Opiniones

Operación Cumbre: Muerte de las Mirabal

Realidad y Ficción:



Operación Cumbre: Muerte de las Mirabal



Por Víctor Manzueta Espaillat

El yip Land Rover se desplazaba por la carretera Santiago-Puerto Plata a la que accedió unos kilómetros antes porque venia viajando desde la comunidad de Ojo de Agua en Salcedo, entrando por Moca y tomando la carretera hacia Tamboril, desde donde enrumbó hacia el cruce que empalma con la única vía de acceso existente hasta entonces para viajar hacia la “Novia del Atlántico”.



Rufino de la Cruz, experto chofer que conocía perfectamente los vericuetos de esos caminos del Cibao Central, era la primera vez que hacía el viaje, ya que fue el único, tal vez por su inocencia campesina o por solidaridad con las tres mujeres que conocía desde hacía tiempo, accedió a servirles de chofer, ya que los que hacían el viaje no quisieron hacerlo en esta ocasión desafiando así la ira de la tiranía, para quien las hermanas Mirabal eran “comunistas” y “enemigas del Jefe”.



Los viajeros se dirigían a Puerto Plata, ciudad costera al Norte del país donde guardaban prisión los esposos de Minerva, Patria y María Teresa Mirabal, uno de ellos el líder del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, el doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo, Pedro González y el ingeniero Leandro Guzmán y otros miembros del grupo que urdían desde la clandestinidad para provocar el derrocamiento de la dictadura que por más de 30 años mantenía sobre el pueblo dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina.



Mientras que en Ciudad Trujillo, el entonces jefe de operaciones del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), mayor Cándido Torres Tejada (Candito), preparaba los planes para obedecer las órdenes recibidas de Jhonny Abbes García, de provocar la muerte de Minerva Mirabal de Tavárez, para dar un escarmiento a quienes se oponían al régimen del dictador Trujillo.



En el patio de la sede del SIM un carro de los denominados “cepillos” que eran los Volswaguen de la época, esperaba a tres hombres que recibían instrucciones del mayor Candito Torres Tejada.



Dentro de las oficinas, el jefe de inteligencia le decía a los tres agentes: Usted, de la Rosa (Ciriaco), quien ostentaba el rango de sargento del Ejército Nacional, será el jefe del grupo que llevará a cabo la “Operación Cumbre”, junto a otros dos agentes que les proporcionarán en la comandancia del SIM en Santiago.



Torres Tejada prosiguió: “Ustedes recibirán órdenes directas del capitán Víctor Alicinio Peña Rivera y llevarán a cabo en todas sus fases la operación Cumbre, óiganlo bien, al pie de la letra, porque de lo contrario, si cometen alguna estupidez y hacen abortar el plan, lo pagarán con sus vidas”. “Deben tener presente, que esta operación debe realizarse bajo el más absoluto secreto, que nadie debe enterarse, que no pueden haber testigos y que parezca un accidente. El chofer que vaya con ella (Minerva), debe ser eliminado. Recuerden bien, no deben haber testigos vivientes”, advirtió el militar del SIM.



Terminado de instruir a sus hombres, Torres Tejada los despachó, entregándoles los viáticos y gasolina necesarios para pasar varios días fuera de su jurisdicción y si se les terminaba, debían abastecerse en las oficinas del SIM en Santiago, lugar que había sido escogido para dirigir la Operación Cumbre.



El cepillo salió del cuartel general del SIM y se dirigió a la carretera Duarte rumbo a su destino. Tres horas después, los tres sicarios, Cariaco de la Rosa, Alfonso Cruz Valerio y Emilio Estrada Malleta, llegaban al cuartel del SIM en Santiago y de inmediato se reportaban ante el comandante, capitán E.N. Víctor Alicinio Peña Rivera.



El sargento de la Rosa le entregó un sobre lacrado que le había enviado el mayor Torres Tejada, jefe de Operaciones de la Central en Ciudad Trujillo, donde estaba detallada la “Operación Cumbre”, que él debería hacer que se llevara a cabo bajo su supervisión.



