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Domingo Moreno Jimenes

Por Héctor Tineo Nolasco

Diariodominicano.com

SANTO DOMINGO, el 7 de enero de 1894, nació en la ciudad Santo Domingo, en la hoy calle 19 de marzo, Domingo Moreno Jimenes, hijo de Domingo Moreno Arriaga y María Josefa Jimenes.

Se destacó como educador y poeta.  Fue alfabetizado por Adán Creales, discípulo de Eugenio María de Hostos. Luego estudió en la escuela primaria San Luis Gonzaga.

De allí pasó a la Escuela de Bachilleres. Fue profesor de Retórica, Historia de la Literatura Española, Hispanoamericana y dominicana. Impartió también docencia en la Escuela Normal de Santiago y en el Liceo Secundario de San Cristóbal. Se graduó de Maestro Normal de Segunda Enseñanza en la Escuela de Bachilleres de Santo Domingo dirigida por Federico Henríquez y Carvajal.

De joven fue docente hasta alcanzar el cargo de director de la Escuela Primaria Graduada de Sabaneta (Santiago Rodríguez) en dos ocasiones (1918 y 1926) y profesor de la Escuela Normal de San Pedro de Macorís.

De igual modo, dirigió el Instituto de Poesía Osvaldo Bazil (1950-1970), fundado a instancia suya en San Cristóbal por el dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina.

Sus primeros versos fueron divulgados en las revistas Páginas, Renacimiento y Letras. En 1921 junto a Rafael Augusto Zorrilla, Andrés Avelino, Vigil Díaz y Francisco Ulises Domínguez, anunció en la revista La Cuna de América, el nacimiento del Postumismo, movimiento poético que patentizó, mediante el uso de elementos genuinamente nacionales, el versolibrismo iniciado por Vigil Díaz en la segunda década del siglo XX.

Moreno Jimenes mantuvo hasta los últimos días de su vida un espíritu de combate que lo hizo estar presente en todos los acontecimientos literarios de significación, entre ellos Los Nuevos y La poesía sorprendida.

Dirigió El día estético, revista “indo-universal de vanguardia”, como también rezaba en la portada. Algunas de sus ediciones se hicieron en San Pedro de Macorís y en Santiago.

Moreno Jimenes fue condecorado en 1967 por su labor poética que abarcó más de medio siglo. Fue fundador con Andrés Avelino y Andrés Zorrilla del movimiento poético “Postumismo”.

   Fundó en 1929 la revista “El Día Estético”, la cual difundía las creaciones de los miembros del Postumismo.

    El movimiento literario “Postumismo”, fue un grupo sin tendencia determinada, lo que le permitió a Domingo Moreno Jimenes,  expresar sus versos que contenían manifestaciones de las vaguedades del alma contemporánea.

   El doctor Joaquín Balaguer en su antología de literatura dominicana sostiene la idea de que ninguno de los postumistas alcanzó el relieve de Domingo Moreno Jimenes, a quien califica de poeta anárquico, pero de inspiración propia.

    Entre las obras de Domingo Moreno Jimenes, figuran “Vuelo y duelos”, 1916,  “Psalmos”, 1921 versos que corresponden a la etapa de su vida poética que el mismo denominó el “anodismo”, “Antología Mínima”, 1943 y “Los milenios del Tercer Mundo”, 1945.

Domingo Moreno Jimenes falleció en ciudad Santo Domingo el 23 de septiembre de 1986.

De las poesías de Moreno Jimenes:

EL POEMA DE LA HIJA REINTEGRADA


AGONÍA

I
Hija, yo no sé decirte si la muerte es buena
o si la vida es amarga;
sólo te aconsejo que despiertes, adulta de comprensión más que tu Padre!

II
Hija, ya no habrá oriente ni poniente para tu porvenir:
una sábana blanca serán tus días,
una sábana blanca será tu pasado
y tu recuerdo una estrella que frente a frente me iluminará el porvenir! 

III
No sé por qué tu agotamiento
me trae una recóndita dicha anegada en lágrimas,
que me hace amainar la pulsación de la tarde.

IV
Tu infancia y tu silencio me parecen hermanos.

V
Hija, hazme tomar la resolución de los otros:
vuelve mi proa añicos
y mi voluntad una piragua;
que nada sea mío desde hoy, que no quiera poseer nada mañana;
desnudo de bienes y desnudo de virtudes hazme;
sin egoísmo de lealtades y sin egoísmo de pureza;
hazme entero el milagro de darme todo a los elementos,
como si fuera en substanciación un ser increado! . . .

VI
Tu vida fue microscópica, pero grande;
el segundo de tu inexistir, eterno!

VII
Hija, ¡cuántas nubes,
cuántos pájaros,
cuántos horizontes insospechados me abre en el amanecer tu ruta!

