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MARZO DE 1844, MES DE GLORIA DOMINICANA (y 4)

El presidente de Haití, Charles Herard perdió la batalla de Azua

POR TEÒFILO LAPPOT ROBLES

La derrota que el 19 de marzo de 1844 sufrieron en Azua los invasores del territorio dominicano creó grandes tensiones en Haití, el país agresor.

General Jean Louis Pierrot

El triunfo de las armas nacionales obligó al Ministro de Guerra de aquel país mal vecino nuestro a crear una comisión ad-hoc para abrir expedientes acusatorios contra los oficiales y soldados que huyeron de la metralla y los machetes de los dominicanos.

El próximo triunfo de la República Dominicana contra los haitianos se produjo 11 días después, en la ciudad de Santiago de los Caballeros, donde se libró la famosa Batalla del 30 de marzo de 1844.

Historiadores y opinantes han considerado a través del tiempo que ese enfrentamiento armado de gran envergadura arraigó en la conciencia de los dominicanos la creencia de que la Independencia Nacional era firme, sin importar los ataques que pudieran venir luego, como en efecto así ocurrió.

Sin embargo, no pocos publicistas de los hechos de nuestro pasado han sido parcos en resaltar la importancia que tuvo ese choque de armas. Al contrario, se han atrevido a darle la condición de simple escaramuza.

Las mezquindades, siempre presente en el barro humano, han sacado a colación, con frecuencia indeseada, la vileza de juicios mendaces en ese y otros importantes episodios del ayer dominicano.

Pero la verdad se ha ido consolidando, abriendo trochas en la espesura de la hojarasca en que se pretendió ocultar el brillo de los héroes que el 30 de marzo de 1844 les dieron una lección de coraje a miles de intrusos extranjeros.

No se puede esconder la verdad incuestionable (con categoría de axioma) de que los puestos de combates establecidos en los baluartes conocidos como Dios, Patria y Libertad, con piezas de artillería y combatientes de la incipiente infantería dominicana, infligieron centenares de bajas a los invasores, convirtiendo en cementerio abierto el suelo por donde estos se movieran en Santiago de los Caballeros.

Juntos con los santiagueros también lucharon ese referido día, en defensa de la patria, los montañeses de Sabana Iglesia, Jánico y San José de Las Matas, así como no pocos patriotas llegados de La Vega, Moca, San Francisco de Macorís, Cotuí y otros pueblos de la zona.

El triunfo del 30 de marzo de 1844 subió a los más altos niveles la moral de los dominicanos, quienes redondearon su creencia entonces en plena floración de que podían asegurar la integridad de la nación. Así fue.

Ramón Matías Mella

Porque el prócer Ramón Matías Mella se encontraba en San José de Las Matas, reclutando hombres para la contienda que se avecinaba, se designó a José María Imbert como comandante en jefe de los combatientes dominicanos.

Se le asignó esa delicada misión 3 días antes de los combates referidos. Era de nacionalidad francesa, pero se sabía de él que tenía experiencia militar y sentía un cariño genuino por la tierra que lo había acogido.

General José María Imbert

Antes de tener el mando supremo de los patriotas que hicieron morder el polvo de la derrota a los invasores que osaron violar el territorio dominicano por la parte norte, el héroe nacional José María Imbert era corregidor en Moca, donde también ejercía actividades comerciales.

Con relación a esa designación de guerra in extremis es oportuno recordar que no había en Santiago preparativos bélicos de consideración para repeler al enemigo, a pesar de que ya se sabía que en la ciudad de Cabo Haitiano, al noreste de Haití, el general Jean Louis Pierrot esperaba desde hacía semanas incursionar hacia la zona del Cibao atravesando el río Masacre con más de 18,000 soldados.

Teodoro Stanley Heneken, un comerciante inglés que se compenetró con los ideales de soberanía del pueblo dominicano, se refirió así a la situación que había en Santiago pocos días antes de la Batalla del 30 de marzo de 1844:

“…era un laberinto sin jefe, sin orden, sin disciplina, todo a merced del pueblo que unas veces se entusiasmaba y otras veces perdía la seguridad del triunfo”. (La R.D. y el emperador Soulouque. Notas de 1852).

Oportuno es decir que de Stanley Heneken escribió el acucioso historiador Rufino Martínez lo siguiente: “Pocos dominicanos contemporáneos se le pueden equiparar en el esfuerzo por la formación y crecimiento de la nacionalidad”.