Peña Rivera dijo a los tres sicarios, que salieran de la oficina, que los volvería a llamar pronto.



El jefe de operaciones del SIM en el Cibao, al quedarse solo abrió el sobre y empezó a leer las instrucciones de la “Operación Cumbre”. Al terminar, el capitán del Ejército Nacional y jefe de la inteligencia de la dictadura en el Cibao susurró: “Coño, qué vaina me están echando. Matar un hombre no es nada, pero una mujer, ya la cosa es distinta. La pendejá es que si el plan no se lleva a cabo, me jodo yo”.



Peña Rivera hizo que llamaran a los recién llegados de Santo Domingo y ordenó a su asistente que llamara a los agentes Ramón Emilio Rojas Lora y Néstor Antonio Pérez, para que se unieran a los otros tres, uno de ellos en calidad de chofer.



Cuando estuvieron todos juntos, el Jefe de Operaciones del SIM en el Cibao les dijo: “Las informaciones que tenemos de nuestros agentes en Salcedo y Puerto Plata, es que Minerva salió muy temprano junto a dos hermanas y el chofer hacia Puerto Plata y lo más lógico es que todos regresen en horas de la tarde.



Peña Rivera entonces extendió un mapa sobre el escritorio y señaló un punto en el mismo. “En el puente de Mara Picá, ustedes detendrán el yip, harán a todos presos y se dirigirán en los dos vehículos hacia la mansión del jefe en La Cumbre. Ahí los estaré esperando para darles nuevas instrucciones”.



Los cinco sicarios se montaron en el cepillo negro y enfilaron por la calle Bartolomé Colón, donde se encontraba el cuartel general del SIM, en terrenos de la Base Aérea Militar para seguir por la carretera a Puerto Plata.



Al poco tiempo estaban en el puesto de guardia de La Cumbre, donde el sargento de la Rosa preguntó si había pasado de regreso un yip Land Rover, en el que viajaban un hombre y tres mujeres, a lo que el cabo de guardia le respondió: “Señor, ese vehículo pasó esta mañana y todavía no ha vuelto a pasar”.



Era muy temprano aún, el reloj marcaba las 3:30 de la tarde, por lo que los sicarios del SIM se dirigieron hacia el puente Mará Picá para apostarse en sus cercanías a esperar el paso del vehículo donde regresarían las hermanas Mirabal y el chofer Rufino de la Cruz.



Mientras tanto, el capitán Víctor Alicinio Peña Rivera, conduciendo un Mercedes Benz, negro, hacía su entrada a La Mansión. Este llevaba puesto un sombrero Stetson blanco de ala ancha que siempre usaba cuando andaba de civil. El carro entró a uno de los garajes y del mismo bajaron Peña Rivera y sus guardaespaldas.



Un teniente les recibió y de inmediato el Jefe del SIM en el Cibao le dio la siguiente órden: Teniente, usted y sus hombres quedan relevados desde este instante, por lo que deben abandonar La Mansión, ya que llevaremos a cabo un proyecto ultrasecreto, ordenado por su excelencia el Generalísimo Doctor Rafael Leónidas Trujillo Molina.



El teniente un tanto receloso le respondió con respeto y temor, pues sabía que su interlocutor era jefe de uno de los servicios de inteligencia más sádicos del país y que además, ello les daba superioridad ante civiles y militares, más aún actuando en nombre del Generalísimo Trujillo: “Señor, nosotros no tenemos ninguna orden en ese sentido”.



-¡Se la estoy dando en estos momentos!, respondió Peña Rivera. El militar hizo el saludo y llamó a sus hombres, saliendo todos y dirigiéndose al puesto militar en la carretera que se encontraba casi enfrente, a unos pasos de la casa que Trujillo construyera y que en muy contadas ocasiones visitara.



Peña Rivera y sus hombres se quedaron solos dentro de la casa, a la espera de que los sicarios llegaran con sus presas.



Minerva Mirabal y sus hermanas, Patria y María Teresa, como todas las semanas iban desde Ojo de Agua, una sección de Salcedo hasta Puerto Planta, donde en la fortaleza militar de allí se encontraban prisioneros sus respectivos esposos, cabecillas del Movimiento Revolucionario 14 de Junio, el doctor Manuel Aurelio Tavárez Justo, ingeniero Leandro Guzmán y el hacendado Pedro González.



