Cultura

Convulsiones Históricas En Haití (Y V)

Los Duvalier, Fignolé, Vilbrun Sam y Rosalvo Bobo.

Por Teófilo Lappot Robles

Esclavitud e invasiones en Haití

Las convulsiones que ha sufrido Haití durante siglos están vinculadas de manera indisoluble a la actuación en su contra de países poderosos, corporaciones de negocios e individuos extranjeros, además del componente local, que incluye creencias y mitos poderosamente entrelazados en gran parte de la población.

La esclavitud, el sistema de plantaciones (caña de azúcar, café, cacao, tabaco y otros productos llamados de lujo), el intervencionismo directo e indirecto de botas militares extranjeras, y en las últimas décadas organismos civiles internacionales; la insensibilidad de sus élites, que han hecho del latrocinio y del aprovechamiento económico su leitmotiv; el dominio ideológico y religioso, así como la escasa escolaridad de la población, etc. han sido una especie de tuberculosis larvada en la sociedad haitiana.

Francia tiene una responsabilidad histórica en las convulsiones que a través del tiempo han estremecido al pueblo haitiano.

Esa poderosa nación europea comenzó la colonización y la esclavitud en Haití en el año 1623, teniendo como punto de entrada de sus tropas la isla de la Tortuga, ubicada en el noroeste de ese país.

El otrora poder imperial francés se mantuvo181 años acogotando a los esclavos, quienes después de varios años de revueltas lograron en el 1804 proclamar la independencia de Haití.

El 17 de abril de 1825, por una ordenanza del inefable rey francés Carlos X, Haití fue obligado a pagar 150 millones de francos, en cinco cuotas, como liquidación por las secuelas de su proceso independentista.

Para la primera amortización de dicha deuda impuesta el Estado haitiano tomó un préstamo a un banco francés que para otorgarlo cobró 6 millones de francos por comisiones y otros gastos. En el 1830, ante la imposibilidad de pagos del empobrecido país caribeño, la ex potencia colonial rebajó el monto inicial a la mitad.

Haití terminó de pagar esa deuda en el 1947; es decir 122 años después de ser impuesta por Francia. En un ejercicio de indexación ese dinero superaría ahora los 20 mil millones de dólares estadounidenses.

La explosiva amalgama de factores que envuelve la historia del pueblo haitiano permite escribir extensamente sobre la misma. Por más datos y opiniones que se hayan divulgado al respecto siempre se podrán hacer nuevos hallazgos sobre la miríada de crímenes y abusos padecidos por los esclavos africanos y sus descendientes.

Los mitos en Haití

Los mitos, desde su perspectiva de creaciones mágicas, siempre están presentes en la vida de todos los pueblos, con sus diversas matizaciones.

En Haití los mitos están muy poderosamente presentes, más allá incluso de una simple visión antropológica. Tal vez es así debido a que la inmensa mayoría de sus habitantes han asimilado sus tradiciones como parte de sus mitos.

Lo anterior es algo complejo a simple vista, pero que fluye casi de manera natural en el diario vivir de los haitianos. Cualquier observador perspicaz lo capta en poco tiempo.

Esa simbiosis de mitos, creencias y el recuerdo de los ancestros va más allá de lo que trajeron a América los esclavos de esa África antigua que en su parte norte, específicamente en el noreste del Magreb, y no muy lejos del mar Rojo, produjo hace más de 1600 años al docto y conceptista san Agustín de Hipona.

Lo que ha vivido Haití desde el siglo XVII, con todo y sus muchos mitos, nada tiene que ver con aquel mundo onírico de los mitos de la Grecia Antigua que describió Homero en la Ilíada, hace más de 3,200 años.

El pueblo aqueo descrito en la Ilíada, a pesar de la violencia de la guerra, seguramente no sufrió los aguijones del hambre que día y noche sufren los estómagos de la inmensa mayoría de los haitianos. Lo señalado por Homero, en su poema pre helénico, se reduce a una carga inmensa de metáforas.