VIII
Hija mía, para ti la mañana no será clara ni fresca;
verás envuelta el alba en la noche,
y las cosas de mayor transparencia
tomarán ante tus ojos la actitud de un largo crepúsculo.

IX
En este mundo donde sólo se premia la capacidad de fingir mejor,
era justo que llegaras, y después de breves instantes,
ya estuvieras confundida con la cal y con la mariposa, con el carbón y con la piedra.

X
¡Cómo me alivianas la sombra, al advertir desde que te dormiste que en mi derredor todo es sombra!

XI
¡Oh tú, que me enseñaste desde que naciste
a ver la vida con ojo más sabio
y a la humanidad con ojo más triste!
Triste, triste; ¿y no es acaso la suprema alegría de los seres mudables el ser tristes?
Triste fue la faz de la tierra cuando se desperezó el primer hombre.
Triste tiene que quedar la tierra cuando se desentuma en su regazo el último hombre!

XII
¡Oh, tú, que desde que naciste pude decir: boleta de la tumba!
¡Oh, tú, que ya crecida pude decir, por tu desvalidez, la preferida mía!

XIII
Por ti quise cambiar y que la fortuna me sonriera;
y por ti no cambié
y la fortuna no me sonreirá nunca!

XIV
Hija, cada vez que examino tu vida
me doy cuenta que tú eres como mi vida :
una sombra entre dos crepúsculos!

XV
Iba a decir entre dos agotadoras auroras
y ya ves, reincidí, sin querer, entre dos crepúsculos!

XVI
¿Por qué tan pura, tan casta y tan leve, te debas parecer al crepúsculo?

XVII
Olvidaba que toda adjetivación es cruel y ruda:
Dios dio desnudo a los hombres el verbo,
y del lenguaje, sólo debe quedar desnudo el verbo!

XVIII
Toda filigrana de síntesis es una profanación, ¿verdad hija mía?
Ya te puedo buscar sin parcializaciones, sin atributo contingente:
¡serás en mi incompleto nombrar, sencillamente, el vaho de las cosas!

XIX
No te puedo asir con una palabra,
y no debe extrañarte, recónditamente,
porque tú estás para mí más alta que la región de la palabras!

XX
Y vuelvo a caer en las comparaciones.
¡Oh, hija, cuán subordinado estoy a la vida!

XXI
Miserable del hombre que osa creer que después de la sombra la vida es vida!

XXII
De imperfecciones se forman nuestras excelencias
y es toda la existencia del hombre un brazo tendido hacia el turbio porqué de los enigmas.

XXIII
– Tiene el pulso demasiado débil,
pero ese letargo no es la muerte -.
Su médico era mi propia almohada de cabecera
y yo quedé perplejo ante su callado sufrimiento y la miseria de la vida!

XXIV
Si fuera bizco de pensamiento
y tuviera la boca siempre llena de mentidas palabras;
hija, iba a blasfemar por tu dolor. . . pero, ¡perdona!

XXV
Compran caro el suelo donde colocan a los muertos
y ellos son más dueños de la tierra que los hombres que comercian con ellos!

XXVI
Al través de los milenios, los hombres son puñados de tierra
que se deforman a su antojo!

XXVII
Hija, ya me han avisado que tus pies están fríos.
Hija, resígnate a que lo blanco no sea blanco y a que lo negro no sea negro.

XXVIII
Hija, cuánto crece el sol sobre la sombra de los tilos,
cómo se agiganta la nada sobre la soledad de tu aposento,
cómo nace y renace la esperanza por entre los ámbitos de la vida!

XXIX
– Tibien la leche terciada con agua
para si mi chiquitina despierta.
Cuídenmela, hasta que se vuelva esperma como capullo inmortal el cuidado.
Ella es carne de mi vida, flor de mi pensamiento, cemento de mi alma.

XXX
(Eres, amada mía,
como la flor del higüero joven,
como el azogue del crepúsculo,
como la diafanidad de la naturaleza toda!).

XXXI
– No seas padre, sé Hombre,
sencillamente.
Gira tu vista a tu derredor
y que tu amor a una abstracta «Humanidad»,
no te haga olvidar jamás de que eres hombre!


¿LA MUERTE?

1
Como quiera que las velas del ataúd  estaban  menguadas,
cogí un tercer cirioe hice trizas la niebla que levantaba una penumbra gris sobre su rostro.
Oprimí en mi interior «una muñeca»
y quedé por largos instantes, perplejo, con el cirio pegado de la mano!

2
El tercer día de su nacimiento
tuve como una clara preconciencia de su cercano fin;
ardía el ascua del aceite en la pieza contigua;
las hojas de un libro abierto se abanicaban leves,
y un rumor de canto desvalido daba a la soledad trasunto de incienso.