Tras despedirse de sus respectivos maridos, en el patio de la fortaleza, las tres mujeres y el chofer, salieron rumbo a Salcedo, planeando la próxima visita para la siguiente semana.



Ya fuera de Puerto Plata, el yip se desplazaba por la serpenteante carretera y al llegar al puente de Mará Picá, fueron detenidos por cuatro hombres que tenían un carro cepillo atravesado en medio del puente.



Las tres mujeres fueron obligadas, a punta de pistola, a subirse al asiento trasero del carro de los sicarios, mientras tres de estos se montaban con el chofer en el yip, dirigiéndose hacia La Cumbre donde estaba La Mansión, en la que les esperaba el capitán Peña Rivera para darles las instrucciones finales.



En el camino, en una de las curvas de la carretera, casi cerca de la cumbre, bajaba un camión del Instituto de Seguros Sociales, lo que aprovechó Minerva para vocear: ¡Nos van a matar…Nos van a matar…! El camión hizo como que se iba a parar, pero una acción de los que venían atrás en el yip los hizo desistir y continuaron su camino. Las prisioneras habían perdido su única oportunidad de librarse de sus captores.



Los dos vehículos entraron al patio de la Mansión. Las mujeres y el hombre fueron llevados a la fuerza por los sicarios dentro de la casa.



-“Ustedes han complicado esta vaina”, les espetó Peña Rivera cuando estuvieron en su presencia.



-“Las órdenes que tengo es que muriera una de ustedes y el chofer, pero ahora todo se ha complicado porque no se pueden dejar testigos”, y de inmediato hizo una seña a de la Rosa para que actuaran, retirándose hacia una lejana habitación de la casa.



Hubo un instante en que las mujeres, mirándose a los ojos se habían comunicado y trataron de escapar, pero fueron fuertemente sujetadas por los sicarios.



El sargento de la Rosa salió por un momento de la casa y se dirigió al carro en que andaban y sacó cuatro garrotes que habían cortado cerca del puente Mará Picá y que llevaban en el baúl del cepillo.



Entró a la casa y los repartió entre sus otros tres compañeros que debían ejecutar el plan.



Durante varios minutos, se escucharon unos golpes secos, como cuando algo duro da en la carne, seguidos de unos quejidos y alaridos que no pudieron oirse fuera de la estructura de la vivienda construida de adobe y forradas de caoba y sólo al final, con la respiración entrecortada, los sicarios dieron por teminada su labor de exterminio. Los cuerpos de las mujeres y el hombre ya no hacían ningún movimiento convulsivo. Estaban muertos.



El sargento de la Rosa se dirigió entonces al aposento donde estaba el hombre del sombrero Stetson, que era Peña Rivera y le dijo: “Señor, misión cumplida”.



El capitán Peña Rivera ordenó entonces: “Esperen a que oscurezca un poco y busquen un lugar dónde derrumbar el yip, para que parezca un accidente”. Acto seguido, Peña Rivera y sus guardespaldas se montaron en el Mercedes Benz negro y se dirigieron a Santiago. Por el camino, el Jefe del SIM en el Cibao, llamó a la central en Ciudad Trujillo: “Ejecutada Operación Cumbre”.



Ya oscureciendo, los sicarios Ciriaco de la Rosa, Alfonso Cruz Valerio, Emilio Estrada Malleta, Ramón Emilio Rojas Lora y Néstor Antonio Pérez, se dirigieron con los cuatro cadáveres en el yip a la sección Río Arriba, que enlaza las carreteras Luperón y Duarte y en una pendiente que tiene unos 50 metros empujaron el vehículo con los cadáveres de las tres mujeres y el hombre. El día 27 de noviembre de 1960, en el periódico El Caribe apareció la noticia en la página tres, informado que dos días antes, o sea del 25, “tres hermanas y el chofer del yip en que viajaban, habían sufrido un accidente en la sección Río Arriba, que enlaza las carreteras Luperón con Duarte”.



