Cultura, Portada

Acerca del gentilicio de los dominicanos

De Juan Daniel Balcácer

La nacionalidad es una dinámica en evolución permanente. No surge al azar ni se adquiere exclusivamente por virtud de providencias jurídicas o legislativas: simplemente se forja con el devenir del tiempo en una época histórica específica y en determinado espacio geográfico habitado por un conglomerado social que, por lo general, entre otros factores, comparte comunes experiencias lingüísticas, históricas, antropológicas y culturales.

En el caso dominicano, el proceso de construcción de la nación y, lo que es más importante, la conformación de un ethos o sentimiento nacional, han sido fenómenos en gestación durante siglos. Andrés L. Mateo ha escrito que la dominicanidad «es un pendular entre el parecer y el ser», una especie de gerundio, un «siendo», o, más bien, una realidad mutable en constante evolución y transformación hasta adquirir nuevos contornos y perfiles cualitativos.

En el presente artículo insisto nueva vez el tema que versa sobre nuestro gentilicio, pero no me adentraré en el examen de los conceptos de nación y de nacionalidad. Me limitaré, por tanto, a brindar una explicación en torno al origen del vocativo nacional de los dominicanos, al tiempo de establecer a partir de qué época, en el discurrir histórico de nuestra nación, se comenzó a usar el gentilicio de dominicano para identificarnos como pueblo.

¿De dónde proviene y desde cuándo se usa? Hay quienes equivocadamente creen que a los habitantes de la parte española de la isla de Santo Domingo se les comenzó a identificar con el gentilicio de «dominicanos» a partir del 27 de Febrero de 1844 cuando fue proclamada la República Dominicana.

Se impone precisar que el origen y uso de nuestro gentilicio es anterior a la fundación del Estado nacional. Es más: por haber sido el pueblo de Santo Domingo, o lo que es lo mismo, el pueblo dominicano, el que inició y concluyó exitosamente el movimiento de separación de Haití, constituyéndose en una nación independiente y de fundamentos democráticos, fue que el general Juan Pablo Duarte dio el nombre de República Dominicana al nuevo Estado que nació en 1844.

El gentilicio «dominicano» deriva del nombre de Domingo. Recuérdese que el Adelantado Bartolomé Colón -hermano del Almirante Descubridor de América- entre 1496 y 1498 fundó una pequeña ciudad sobre la margen oriental del río Ozama, en el área en donde hoy se encuentra la iglesia del Rosario (contigua a los Molinos Dominicanos). Esa nueva ciudad fue bautizada con el nombre de Santo Domingo, designación que, según las crónicas antiguas, obedeció a tres razones. La primera razón fue que el día en que el Adelantado Bartolomé Colón llegó al lugar escogido se festejaba el onomástico del Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores conocida como «dominicos o dominicanos»; la segunda, que ese día, por coincidencia, era domingo; y, la tercera, que el padre de los Colón se llamaba Domingo.

Los amantes de la historia dominicana recordarán que la primera ciudad de Santo Domingo fue destruida por un huracán en el año 1502, y que el nuevo Gobernador de la colonia, Frey Nicolás de Ovando, dispuso su traslado a la margen opuesta del río, esto es, donde actualmente se encuentra la ciudad colonial.

Es fama que el nombre de Santo Domingo, dado a la ciudad Primada de América (que en una ocasión fue llamada «la Atenas del Nuevo Mundo» porque no tardó en adquirir gran esplendor y prestigio en Europa), desde el año 1508 se extendió a toda la demarcación isleña. También se sabe que Cristóbal Colón, el Gran Almirante de la mar océana, originalmente bautizó nuestra isla con el nombre de Española (y no, como muchos creen, LA ESPAÑOLA). Paulatinamente, la isla Española, erróneamente llamada Hispaniola como consecuencia de una incorrecta traducción al latín (tema a dilucidar en otro artículo), fue conocida primero como Isla Española de Santo Domingo hasta que, finalmente, se impuso el nombre de Santo Domingo (sin el Guzmán).

Tal circunstancia explica que desde mediados del siglo XVII lógicamente se comenzara a aplicar el gentilicio de «dominicano» a todo aquel ciudadano nacido en la isla de Santo Domingo. El historiador Emilio Rodríguez Demorizi, en su libro Seudónimos dominicanos consigna que en una Real Cédula, fechada en 1621, se afirma lo siguiente: «Y este Concilio Provincial le podréis intitular dominicano…» Luis José Peguero, el primer nativo de la isla en escribir una historia local hacia 1762, que tituló Historia de la conquista de la isla Española de Santo Domingo, afirmó que «los valientes dominicanos» habían sabido defender su Isla Española. Más adelante, cuando el padre Antonio Sánchez Valverde escribió su Idea del valor de la Isla Española, publicada en Madrid en 1785, llamó a sus compatriotas «dominicanos o españoles criollos». En el impreso más antiguo hecho en Santo Domingo, la Novena para implorar la protección de María Santísima por medio de su imagen de Altagracia, que data del año 1800, se habla de que «al compás de los reverentes cultos se continuarán los favores, y beneficios, que confiesan debidos a María los dominicanos…»

