Cultura, Portada

La Doctrina Monroe III

Por  Teófilo Lappot Robles

El caso dominicano

Muchos países de América Latina han sido víctimas de la voracidad  solapada contenida en la Doctrina Monroe. 

En nombre de dicha doctrina y del Destino Manifiesto han sido muchos los abusos perpetrados contra los pueblos de esta zona del mundo. 

Una de las tácticas empleadas por los EE.UU., cuando van hacer uso de la Doctrina Monroe, es desatar previamente una propaganda ensañosa contra su víctima de turno. Otra es lograr el favor de  una parte de los líderes locales a través de canonjías y otros beneficios particulares, así como el reparto de migajas para embobar pueblos y hacerlos cautivos de sus intereses. 

Ambos mecanismos de signo imperial han estado presentes en América Latina y el Caribe, especialmente con el uso de las botas militares, desde el gran despojo de  casi la mitad del territorio de México en el 1845, hasta la invasión de Panamá en el 1989.  

Pero el caso de la República Dominicana, por diversos motivos, adquiere alto relieve en esa cadena ignominiosa de arbitrariedades. Los hechos trágicos de 1904, 1916 y 1965 son manchas indelebles que llevan el sello del coloso del norte. 

Un vistazo al pasado permite comprobar que en el 1854, hace ahora 167 años, se intentó aplicar la referida doctrina por primera vez en el Caribe, y específicamente en la República Dominicana.  

Los EUA pretendieron entonces apoderarse de la Bahía de Samaná, mediante artificios seudo legales. Querían hacer de esa parte del nordeste dominicano una estación naval y otras muchas cosas. Avancé algo al respecto en la segunda parte de esta breve serie. ikol Kigmass

Entre los papeles con membrete oficial que trajo al país en el 1853 el general William Cazneau, en calidad de Comisionado Plenipotenciario de los Estados Unidos, había uno firmado por el Secretario de Estado  de dicho país, William Marcy, condicionando con exigencia vejatoria el reconocimiento de la independencia dominicana. 

Así de cruda era la dicha nota: “…el más poderoso incentivo…es la adquisición de las ventajas que los Estados Unidos esperan derivar de la posesión y control de una porción del territorio en la Bahía de Samaná…”1

El pago sería una renta anual que “no deberá exceder de dos o tres cientos dólares”, tal y como consta en documentos oficiales generados en ese intento de despojo, afortunadamente abortado. 

En eso estuvieron involucrados el presidente dominicano Pedro Santana, el presidente de los EE.UU. Franklin Pierce,  el referido  Secretario de Estado de ese país William Marcy y el citado William Cazneau, un tristemente célebre aventurero que había sido designado el 2 de  noviembre de 1853 para representar en el país al gobierno norteamericano. Su condición de hombre sin escrúpulos figura bien descrita por Sumner Welles en su obra La Viña de Naboth. 

Ese hecho, enmarcado en la Doctrina Monroe y en el mentado Destino Manifiesto, estuvo a punto de cuajar, lo cual hubiera sido una desgracia para el pueblo dominicano.  

El entusiasmo de Cazneau era tan grande, ante la posibilidad de hacer múltiples negocios  en la República Dominicana que arrojarían pingües beneficios para él, sus socios y su país, que en su informe del 23 de enero de 1854 ponía en aviso al gobierno que representaba con estas palabras: 

“Quizás no haya país en el mundo con tantos recursos minerales y agrícolas como éste, entre los cuales se pueden contar el café, el cacao, la caoba, las maderas tintóreas y otros artículos que no se producen en los Estados Unidos.”2  

Ante el abejoneo en torno a entregar la Bahía de Samaná a los EUA se desató un gran movimiento de protesta que inicialmente encabezaron los señores Robert H. Schomburgk, cónsul de Inglaterra; P. Darasse y M. Raybaud, cónsules de Francia;  y Juan Abril y Eduardo Saint-Just representantes de España.

Hay que señalar que en aquella etapa crucial del entonces joven Estado Dominicano los imperios de  Francia e Inglaterra utilizaron barcos de guerra, que se desplazaron en zafarrancho de combate por puntos claves del litoral marino dominicano.  

El primero en llegar fue el buque inglés llamado La Devastación. Francia envió, entre otras  embarcaciones de guerra, La Penélope, una fragata dotada con 40 cañones. 

Hay que resaltar que dichas potencias europeas actuaron así sólo motivadas por sus respectivos intereses. No por otra cosa. 