Las hermanas Patria Mirabal de González, Minerva Mirabal de Tavárez y María Teresa Mirabal de Guzmán, habían perecido junto al chofer Rufino de la Cruz, “en un accidente que se presume ocurrió cuando el conductor perdió el control del vehículo placa J-19488, y cayó unos 50 metros, deteniéndose en la margen del río Guazumal”.



Este crimen fue el principio de la caída del régimen dictatorial de Rafael Leónidas Trujillo Molina, quien llevaba 30 años ostentando el poder en República Dominicana bajo la opresión, tortura, fuego y sangre.



Seis meses después, un grupo de valientes puso fin a la vida de Trujillo en la autopista a San Cristóbal, dejando la dictadura sin cabeza y bastaron otros seis meses para que todos los Trujillo tuvieran que salir del país y entonces República Dominicana entraría en el período de transición de la dictadura a la libertad.



Eso era una realidad que el pueblo dominicano debía a los que dieron su sangre por la libertad en las acciones de Cayo Confites, Luperón, Constanza, Maimón y Estero Hondo y el 30 de Mayo, última acción que fue desencadenada tras el horripilante crimen de las hermanas Mirabal y el chofer Rufino de la Cruz, seis meses atrás.



En el mes de junio de 1962 se inició el juicio en la Cámara Penal de Jurisdicción Nacional a los acusados y cómplices del asesinato de las hermanas Mirabal y el chofer Rufino de la Cruz.



En el banquillo de los acusados fueron sentados los autores materiales del cuádruple crimen, Ciriaco de la Rosa, Alfonso Cruz Valerio, Emilio Estrada Malleta, Ramón Emilio Rojas Lora y Néstor Antonio Pérez.



Como cómplices fueron juzgados Sandito Almonte, Cándido Torres Tejada, jefe de Operaciones del Servicio de Inteligencia Militar en la estación Central en Ciudad Trujillo, (quien a la hora del juicio se encontraba prófugo y que hasta hace un tiempo asistía a los juegos de gallos en las galleras de Santo Domingo), Víctor Alicinio Peña Rivera, jefe de Operaciones en el Cibao, quien murió hace par de años en Puerto Rico; Silvio Antonio Gómez Santana, Viterbo Alvarez (Pechito), muerto años después en San Cristóbal; Pedro Peña Ortiz y David Olivero.



El magistrado doctor Osvaldo B. Soto, presidía el tribunal especial. El Procurador Fiscal de Jurisdicción Nacional, era el doctor Rafael Valera Benítez, mientras que la parte civil estaba representada por los doctores Héctor Sánchez Morcelo, Ramón Pina Acevedo, Francisco Carvajal Martínez, Antonio Guzmán y Miguel A. Vásquez Fernández.



El abogado de la defensa de los acusados fue el abogado de oficio Héctor Barón Goico.



El tribunal condenó a los principales acusados a la pena máxima de 30 años, aunque nunca las cumplieron.



Muchos de ellos han muerto en distintas circunstancias, otros se encuentran vivos gozando de la impunidad que les permitió la complicidad oficial y un pueblo con ansias de libertad y a veces un poco olvidadizo. En los últimos 43 años, el pueblo dominicano ha pasado por las transiciones de la dictadura a la libertad y de la libertad a la democracia, aunque esta última aún no se ha consolidado, ya que la mayoría del pueblo dominicano sigue siendo víctima del engaño de los políticos y los partidos tradicionales que la mantienen en los más altos niveles de pobreza, por lo que continúan existiendo diferentes clases, unas con privilegios y otras no.



El “gobierno del pueblo” que es la democracia, no se ha hecho realidad, aunque fuera esa una de las causas por las que lucharon Minerva Mirabal de Tavárez y su esposo Manuel Aurelio Tavárez Justo, liderando el Movimiento 14 de Junio, constituido por cientos de dominicanos que entregaron sus preciadas vidas a la noble causa de la libertad, entrando por la puerta grande del martirologio junto a Patria y María Teresa y Rufino de la Cruz un mártir inocente.

2006-10-25 13:32:28