Opiniones, Portada

OJM de YAYO SANZ

El corazón no me alcanza. Orlando, te vas con prisa. Una prisa maldita. Una prisa absurda. Una prisa asesina de quien era tu amigo. Dios sabe. Dios dispone.

La pena que me embarga no me deja escribir. Mi familia era de Jacobo y tú eras hijo de Jorge Blanco. Nos conocimos ambos jóvenes, pero tú eras ya un líder empoderado por Peña para la juventud de la capital. Nos presentó el hermano en común, Andrés Lugo. Tu calma ante mis ímpetus. Tu formalidad a mi informalidad. Tu paciencia de leyenda. Decidí aprender de ti. Acompañarte. Y juntos empezamos a luchar por tantas cosas. Hasta hoy. Maldito hoy. Recuerdo que fuiste el primero en llegar cuando nació mi hijo Eduardo en Corominas Pepin. Recuerdo tus consejos en todos los aspectos de mi vida. Recuerdo hasta cómo me hablabas de tu padre y las experiencias de tu familia. Orlandito, tu hijo, se hizo mi hermano menor. Te decía siempre que se parecía más de temperamento a mi que a ti. Patricia y tu hija, Dios siempre con ellas. Tus amigos que siempre éramos los mismos.

¿Cuántas veces vimos los boletines electorales? Todas las derrotas, la victoria de Hipolito. Mi Francia y tu Indotel, en el que terminé acompañándote. Luego de eso y finalmente, la victoria de Luis y las esperanzas de que al fin éramos nosotros los que gobernaríamos.

Recuerdo cómo me arreglabas con Luis cada vez que yo me encuerdaba con él. Pacheco y tú, mis mentores y, a veces, mis domadores. Pero al final, ¿sabes qué? Hoy cuando te vi pensé: A la porra la política. Además de a Marianito, Alejandra y Zaida, yo tenía a Orlando. Hoy, Dios, perdóname pero no te entiendo. Sé que ya perdonaste a Miguel, así eras tú. Hermano, hoy en el cielo todo será mejor, pues llega un ángel que nos prestaron.

Y finalmente diré esto: He conocido mucha gente a mis 45 años. Ninguno más íntegro que tu. ¡Adiós Orlando!