Pienso que una parte considerable de la obra literaria y ensayística sobre Haití, partiendo desde los antepasados capturados en Benín, Ghana, Camerún, Gabón, Nigeria y otros pueblos del golfo de Guinea, hasta el presente, se reduce a simple propaganda y a puro faroleo de algunos autores.

Muchos de los escritos aludidos chocan con la cruda realidad de ese pueblo haitiano que en sus barrios carenciados y en sus campos desamparados tiene un tiempo sagrado para sus mitos y creencias (especialmente con la complicidad de la penumbra) y un tiempo profano para sus otros quehaceres.

Más bien encajan en la visión que Jorge Luis Borges proclama en el tercer párrafo del prólogo de su libro El informe de Brodie: “Mis cuentos….quieren distraer y conmover y no persuadir…”1

La genética y otras cosas

A propósito de lo mucho que se escribe sobre la singularidad del pueblo haitiano como parte de las Antillas Mayores, es pertinente decir que desde que el pionero austriaco Gregor Mendel, un sabio monje Agustino quien pasada la mitad del siglo XIX creó un conjunto de reglas sobre la genética, los expertos en la materia han comprobado que ella tiene un origen nómada.

La importancia de la genética es considerable al momento de profundizar en el comportamiento de individuos y pueblos enteros. Los genes constituyen uno de los componentes vitales de toda acción de los seres vivos del universo.

A ese propósito señalo, por la amplia vinculación genética de Haití con África, que el gran historiador medievalista, poeta y catedrático en varias universidades francesas  Zakari Dramani-Issifou de Cewelxa ha tratado con profundidad el tema de las migraciones, partiendo de los mitos, creencias, historia y realidades que forman parte de la existencia de los pueblos.

El ilustre académico africano nacido en Benín sostiene en su obra titulada África Genitrix que: “…el África es, gracias a estas migraciones, la fuente fecunda de donde brotó la conciencia de los hombres y un crisol generador de su pensamiento.”2

Pero hay que puntualizar que por ignorancia o mala fe muchos opinantes mal venden la idea de que Haití es un pedazo de África en América.

Es una visión reduccionista de su historia pretender atar a ese pueblo a un simple fenómeno psicosocial de las tribus africanas. La realidad es otra. Las convulsiones históricas de ese país caribeño son el producto de su accidentada formación, sin que ella sea de origen lineal.

Militares y políticos

Casi en su totalidad los haitianos que han llegado a la cúspide del poder, o han estado en sus proximidades, están en una escala de valoración negativa, a la luz de las convulsiones históricas de su país: Los Duvalier, Daniel Fignolé, Vilbrun Sam y Rosalvo Bobo son algunos ejemplos de los muchos dirigentes políticos y militares que han contribuido al hundimiento en que se mantiene ese país.

Desde Dessalines hasta Jean Claude Duvalier, Haití ha tenido 9 presidentes vitalicios. Dos de ellos también se encasquetaron el título de emperadores y uno de rey. Si se escarba más en el pasado aparecerán otros hechos insólitos.

Por más que se quieran encubrir los hechos nadie discute que los diferentes gobernantes que ha tenido ese país representan una sima de gran calado que pesa como un grueso lastre en ese pueblo, que al día de hoy, y luego de muchos avatares, se asemeja a una nave desvencijada, más que por el tiempo por las magulladuras que ha sufrido.

Un falso emperador gringo en Haití

En el año 1925, en el golfo de Guanaba, en el oeste haitiano, donde está enclavada  la Isla Gonáve, una caplata (jefa vudú) del lugar se puso de acuerdo con el encargado militar estadounidense de la zona para designarlo como el emperador Faustino II, con cuya pompa se movió durante 4 años.

El motivo de esa “coronación” fue surrealista: el tipo aludido tenía por nombre  Faustin Wirkus. Eso bastó para que se difundiera la idea de que él era la reencarnación de su tocayo el general Faustino Soulouque, quien luego de ser presidente vitalicio de Haití  se declaró el 26 de agosto de 1849 emperador, con el nombre de Faustino I.

La bruja conocida como Ti Memenne, tal vez rodeada por arpías en su altarejo en un altozano de la Gonáve, consideró que ese gringo de origen polaco tenía que ser emperador de esa ínsula montañosa y suelo rocoso, con casi 800 kilómetros cuadrados de tamaño. Así pasó a la historia haitiana. Una absurdidad más.

