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MARZO DE 1844, MES DE GLORIA DOMINICANA (3)

Monumento en honor al prócer general de división Antonio Duvergé, en el parque Mirador Sur del Distrito Nacional.

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

Las tropas invasoras haitianas, que el 18 de marzo de 1844 iban como una brisa rompiente por los atajos del tramo San Juan-Azua, se encontraron con sorpresas desagradables que les tenían como respuesta las avanzadillas que Antonio Duvergé puso bajo la coordinación de Lucas Díaz.

Esos combatientes dominicanos fueron entrenados para tareas de exploración y combate y diseminados especialmente en la cuenca hidrográfica de la cual forman parte el río Jura, varias quebradas, lagunas y collados de esa zona del país.

Charles Riviére- Hérard

Las arengas de sintaxis abrumante del presidente de Haití Charles Riviére- Hérard a sus tropas no impidieron que los agresores del pueblo dominicano masticaran en la ciudad de Azua y sus contornos el polvo de la derrota.

A parte de cientos de soldados y oficiales subalternos los haitianos perdieron también allí al general Thomas Héctor y varios coroneles, entre ellos Vincent y Giles famosos por su hostilidad hacia los dominicanos. Esos no pudieron huir derrotados por ambas orillas del río Jura.

Es significativo expresar que la  Batalla del 19 de marzo de 1844 se libró entre  más de 15 mil haitianos bien entrenados y con gran cantidad de armas y sólo 3 mil dominicanos, la mayoría de estos últimos combatientes improvisados, pero con la ventaja de que tenían el coraje que emana de los que defienden una causa justa. Además, los jefes criollos en la línea de fuego poseían gran capacidad táctica y estratégica.

Es oportuno decir que el reputado historiador del vecino país Thomas Madiou (quien entonces tenía 29 años de edad) escribió  que el 19 de marzo de 1844, en Azua, el presidente de Haití Hérard y sus tropas: “Fueron recibidos a cañonazos con metralla y obligados a replegarse, batiéndose en retirada un poco desordenadamente”. Tal vez contó con el asesoramiento informativo del general Joseph Balthazar Inginac, asistente de Boyer de principio a fin de su larga gestión presidencial. (Historia de Haití. De 1843 a 1846.4to.volumen.Thomas Madiou).

Napoleón Bonaparte

Aunque dicho autor no abunda en detalles, la verdad histórica es que el experimentado artillero Francisco Soñé, francés domiciliado en Azua y con experiencia militar bajo las órdenes de Napoleón Bonaparte en el norte de África, fue el que recibió con fuego de cañón a los primeros invasores que osaron pisar la ciudad de Azua, situada entre llanos costeros del mar Caribe, en la bahía de Ocoa, y grandes picos que forman parte del lado sur del sistema montañoso de la cordillera central.

También fueron recibidos por varios pelotones comandados por los  oficiales Valentín Alcántara, Juan Esteban Ceara, Luis Álvarez, José Leger, José del Carmen García,  Marco de Medina, Matías de Vargas, Feliciano Martínez y otros tan bizarros como ellos.

Fue memorable la mortandad que causó en las filas enemigas la unidad de artillería que dirigió  el héroe y mártir Nicolás Mañón, desde el Fuerte Resolí, a pesar de que eran pequeños los ángulos de tiro en razón de la poca dimensión de la cureña y de la boca de fuego del cañón que dirigió hasta caer abatido.

El Batallón de Higüey (ya célebre desde el 21 de enero de 1691, cuando se libró la batalla de Limonade entre franceses y españoles) tuvo un desempeño brillante en la histórica jornada de Azua.

También fueron decisivos en el triunfo dominicano allí cientos de fusileros bajo la dirección de Vicente Noble, así como otros combatientes que usaron con gran eficacia los temibles machetes, arma que tiene un puesto de honor en muchos episodios de la historia dominicana.

Jean Price-Mars, el conocido historiador y diplomático haitiano, atribuye la derrota  en Azua a la deserción de tropas que marcharon para acá  “sin ardor ni entusiasmo…sin ideal alguno”. 

