son hombres y rumanos) no hablan una palabra del idioma local, tampoco salen a la calle porque los lugareños se bajan los pantalones cuando las ven y ellas tienen miedo. Su régimen es el de un presidio con terapia ocupacional.



Hoy toca coser jerséis celestes de esquí. La ristra de chinas instaladas en una gigantesca nave industrial tricota al ritmo de canciones occidentales versionadas por intérpretes chinos. Sólo una, Fu Lihua, de 32 años, que chapurrea algo de inglés dice que está contenta, porque gana el triple que en su país.



«Los rumanos están en España, por eso nos vimos obligados a traer gente de China», explica Nicolescu. En torno al 10% de los 250.000 habitantes de Bacau han emigrado. Cercana a Moldavia, es una región pobre donde ahora se levantan casas con balaustradas y circulan coches de lujo pagados con las remesas de los inmigrantes. La falta de mano de obra obligó a Nicolescu a echar el cierre en 2003. Fue entonces cuando montó una agencia de contratación de trabajadores chinos. «Todas las fábricas de los alrededores tienen el mismo problema», se lamenta. «Antes los que se iban mandaban dinero; ahora se llevan a sus familias y dejan de enviar». Las remesas en Rumania se cifran en 3.000 millones de euros anuales, un 4% del Producto Interior Bruto.



Subido a la torre del campanario, Antón Cìtia, el cura de Fáráoani, localidad cercana a Bacau, señala con el dedo un tejado tras otro. «Esa casa se ha construido con dinero de Italia; ésa, de España; aquella otra, de Austria». Es un pueblo de dos velocidades donde las viviendas acondicionadas para el gélido invierno contrastan con las precarias techumbres de Uralita, a cuyas puertas descansan los bueyes que trasladan el maíz forrajero del campo al silo.



Un total de 500, de los 2.800 habitantes de Fáráoani se han ido, la mayoría a Italia, lo que para este hombre con alzacuello ha causado rupturas familiares. «Cuando vuelven de Padua, los jóvenes ya no quieren saber nada de catequesis, sólo piensan en el dinero y en divertirse. Aquí sólo queda gente mayor. Unos se van, y los otros no quieren tener hijos. Con [Nicolae] Ceausescu la gente estaba obligada a tener hijos y el aborto estaba penalizado, pero ahora…», dice Cìtia, que este año ha celebrado 17 bautismos y 44 entierros.



La historia se repite en Peretu, a unos 100 kilómetros al sur de Bucarest. Allí, el 10% de la población se ha ido, la mayoría a Coslada, a las afueras de Madrid. No fue una casualidad que el mayor número de víctimas extranjeras de los atentados de Atocha fueran rumanas, ya que España es junto con Italia y Alemania, el destino preferido. El 92% de los que van con contrato de trabajo debajo del brazo se emplean en la agricultura y la construcción, según los datos del Ministerio de Trabajo rumano. Se les llama los capsunarii (freseros) porque muchos trabajan en Huelva en la recogida de esta fruta.



Dìrmina Dumitru, el alcalde de Peretu explica que sus compatriotas empezaron a emigrar tras la caída de Ceausescu en 1989, porque no había trabajo y el campo no daba para todos. Ahora espera que con la entrada en la UE los salarios se equilibren y la gente vuelva para montar negocios en su país, «pero aquí la burocracia es muy grande, es normal que se vayan los más emprendedores».



Miles de habitantes de Peretu se instalaron en el corredor del Henares en busca de un futuro mejor, pero a tres de ellos las bombas del 11-M les partió la vida. Alexandra Berbekanu no puede parar de llorar cuando habla de su hijo y de la pierna que le falta. Llevaba dos semanas en España cuando se subió al tren el 11 de marzo de 2004 para cobrar su primer sueldo. «Se fue en busca de un futuro para sus hijos y mira», dice esta mujer de 73 años, de dientes envueltos en plata. Su hijo tiene ahora papeles en España, donde vive con el resto de su familia. El Gobierno español le pagó además una indemnización con la que ha construido una casa para su madre. Escaso consuelo para Alexandra. «Todavía tiene trozos de metal en la otra pierna, yo aquí, sola en esta gran casa», se lamenta.



Aurelio, también de Peretu, corrió mejor suerte. Trabajó de albañil en España tres años y estaba en la estación de El Pozo el día de los atentados, pero salió ileso. Pasa periodos de tres meses trabajando sin papeles en la construcción. Cobra 40 euros al día en el tajo, justo la mitad que sus compañeros por realizar el mismo trabajo. La diferencia es que ellos tienen papeles.



