Cultura, Portada

PEDRO HENRÍQUEZ UREÑA EN LAS LETRAS DE AMÉRICA I

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

El 29 del mes pasado se cumplieron 137 años del nacimiento en la ciudad de Santo Domingo de Pedro Henríquez Ureña, catalogado como uno de los más ilustres intelectuales de América Latina.

Su madre fue la poetisa Salomé Ureña, de gran resonancia en las letras y la educación del país. Cuando su hijo tenía sólo 6 años de nacido ella vaticinó con exactitud sorprendente lo que él sería en la vida. Lo hizo en el poema titulado Mi Pedro (al cual 7 años después, ya al borde de su muerte a destiempo en el 1897, le agregó dos versos finales):

“…si a sus sienes aguarda una corona, la hallará del estudio en los vergeles…/busca la luz, como el insecto alado, y en sus fulgores a inundarse acude.”1 

Su padre fue el médico, escritor, abogado y presidente de la República Francisco Henríquez y Carvajal, quien a parte de sus estudios de medicina durante 4 años en París también adquirió un gran bagaje cultural, sumergiéndose en las costumbres y el ambiente decimonónico de aquella gran ciudad europea, así como empapándose con variadas lecturas del enciclopedismo liberal que fue impulsado a partir del ecuador del siglo XVIII por personajes tan sabios como Diderot, D Alambert, Voltaire, Montesquieu, Rousseau y otros.

Una simple lectura lineal del emotivo y a veces angustiante epistolario de sus progenitores permite descubrir el difícil cuadro familiar en que desenvolvieron sus primeros años de vida Pedro Henríquez Ureña y dos de sus tres hermanos, por la prolongada ausencia del hogar del padre. 

Eso significó un drama de grandes dimensiones para la madre a quien, a pesar de que era una ferviente y consumada seguidora del método de enseñanza preconizado por el ilustre educador boricua Eugenio María de Hostos, se le dificultaba lidiar sola con la educación de una prole de 3 menores, con brotes de indisciplina de Francisco, el mayor de ellos, además con estrecheces económicas que dificultaban el aprovisionamiento de alimentos, ropa y medicina. Camila nació en el 1894, luego del retorno al país de su padre.2 

La grandeza de Pedro Henríquez Ureña se aproximaba hacia el perfeccionamiento, si se observa el conjunto de elementos que se nuclean en torno a la espiritualidad de la persona excepcional que era.

En el prólogo de una obra recopilatoria de una parte importante de los escritos de Pedro Henríquez Ureña vinculados con el país, Juan Jacobo de Lara escribió muy certeramente que:

“Pedro Henríquez Ureña tuvo siempre gran amor e interés por su patria. Dedicaba sus pensamientos y su obra con mucha frecuencia a su país, a su Santo Domingo natal, a la región del Mar Caribe.”3 

El referido prologuista dio en la diana. Pedro Henríquez Ureña, en sus intervenciones públicas y privadas, tanto en el país, como en cualquier lugar del mundo donde se encontrare, siempre situaba en altos relieves a la República Dominicana. En momentos aciagos para el pueblo dominicano no vaciló en exponer su propia integridad física y sus medios de sustento para defender su lar nativo.

Una inmensa cantidad de educadores, intelectuales, escritores y críticos literarios de  América Latina, España y los Estados Unidos de Norteamérica han coincidido en que Pedro Henríquez Ureña fue uno de los más profundos historiadores de la cultura que define los pueblos situados entre el sur del Río Bravo, en el norte continental, hasta Tierra del Fuego en el lado más austral. 

Ni siquiera los consabidos mezquinos que siempre aparecen, como incordios reveladores de la doblez del barro humano, han osado cuestionar la grandeza de este hombre. A lo más que han llegado algunos es a guardar un vergonzoso silencio ante la trascendencia de un hombre fuera de serie.