En una sutil y mezquina manera de restarle brillo al gran triunfo de los dominicanos, el referido autor justifica la debacle que el 19 de marzo de 1844 sufrieron  los haitianos en el territorio de Azua  a lo que denomina “situación trágica” del presidente Hérard.

Jean Price-Mars

En un análisis sesgado de lo que ocurrió entonces en el suroeste dominicano  Price-Mars señala, en su obra titulada la República de Haití y la República Dominicana, que el general Hérard solicitó en más de una ocasión refuerzos al ministro de Guerra de Haití, que lo era su primo el general Hérard Dumesle, pero que dicho personaje estaba “intoxicado de sibaritismo y dedicado al libertinaje y la lujuria.”  (La R. de Haití y la R.D. Tomo I.P.334.Editora Taller, julio del 2000.)

Para poner en mejor contexto las dichas deserciones (que no fueron el motivo esencial de la derrota de los invasores) es oportuno decir que 97 años después (1941) de la referida batalla el historiador estadounidense James G. Leyburn publicó su clásica obra titulada El Pueblo Haitiano, en la cual señala que: “La diligencia y la disciplina, las dos características más comunes del Haití de Christophe, eran precisamente las que más brillaban por su ausencia en las masas negras de 1843. La obediencia había dado paso a la independencia de conducta…” (El Pueblo Haitiano. Edición del 2011.Impresora Amigo del Hogar.P.125. James G. Leyburn).

No se puede hablar de la Batalla del 19 de marzo en Azua sin decir que los combatientes dominicanos estaban bajo la dirección nominal de Pedro Santana Familia, un hatero que al proclamarse la Independencia Nacional estaba en sus posesiones rurales de El Seibo.

Santana Familia no tenía ninguna noción del delicado manejo de operaciones bélicas, pero estaba acostumbrado a dirigir con no poca rudeza peones agrícolas y vaqueros.

Además, el luego marqués de Las Carreras tenía don de mando, era astuto, y contaba con seguidores que le daban valor histórico a sus muchos errores, lo que motivó con ánimo esclarecedor al historiador Víctor Garrido a escribir que en la Batalla de Azua “ ya era el amo y no había olido la pólvora.”

Pedro Santana

Una gran verdad la dicha por el reputado Garrido sobre los hechos concernidos a la Batalla del 19 de marzo de 1844, pues miembros Duvergé y los demás auténticos héroes de esa acción histórica estaban jugándose la vida, Santana estaba acampando, rodeado de un numeroso séquito, en una colina del sitio conocido como El Peñón, a 9 kilómetros del centro de los combates.

Por hechos imprudentes, sin sentido y funestos, cometidos por Santana al llegar la noche del mismo día del espléndido triunfo de las fuerzas dominicanas en Azua, fue que la Junta Central Gubernativa decidió nombrar el 21 de marzo del glorioso 1844 a Juan Pablo Duarte con calidad para reemplazarle, si las circunstancias lo exigían.

 Sobre el mando de Santana en Azua reflexionó el historiador José Gabriel García en el sentido de que no estuvo “a la altura del papel que representaba…no tenía conocimientos técnicos, ni prácticos todavía en el arte de la guerra, lo que es disculpable siendo el primer lance en que se encontraba…” (Obras completas JGG.Vol.I, tomos I y II.P.450.Impresora Amigo del Hogar, 2016).

Pero lo más importante es resaltar en estas notas que de parte de los dominicanos hubo muchos héroes reales en la batalla del 19 de marzo de 1844.

Uno de los más sobresalientes paladines en aquella gloriosa jornada bélica fue el patriota Antonio Duvergé, (luego víctima de la ferocidad de Santana)  cuya actuación fue tan relevante que Manuel María Gautier, considerado como el primer estadista dominicano, dijo de él: “…su heroico valor fue superior a todo esfuerzo humano, el triunfo de aquel peligro que la patria corría fue suyo…”