Llegar hasta España desde Rumania es fácil. Desde 2002, y con vistas a la entrada en la Unión, los rumanos pueden viajar sin visado y permanecer en el país hasta tres meses. Muchos se quedan a vivir. Sólo necesitan llevar 500 euros de dinero de mano, un certificado médico y acreditar que tienen alojamiento. Y muchos no necesitan ni eso; las mafias lo arreglan todo. Vaseli organiza viajes para inmigrantes ilegales, se encarga de proporcionar papeles, dinero y lo que haga falta. Una llamada de teléfono basta para iniciar el viaje.



– Quería ir a España para trabajar. ¿Qué necesito llevar para viajar con vosotros?



– 180 euros para el viaje y 150 para enseñar en la aduana. Del resto nos ocupamos nosotros, también de los papeles para trabajar. Le haré billete de ida y vuelta para que no tenga problemas. El viaje dura dos días. Los martes y los jueves salimos de Ploesti [65 kilómeteros al norte de Bucarest].



Es sencillo moverse por Rumania en castellano. No sólo porque el idioma es parecido, sino porque las telenovelas son en este país el mejor Instituto Cervantes posible. Un canal de televisión emite 24 horas ininterrumpidas de culebrones latinoamericanos subtitulados y medio país pasa horas pegado a la pantalla. Vlad Radulian es un joven empresario de 27 años que edita los subtítulos de las telenovelas. Es de los que ha decidido quedarse porque al contrario de muchos compatriotas cree en el futuro de su país. Con 70 euros ha montado una empresa de traducción con la que gana mucho dinero, lo suficiente para tener una casa y un buen coche. «No tiene sentido irse a otro país a lavar platos. Luego cuando vuelves, no tienes nada. Hay que invertir ahora en Rumania, porque luego, con la UE, todo será más caro. Éste es el momento de quedarse». Cuenta además, que encontrar trabajo en Rumania es relativamente fácil, donde la tasa de desempleo es del 5,5%.



La secretaria de Estado rumana para las migraciones laborales, Daniela Andrescu, confirma la percepción de este joven. Dice que la capacidad de absorción de los licenciados «es del 100%» y que para acabar con el poco paro que todavía hay, el Ministerio de Trabajo ha tomado medidas para fomentar la inmigración interna. Así por ejemplo, el Estado paga retribuciones a los que trabajan a más de 50 kilómetros de donde viven y también tratan de cubrir puestos en Rumania con trabajadores extranjeros, que crecieron un 103% el último año. La oficina de Andrescu se encarga de hacer cumplir los convenios bilaterales entre España y Rumania. A ella acuden los empresarios españoles que buscan rumanos y allí se hace el proceso de selección.



Pero la mayoría de los emigrantes prefieren utilizar las redes familiares y los contactos que ellos mismos establecen con las empresas a su llegada a España. A las puertas de la Embajada española en Bucarest, caen chuzos a media tarde y decenas de futuros emigrantes esperan turno para hacer alguno de los múltiples papeleos que exige la residencia y los permisos laborales. Los allí reunidos ni siquiera han oído hablar de la oficina gubernamental que podría ayudarles a encontrar trabajo y a mover los papeles. Pero como dice Constantino, un panadero «¿para qué? En España hay trabajo de sobra, es mejor ir a hablar directamente con los patronos». Al jefe de Constantino, en Burgos le cayeron 70.000 euros de multa por tenerle trabajando sin papeles. «A él le gustaría contratarme, pero está harto de tanta burocracia», estima.



Y mientras los aspirantes a emigrantes batallan por abandonar su país, en los medios empresariales rumanos crece la preocupación sobre qué va a pasar en los próximos años, cuando empiecen a llover fondos estructurales de la UE (17.000 millones previstos para los próximos siete años sólo para infraestructuras) y no haya obreros para construir las carreteras y las presas que tanta falta hacen.



Además, según explica Daniel Daianu, ex ministro de Finanzas rumano, la escasez de personal está provocando una importante subida salarial, que acabará por golpear a las pequeñas y medianas empresas, en un momento en el que la economía del país crece por encima del 7%. Y sostiene que el principal reto al que se enfrenta su país es a medio plazo con previsiones demográficas catastróficas como telón de fondo. La migración interior y la entrada de trabajadores de otros países donde los sueldos son aún más bajos son las soluciones a las que apuntan los expertos. Como dice el empresario de Bacau, «es una suerte que los chinos paguen las pensiones de nuestros jubilados».



ANA CARBAJOSA (ENVIADA ESPECIAL)  –  Bucarest

2006-11-12 01:19:24