En términos de los aportes culturales que hizo Pedro Henríquez Ureña para todas las Américas el renombrado literato y académico Andrés L. Mateo describe con palabras claves al personaje que motiva esta crónica. El autor de la novela titulada El Violín de la Adúltera lo expresó así:

 “Todos conocen la nombradía de Pedro Henríquez Ureña en el Continente Americano. Los más importantes estudios de indagación filológica, lingüística, culturológica, y todo esfuerzo por establecer una historicidad espiritual del ser americano, atraviesan, inexorablemente, por la labor de él, que fue pionera, múltiple, creativa y extensa.”4 

Era tanto el afán de ilustrarse que a pesar de la conocida mesura para elogiar a los suyos que caracterizaba a Camila Henríquez Ureña (filósofa, pedagoga, ensayista y conferenciante de altos vuelos) no pudo más que revelar que su hermano Pedro hasta quería aprender la lengua china (tal vez el mandarín). Refiere ella que un amigo de él proveniente del gigante asiático sólo atinó a preguntarle: “¿Y qué cantidad de chino quiere Ud. Aprender?”5 

                                  Una conferencia magistral

Se hicieron famosas las conferencias de Pedro Henríquez Ureña, particularmente las que pronunció con frecuencia en la Universidad de Minnesota, famosa por la excelencia académica en sus dos campus, en las ciudades de Minneapolis y Saint Paul. Él fue profesor de Literatura Española en ese centro de altos estudios cuyo lema es: “Un vínculo común para todas las artes.” 

En el 1917 pronunció allí una de sus magistrales disertaciones, con el sugerente título de “La República Dominicana”, en la cual hizo una amplia travesía por su tierra natal, desde los inicios de la colonización hasta el referido año.

Describió, con categoría de paraíso, sus bellezas naturales. Relató las vicisitudes y aniquilamiento de los aborígenes, la fundación de pueblos. Resaltó su papel histórico como punto de salida de expediciones de conquistadores españoles que iban hacia otros lugares de América. 

Explicó con la claridad del gran maestro que fue la fertilidad, abundancia, prosperidad, calor  y decadencia de la tierra insular que el 5 de diciembre de 1492 Cristóbal Colón decidió llamar Española y que luego, como se sabe, fue llamada por mucho tiempo Hispaniola, por un antojo latinista del cortesano de los reyes de España Pedro Mártir de Anglería.

Relató la hazaña frustrada de José Núñez de Cáceres, en el 1821, que pasó a denominarse en la historia dominicana como la Independencia Efímera. Mencionó la larga y pesada ocupación haitiana (1822-1844) y la expulsión del territorio nacional de los usurpadores.

 La Anexión, la Restauración, las luchas internas, la odiosa y dañina intervención de los EE.UU. en el 1916 también fueron temas de esa conferencia.

Resumió las costumbres del pueblo dominicano. Explicó la importancia de su riqueza arquitectónica, escultórica y pictórica, heredada de la era colonial. 

Se refirió a la literatura dominicana a partir del siglo XVI, con escritores y poetas de gran valía, así como el cobijo que se les brindó aquí a escritores de la talla de Tirso de Molina.

Concluyó en esa ocasión el ilustre dominicano su intervención en el claustro universitario de Minnesota de esta elocuente manera:

“En suma, la República Dominicana, por lo mismo que ha sufrido amores y miserias y más hondos desastres que ningún otro pueblo de América, es la mejor prueba de la virtualidad esencial de ellos.”6 

Enérgicas protestas contra la invasión de 1916

Pedro Henríquez Ureña dejó muchos mensajes para consumo, aprendizaje y aplicación de las futuras generaciones de dominicanos. Uno de ellos, de un valor imperecedero, es que la soberanía del país tiene que defenderse siempre, sin importar el tamaño o el poder económico y militar de los atacantes.

En ese sentido Pedro Henríquez Ureña no hacía excepciones. Así se comprueba sin ninguna anfibología en libros, publicaciones periodísticas, conferencias y comunicaciones públicas y privadas enviadas a instituciones nacionales e internacionales y también a particulares influyentes.