Un cuidadoso examen de la historia colonial dominicana revela que fue durante la primera mitad del siglo XIX cuando nuestro gentilicio comenzó a popularizarse, tal vez como una manera de establecer diferencias étnicas entre los habitantes del Santo Domingo español y los naturales de la parte oeste de la isla (también conocida como Santo Domingo francés) quienes, después de una cruenta guerra revolucionaria, que duró casi quince años, se constituyeron en la República de Haití. De igual modo, el uso del gentilicio «dominicano» adquirió mayor auge en la medida en que nuestros antepasados de la primera mitad del siglo XIX sentaban las bases para cohesionar una comunidad política que merced a similares características culturales, lingüísticas, geográficas e históricas se hallaba inmersa en el proceso de definición del sentido de pertenencia a una colectividad producto de lo que Ernest Renán ha llamado «la consecuencia de un largo pasado de esfuerzos, de sacrificios y desvelos».

Hacia 1815, el gobernador Carlos Urrutia, célebre personaje de los tiempos de La España Boba (1808-1821), al que también se le conocía como Carlos Conuco, en una Proclama se refiere a los «fieles y valerosos dominicanos» que participaron en un asalto protagonizado por sus tropas colecticias. El 10 de diciembre de 1820, el gobernador Sebastián Kindelán, en un Manifiesto público elogió a los «fieles dominicanos»; y cuando el primero de diciembre de 1821 el doctor José Núñez de Cáceres, el caudillo del frustrado movimiento conocido como La independencia efímera, dio a la luz pública el Manifiesto Político mediante el cual los dominicanos se separaban de España y crearon el Estado Independiente de Haití Español, lo intituló Declaratoria de independencia del pueblo dominicano.

En el decurso del período de la Dominación Haitiana (1822-1844), que algunos autores llaman la Unión con Haití, los legisladores haitianos pretendieron absorber la parte española de la isla integrándola a su República, hasta el punto que en los documentos oficiales, al referirse a los habitantes de la parte del Este de la isla, se los llamaba «hispano-haitianos». Afortunadamente, la herencia cultural, lingüística e histórica del pueblo de Santo Domingo ya había arraigado en lo más profundo de la subconsciencia colectiva y correspondió a Juan Pablo Duarte la gloria de eternizar el gentilicio dominicano disponiendo su inclusión en el nombre del Estado-nación que emergió del grito independentista en el Baluarte del Conde, esto es, la República Dominicana.

Nuestro gentilicio también aparece consignado en el Juramento de los Trinitarios de 1838. Seis años después, el vocablo fue incorporado a la Manifestación del 16 de enero de 1844, documento considerado como nuestra Acta de Independencia y que fungió como base jurídica del gobierno colegiado conocido como Junta Central Gubernativa. El gentilicio fue definitivamente consagrado en la primera Constitución Política de la nación, sancionada el 6 de noviembre de 1844 en la villa de San Cristóbal, en cuyo artículo primero se consignó que «Los Dominicanos se constituyen en nación libre, independiente y soberana…» Postreramente, el legislador modificó ese primer artículo de la manera como actualmente figura en nuestra Carta Magna: «El pueblo dominicano constituye una Nación organizada en Estado libre e independiente, con el nombre de República Dominicana».

Como puede comprobarse, el gentilicio nacional dominicano proviene del nombre de nuestro país, que es Santo Domingo, y ha estado en uso desde principios del siglo XVII. De esta designación también deriva el nombre oficial de nuestro Estado, que es República Dominicana, el cual solo existe desde 1844. No deben confundirse los conceptos de país y Estado, toda vez que por lo general el primero precede al segundo. Existe otro gentilicio que también se aplica a los dominicanos y es quisqueyano, derivado de Quisqueya, voz supuestamente indígena, y que los taínos, según algunos cronistas de Indias, dieron por nombre a una región de la isla. Conviene resaltar que este segundo gentilicio es el preferido por Eugenio María de Hostos y también el que casi siempre utilizan los poetas y escritores en sus composiciones literarias. Por ejemplo, todos los dominicanos saben que con el gentilicio quisqueyano el poeta Emilio Prud’Homme dio inicio al primer verso de nuestro glorioso himno nacional, sublime canto patrio que, de conformidad con la Carta Sustantiva de la nación dominicana, es «único e invariable». Pero eso es tema de otra historia…

El gentilicio nacional dominicano proviene del nombre de nuestro país, que es Santo Domingo, y ha estado en uso desde principios del siglo XVII.

De esta designación también deriva el nombre oficial de nuestro Estado, que es República Dominicana, el cual solo existe desde 1844. No deben confundirse los conceptos de país y Estado, toda vez que por lo general el primero precede al segundo