Fernando Valerio

Uno de los hechos más significativos ocurridos pasado el mediodía del 30 de marzo de 1844 en Santiago de los Caballeros fue encabezado por Fernando Valerio, nativo de San José de Las Matas, quien al frente de 150 agricultores de pueblos ubicados en la parte montañosa del lado sur de la segunda ciudad del país causaron terror a las tropas de ocupación.

Esos labriegos, hasta entonces pacíficos habitantes de Sabana Iglesia, Jánico, San José de Las Matas y campos aledaños, causaron una degollina entre los enemigos del pueblo dominicano.

Fueron los protagonistas de la famosa Descarga de los Andulleros. Actuaron con una eficacia demoledora, a pesar de que esa bizarra acción no estaba en los planes de defensa trazados en pocas horas por el general Imbert.

Federico Bermúdez

Esos héroes humildes, sin nombres conocidos, o como dijo el poeta petromacorisano Federico Bermúdez Ortega, “los del montón salidos”, “heroicos defensores de nuestra libertad”, utilizaron como arma su machete de labores agrícolas, un polifacético utensilio que resulta mortífero en los combates cuerpo a cuerpo.

Para mayor abundamiento sobre el significado histórico de la acción bélica de esos campesinos señalo que el historiador Alcides García Lluberes consignó en un breve ensayo al respecto que: “El capitán Fernando Valerio, a la cabeza de las tropas de Sabana Iglesia conquistó un buen tajo de laurel en este episodio de la batalla”. (Crónica publicada el 30 de marzo de 1933, periódico La Opinión).

Valga decir que del machete usado como arma en la indicada conflagración por los patriotas andulleros cibaeños, así como muchos otros combatientes que en el mundo han habido, escribió hace ahora 40 años el eminente historiador Carlos Máximo Dobal Márquez a modo de ilustración lo siguiente: “…el machete debió surgir de un instrumento hecho para golpear, herir o dividir, con un movimiento vertical de arriba abajo…” (Panoplia dominicana, 1983).

La Descarga de los Andulleros, impresionante acción de guerra, provocó que las tropas haitianas dirigidas por el general Pierrot salieran huyendo, por pueblos y andurriales de la Línea Noroeste, en una contra marcha no planificada.

Dichos forasteros sintieron, además, la amenaza de una columna de dominicanos que iban tras ellos desde Puerto Plata y otra desde San José de Las Matas, con intenciones de rematar a los que horas antes sobrevivieron el fuego de los cañones y fusiles y el filo de los machetes en la ciudad de Santiago.

Por diferentes motivos se escribió entonces, en momentos de euforia, que del lado dominicano no hubo “que deplorar la pérdida de un solo hombre o la herida de un soldado”.

Claro está que por el tipo de enfrentamiento que hubo lo anterior pudiera definirse como “objetividad de bobos”. Hubo otros motivos para escribir eso, en el contexto de la delicada situación que atravesaba el país, recién independizado de quienes lo oprimieron durante 22 años.

La gran derrota sufrida por los haitianos en Santiago, en la fecha indicada, no impidió que en los años siguientes invadieran varias veces más el país. En su conocida ingratitud odian al pueblo dominicano, el mismo que siempre les ha tendido la mano generosa.

General José Antonio -Pepillo- Salcedo

Es de justicia señalar que hubo muchos héroes el 30 de marzo de 1844, entre ellos José María López, Achilles Michel, José Nicolás Gómez, Francisco Antonio Salcedo, Marcos Trinidad.

 El segundo al mando de los dominicanos en esa histórica batalla fue el paladín Pedro Eugenio Pelletier. Había sido militar francés y tenía pocos años viviendo en Santiago de los Caballeros.

Pelletier participó después en otras acciones armadas, pero por azares de la vida fue condenado a muerte en un juicio esperpéntico. Esa arbitraria decisión no se ejecutó y él terminó sus días radicado en Puerto Rico.

Al producirse el gran descalabro de sus tropas el general Pierrot se vio obligado a implorar el cese de las embestidas de los dominicanos, respondiéndole el general Imbert que:

“Siempre justa, siempre firme y generosa, la República Dominicana no fomentará una guerra civil de exterminio…Pero si se trata de encadenarla nuevamente…antes de someterse al yugo haitiano, hará en modo que no queden a la disposición de sus crueles opresores sino cenizas y escombros…” (Carta del general José María Imbert al general Pierrot.Santiago.31 de marzo de 1844).

teofilo lappotteofilolappot@gmail.com