Tal vez sea una anécdota de García Márquez, o una píldora más de la realidad haitiana, pero él narra en el libro El Olor de la Guayaba, escrito al alimón con Plinio Apuleyo Mendoza, lo siguiente:

“El doctor Duvalier, de Haití, “Papa Doc”. Hizo exterminar todos los perros negros que había en el país porque uno de sus enemigos, para no ser detenido y asesinado, se había convertido en perro. Un perro negro.”3

Los indolentes en las convulsiones de Haití

Las continuas convulsiones de las últimas décadas en Haití son reflejos directo de lo que ya en el siglo antepasado expresó el gran pensador haitiano Beaubrun Ardouin, cuando se refería a la efervescencia política y social que vivía entonces su país.

Luego de palpar las primeras seis décadas del siglo XIX, comprobar el comportamiento de grupos e individuos, y de analizar detalles intrínsecos de su tierra natal, Ardouin proyectó sus reflexiones hacia el futuro.

A pesar del rechazo que han tenido muchas de las opiniones que dejó Ardouin en su larga serie de notas recogidas en 11 volúmenes bajo el título de Estudios sobre la historia haitiana, nadie puede negar que en lo anterior acertó en la diana.

Ante los múltiples problemas que se van acumulando en Haití hay personajes de plastilina que sólo hacen declaraciones y nada más. Algunos viven agazapados en las llamadas organizaciones no gubernamentales (ongs), creadas como tapadera para sacar beneficios económicos sobre la miseria cada vez más profunda de ese pueblo.

 Se calcula que al día de hoy hay varios millones de habitantes de Haití que  subsisten con permanente falta de alimentos, inclinándose su calamitosa situación hacia una emergencia catastrófica.

 Los que dentro y fuera de Haití no ayudan a paliar la miseria de la mayoría de su población hacen recordar las reflexiones del sabio español Miguel de Unamuno cuando se refería a los sujetos pensantes que temerosos de mirar el rostro de la esfinge preferían contarles los pelos del rabo.

Respecto a lo anterior, una cosa es la creación fantasmagórica del demonio de destrucción que en la mitología griega se le atribuyó en principio a Hesíodo, y que dicho sea de paso el escritor y miliciano romano apodado Plinio el Viejo la caracterizó con un pelaje pardo en las profundidades del reino de Abisinia. Otra cosa muy diferente es el destino de millones de seres humanos con una existencia precaria, destinados a vivir y morir en condiciones de extrema adversidad, como es la realidad de Haití.

La invasión americana en Haití (1915-1934)

Las convulsiones haitianas del primer lustro de la segunda década del siglo pasado, protagonizadas por personajes como Cincinnatus Leconte (objeto de magnicidio como su bisabuelo Dessalines), los hermanos Zamor, Jean Vilbrun Guillaume Sam, Rosalvo Bobo y otros, fueron la excusa invocada en el 1915 por el presidente estadounidense Woodrow Wilson para ordenar al contralmirante William Banks Caperton que dispusiera que tropas a bordo del portaaviones US Washington ocuparan Haití.

Allí se quedaron durante 19 años. Designaron presidentes títeres como Philippe Sudre Dartiguenave, Louis Borno, Louis Eugene Roy y Sténio Vincent, pero los  reales gobernantes de aquel país eran los comandantes militares estadounidenses de turno.

Poderosos grupos empresariales de los Estados Unidos de Norteamérica obtuvieron grandes beneficios durante la ocupación de Haití, empobreciendo aún más a su población y dejando secuelas negativas de tipo militar y una larga estela de crímenes a mansalva, tal y como está comprobado en documentos.