3
La chiquillería se agita en la acera,
las máscaras pasan;
tal o cual voz lanza huevos o plátanos,
y el día está igual, como el día de su nacimiento,
como el día de su muerte,
como antes de que presintiera que naciera. . . .

4
Para cambiar, Naturaleza, ¡para cambiar! ¿Si habrás de ser hasta tu postrera extinción 
madrastra del hombre?

5
La risa se me congela en los labios
y quedo, por parco tiempo, con la vista perdida en las inmensidades presentes.

6
Un trazo de montaña al final de la calle,
un framboyán en su inmediación,
y el hospital a donde iba todas las mañanas a pedir una limosnita de salud para mi hija . . .

7
El sol caldea las tablas de mi vecindario modesto;
la brisa fragua un nidal sobre la testa de los rapaces:
¡estamos a 23 de julio!

8
La hora parpadea en el péndulo de un anochecer polvoriento;
se inicia una noche invertida en el horizonte de la tarde,
concluye un amanecer preestablecido en la clarividencia de la noche.

9
Los trasnochadores apuran, a sorbos, el café medio amoscado;
sobre el torrente de la sangre han caído algunas mostazas ariscas.
¿Ha llorado alguien?
Se ha sentido un vagido circundar los ámbitos del cuarto.
El paisaje está inmóvil: todo está adherido con agua y harina como para un retrato!

10
Llévenla a la falda de aquella colina,
el enterrador no es estéril y señalará el sitio donde es más necesario regar la simiente.

11
¡Qué bella nube!
¡Qué empinada montaña!
¡Qué inimaginado marco de horizonte!

12
En este sitio hubiera querido haber morado tu padre;
reposa en él,
y que las cuentas de tu destino no lo culpen de haberte amado mucho!

13
Queda ahí;
tu madrina te arreglará las flores,
y tu madre sigue en la casa, deshecha en lágrimas . . . .

14
Déjame volver,
para ver si descubro en mi peregrinación la huella de tu existencia en alguna parte!



EPILOGO

1
Rasgué un pan y lo puse sobre la mesa sin probar ni bocado,
eran las diez de la mañana,
mis hijos no habían comido
y por el postigo de mi puerta runrunaba un viento.
Sentí un temblor cuando ya repartido en pedazos
hice la llamada acostumbrada a los que me circundan.
«Ella está ahí», dije a mis aspiraciones de verla viva y grande,
«en el sitio en que no puede hacer que los suyos se inquieten o delincan».

2
¡Intacta, inmóvil, sin que un átomo intente envanecerla
ni un segundo pueda cambiarla!

3
La pradera ha comenzado a reverdecer con la reciente lluvia,
el «pío» de la tarde empieza a ponerse triste con la noche que llega,
una piedra de niño rompe el cristal del charco próximo,
una consumación de hombre deslíe su negror en el silencio.

4
Ya estoy en la aldea de Sabaneta,
en la aldea donde moró mi madre eterna dos años;
he dejado hacer a los otros, algo que concierne a mi vida, a mi obra y a todos los míos;
no puedo avanzar que medito, pero tampoco puedo confirmar que he dejado las horas en suspenso.
Tengo como Oriental, un párpado medio cerrado,
y como Occidental, el pensamiento, en la matriz, abierto!

5
Por el cielo veo asomarse, una, dos, tres estrellas tétricas,
las cabañas tienen luz de gas humilde;
la sombra ha restañado la sangre del crepúsculo
y en mi pecho, la paz se ha agitado en la hora hasta zozobrar en el segundo!

6
En Monte Cristi, cerca a los arrecifes,
y junto a la imponente montaña vecina:
AMÉRICA, ESTA ANGUSTIA ME HA APARTADO DEL MUNDO 
Y YA PUEDO DARME A TU RELIGIÓN TODO ENTERO.
En el mar, la sombra de las nubes
proyectaba una interrogación, a cortos intervalos.

7
(Habla el Morro, montaña de forma singular que se halla al frente de Monte Cristi)

Presencié la desaparición de la Atlántida
y hoy extiendo la indolencia de mi carne cobriza junto a unas aguas que tienen del plomo a pesadez 
                        y del aloe la pauta.
Grito de agonía marca la ciencia en esta hora de crepusculización del mundo,
una despereza de germinación presenta el arte frente a los procesos subjetivos de la ateria cósmica.
Ojo de cíclope, vuelca los ríos de tu retrospección para adentro.
Matriz de unidad, haz parir una conciencia unigénita al viento.

8
La mar seguía agitándose; 
y las estrellas se seguían mezclando a la onda del mar
y a la desolación de la vida.