Él estaba persuadido de que la República Dominicana forma un pueblo con un conjunto de valores históricos, culturales y sociológicos que le son propios y  cuyas bases de sustentación  deben mantenerse inmanentes; por ser parte esencial de su idiosincrasia.

Juan Isidro Jimenes Pereyra renunció a la presidencia de la República en el 1916, negándose a aceptar  presiones extremas de poderosos personeros norteamericanos encabezados a la sazón por el entonces Secretario de Estado William Bryan. 

Lo mismo ocurrió con su sucesor, Francisco Henríquez y Carvajal, quien también se negó rotundamente a aceptar las imposiciones de los EE.UU.

Esas patrióticas actitudes de los presidentes Jimenes y Henríquez motivaron a Pedro Henríquez Ureña para emprender un largo proceso de protestas en todo continente. Dedicó en ese tiempo todos sus esfuerzos para dar a conocer ante el mundo los días amargos que se estaban viviendo en la República Dominicana.

Para entonces el poderoso país del septentrión (con su símbolo del águila calva con las 13 flechas que sostiene con su garra derecha) primero intervino las finanzas nacionales y controló el aparato burocrático del país.

Pocos meses después, el 29 de noviembre de 1916, el capitán H.S. Knapp hizo la tristemente célebre proclama que lleva su apellido, diciendo que el país había sido ocupado militarmente por los EE.UU., con una jefatura de gobierno y unas leyes impuestas por ellos.

Ese incalificable atropello contra el pueblo dominicano, con gendarmes extranjeros profanando al máximo la soberanía nacional, provocó en Pedro Henríquez Ureña una indignación mayor de la que ya sufría. 

Su firme  y vigorosa oposición a los desmanes de la soldadesca extranjera arreció con el paso de los días. Su voz fue cada vez más alta en diferentes escenarios internacionales.

En su ensayo titulado El Despojo de los Pueblos Débiles, publicado en el 1916, de amplia circulación tanto aquí como en otros países, Pedro Henríquez Ureña hace un recuento de los abusos que los estados poderosos hacen contra los débiles; sólo por la supremacía económica y militar, y no por otros motivos. También externó  sus quejas por la falta de solidaridad de muchos dirigentes latinoamericanos ante los desafortunados hechos que se estaban produciendo en el país.

Una de sus protestas más sólidas está contenida en un aldabonazo lanzado en la ciudad de Washington, capital de los Estados Unidos de Norteamérica.

En efecto, mediante una carta de fecha 30 de septiembre de 1919 dirigida al poderoso senador  republicano  por Massachusetts Henry Cabot Lodge, pero cuyo contenido cubría a toda la cúpula dirigencial de EE.UU., (que luego se publicó con el título “Libertad de los pueblos pequeños y el Senado Norteamericano”) el ilustre polímata dominicano se expresó de este modo:

“Nuestro principal deseo es que se devuelva la soberanía nacional a los dominicanos, única solución ajustada a derecho.”7 

Bibliografía:

1-Mi Pedro.Poema. Salomé Ureña de Henríquez.1890.

2-Familia Henríquez Ureña, Epistolario. Segunda edición, 1996.Compiladores Blanca Delgado Malagón  y Arístides Incháustegui.

3-Obra Dominicana. Pedro Henríquez Ureña.SDB.Editorial Cenapec,1988.P11.

4-La virtud del anonimato. Conferencia.Museo de Historia y Geografía,1985.Andrés L. Mateo.

5-Camila Henríquez Ureña.Obras y apuntes.Editora Universal,s/f.P54 y 55.

6-Pedro Henríquez Ureña. Obra dominicana.SDB.Editorial Cenapec,1988.P 412.

7- Carta al senador Henry Cabot Lodge.30-septiembre-1919.Pedro Henríquez Ureña.