El 10 de julio del año 1920 Herber J. Seligman, entonces Secretario Ejecutivo de La Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (fundada en EE.UU. en el 1909), publicó en el famoso semanario estadounidense The Nation una denuncia que nunca pudo ser desmentida por los acusados:

“Se han construido campamentos militares por toda la isla. Se ha incautado la propiedad de los indígenas para uso militar. Durante un tiempo, se disparó sin previo aviso contra cualquier haitiano visto con arma de fuego. Se disparó con ametralladora contra multitudes de nativos desarmados…”4

 La historiadora haitiana Suzy Castor hizo una amplia radiografía sobre lo que ha significado, en términos negativos para su país, el período de ocupación estadounidense que abarcó del 1915 al 1934, y que ella le atribuye ser 23 años después la conexión directa con el surgimiento de la larga dictadura de los declarados presidentes vitalicios Duvalier, padre e hijo.

En su obra titulada La ocupación norteamericana de Haití y sus consecuencias (1915-1934) la profesora Suzy Castor plantea, entre muchas otras cosas, que esa ocupación dejó en Haití: “…estructuras de dependencia, un reacondicionamiento de las fuerzas sociopolíticas y la implementación de un sistema bastardo de “democracia representativa.”5

La historia corrobora que los hechos aparejados con esa invasión han sido la principal fuente generadora de muchas de las desgracias que ha sufrido el pueblo haitiano en los últimos 105 años de su existencia.

Manuel Rueda y Makandal

Queda mucho que decir sobre Haití. Ahora es válido citar al poeta dominicano Manuel Rueda, quien en su libro titulado Las metamorfosis de Makandal, al evocar a ese valiente esclavo cimarrón que se alzó varias veces en las montañas del noroeste haitiano, escribió:

 “Pero ahí están los llantos/y las planicies desoladas/con su capa de polvo/y sus miserias. Veréis la muerte oculta/en tantas carnazones que revientan/ aguas de las galeras volcadas en las costas/ que esperan su dolor/ la cosecha del dolor en surcos que se ahondan/ todos sangre y dolor/dolor y sol/en mediodías que no acaban.”6

Aimé Césaire habló muy claro

Dicho lo anterior es pertinente señalar (por su vinculación con las convulsiones históricas en Haití) que el poeta, político y escritor martiniqueño Aimé Césaire tronó en el 1950, en un lúcido ensayo que contiene una crítica al nefasto sistema colonial implantado en el Caribe insular por varios países europeos.

Césaire se refiere en ese escrito de antología a un tal reverendo Barde quien desde un púlpito con ornamentos de fementido cristianismo (y obviamente con alma de ofidio y sin haber leído el Sermón que en el 1511 pronunció en la ciudad de Santo Domingo el valiente sacerdote Fray Antón de Montesinos) inculcaba a sus idiotizados feligreses que si los bienes de este mundo “permanecieran indefinidamente repartidos, como ocurriría caso de no haber colonización, no responderían ni a los designios de Dios, ni a las justas exigencias de la colectividad humana.”7

Esta serie de 5 crónicas sobre las convulsiones históricas de Haití es sólo un simple aporte. Por ello me acojo para cerrarla al criterio del historiador y sociólogo holandés Harry Hoetink, quien en su ensayado titulado África y el Caribe: Los vínculos culturales, expone que:

“La exploración de los vínculos culturales entre el área del Caribe y África durante el período 1600 a 1850, exige una destreza en el arte de sintetizar que acaso supere mis posibilidades…”8

Bibliografía:

1-El informe de Brodie. Editorial Emecé, 1970. Jorge Luis Borges.

2-África Genitrix.AGN. Volumen  238. P76.Editora Búho, 2015. Zakari Dramani-Issifou de Cewelxa.

3-El olor de la guayaba. Editorial Bruguera, 1982. P85. Gabriel García Márquez y Plinio Apuleyo Mendoza.

4- Semanario The Nation, New York, EE.UU., 10 de julio de 1920. Herber J. Seligman.

5-La ocupación norteamericana de Haití y sus consecuencias (1915-1934). Siglo Veintiuno Editores, 1971.P199. Suzy Castor.

6-Las metamorfosis de Makandal. Ediciones BCRD. Segunda edición,1999.P18. Manuel Rueda.

7-Fragmento del discurso sobre el colonialismo, pronunciado en el 1950. Aimé Cesáire.

8-Santo Domingo y el Caribe.SDB. Editora Serigraf,2011.P129.Harry Hoetink.