La gestión del citado enviado estadounidense fue un fracaso. Ante los obstáculos encontrados, Cazneau, Santana y otros decidieron modificar un primer documento de negocio, con el cual se habían regodeado. 

Por la repulsa que causó excluyeron del mismo el tema de la Bahía de Samaná. De todas maneras el Congreso de la República Dominicana no aceptó  el aludido acuerdo en la forma presentada por los interesados. 

Al contrario, lo que se aprobó fue una contundente enmienda que pulverizaba las pretensiones de los EUA, lo cual causó un gran disgusto al referido comisionado plenipotenciario, a sus valedores, así como a Santana. 

Pedro Mir, en su obra Raíces dominicanas de la Doctrina Monroe, señala que: “Esta enmienda era la derrota aplastante de Cazneau, quien sabía que una semejante cláusula sería automáticamente rechazada por el Congreso norteamericano…”3 

En ese rechazo jugaron un papel clave muchos dominicanos que se opusieron al cercenamiento de una parte del territorio nacional. Por su patriotismo sufrieron pena de muerte, destierro o confinamiento.  

Santana, en represalia contra los patriotas que contrariaron los deseos suyos y de sus socios, instaló un tribunal espurio que actuó como se decía antes “a verdad sabida y buena fe guardada.” Es decir, sin formulismo legal, de manera sumaria, sin garantías para los procesados. 

Como una continuación de los efectos nefastos de la Doctrina Monroe hay que decir que desde noviembre de 1903 el país vivía una lucha política entre horacistas y jimenistas, que desembocó en enfrentamientos armados, en lo que se conoce en la historia dominicana como la guerra de la Desunión. Los EE.UU., sin ningún derecho, decidieron intervenir para consolidar en el poder “a uno de los suyos.” 

 El 11 de febrero de 1904 los cruceros estadounidenses Newark, Columbia y Olimpia bombardearon el país por el lugar entonces llamado Pajarito, hoy Villa Duarte. Cientos de soldados hicieron tierra durante 72 horas e impusieron la continuidad presidencial de Carlos Morales Languasco. 

Así también hay que señalar que en el 1916 la República Dominicana fue invadida por miles de soldados norteamericanos. Dicha ocupación duró 8 largos años. El control del aparato productivo, el manejo de los impuestos y las finanzas nacionales se prolongaría por un tiempo mucho mayor. 

El presidente estadounidense Thomas Wodroow Wilson fue quien ordenó dicha invasión. El 6 de enero de 1916 ese mandatario pronunció un discurso en el cual decía que la Doctrina Monroe sólo exigía que los gobiernos europeos no extendieran sus sistemas políticos “allende el Atlántico.” 

Sin embargo, apenas cuatro meses después (15 de mayo de 1916) ya el contraalmirante William Banks Caperton y el diplomático William  W. Russell tenían bajo control militar a la República Dominicana. 

El 29 de noviembre del referido año el jefe supremo de los invasores, el susodicho gobernante Thomas Woodrow Wilson, declaró oficial el ilícito estado de ocupación del país, ordenando de manera simultánea un golpe de estado contra el digno presidente dominicano Francisco Henríquez y Carvajal y la inmediata designación de un entorchado marino de nombre Harry Shepard Knapp como gobernador militar. 

Mucho se ha escrito sobre esa ocupación. No abundaré ahora sobre esa afrenta contra el pueblo dominicano, que motivó la repulsa universal. Sólo citaré a un ilustre caribeño cuya bibliografía es poco conocida aquí. 

Me refiero al historiador cubano Emilio Roig de Leuchsenring, quien al relatar en el año 1921 el hecho probado de que en el transcurso del tiempo la Doctrina Monroe había servido para justificar intromisiones de los EE.UU. en países latinoamericanos, con “actos de ocupación, de intervención y de conquista”, citó el caso dominicano: 

“Santo Domingo ocupado militarmente, desde 1916, so pretexto de posibles e inciertas violaciones de un tratado.”4  

Bibliografía:

1-Papeles del Secretario de Estado No.21.USA. William Learned Marcy.1853-1857.

2-Primer informe de Cazneau al Secretario de Estado Marcy. Sto.Dgo. 23 enero 1854.

3-Raíces dominicanas de la Doctrina Monroe. Editora Taller,1974.Pp39-45. Pedro Mir.

4- La Doctrina de Monroe y el pacto de la liga de las naciones. Imprenta el Siglo XX, 2da. edición, 1921. P17.Emilio Roig de Leuchesenring.