Dessalines
POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES
Los crímenes perpetrados por siniestros haitianos encabezados por Jean-Jacques Dessalines en pueblos de El Cibao, en abril de1805, fueron contra el pueblo dominicano, por más que algunos pocos insistan en decir que para entonces no existían los dominicanos.
La población masacrada tenía sus hábitos y costumbres definidos y había una unidad espiritual que los cientistas sociales llaman ethos. Las víctimas eran criollos, con su idiosincrasia en formación desde hacía décadas. No eran franceses ni españoles.
El recuento histórico de esos desgraciados hechos no se hace con otro ánimo que no sea reflejar mínimamente los ataques feroces de que han sido víctimas los dominicanos a través del tiempo, por parte de los vecinos del oeste de la isla.
El degüello del 3 de abril de 1805 en Moca se hizo en el recinto de una iglesia, donde se refugiaron cientos de hombres, mujeres y niños bajo la inútil protección de fray Pedro Geraldino, a quien el siniestro Christophe engañó.
El coronel Brossard fue el responsable directo de crímenes, saqueos e incendios en Monte Plata, San Francisco de Macorís, Cotuí y caseríos colindantes.
Además de los múltiples asesinatos a mansalva en La Vega el coronel Antoine se llevó de allí, como reos hacia Haití, a casi mil habitantes. San José de Las Matas, Montecristi y otros pueblos del norte del país también fueron víctimas de la vesania de Dessalines y su estado mayor deshilachado.
Algunos han pretendido vincular la barbarie de los asesinatos referidos con un Decreto emitido el 6 de enero de 1805 por el gobernador colonial francés general Jean-Louis Ferrand, cuyo contenido era de un potencial ataque a la entonces recién obtenida soberanía de Haití.
Ese alegato carece de sindéresis, por ilógico, a la luz del río de sangre inocente desatado por Dessalines, Christophe y otros criminales cuando iban en desbandada hacia su tierra, en el lado oeste de la isla.
Lo ocurrido en aquella ocasión puede calificarse como un crimen de lesa humanidad, en la definición presente de cualquier diccionario jurídico, y desde la perspectiva de una acción violenta contra una población civil.
Para confirmar lo anterior, y como demostración de que no es una exageración dominicana, basta decir que en las más conocidas páginas de la historia de Haití aparecen estas expresiones conectadas con la masacre referida:
“Al verse frustrado en sus esperanzas y burlado por las circunstancias, Dessalines montó en cólera. Su irritación y su despecho no tuvieron límites. Se enorgullecía de haber ordenado a sus subalternos que por doquier arrasaran con todo en el territorio enemigo por el que volvieran a pasar…”
Aunque usó cabriolas semánticas para explicar lo ocurrido, remontándose a un “sentimiento de venganza” y colocando a Dessalines como la encarnación de “una serie de víctimas mudas”, finalmente el historiador haitiano Jean Price-Mars reconoció que el degüello de Moca del 3 de abril de 1805, y otros homicidios en pueblos dominicanos por orden del susodicho Dessalines y ejecutados por Christophe y demás jefes haitianos en desbandada fue:
“Uno de los episodios más dramáticos y sangrientos…nada faltó a tan triste cuadro de inútiles horrores…Con qué júbilo delirante ordenaba entonces el exterminio de los blancos y de los que consideraba tales…”(La República de Haití y la República Dominicana. Tomo I. Editora Taller,2000.Pp 97,98. Jean Price-Mars).
Para mejor entender la barbaridad aludida es importante acudir a la opinión del abogado, político y profesor haitiano Alfred Viau, en un ensayo que publicó mientras estaba exiliado en nuestro país: “…el prejuicio de color en Haití es un sentimiento colectivo, opresivo, sanguinario y monstruoso.”(Negros, Blancos y Mulatos. Editora Montalvo, 1955).
En su historia del pueblo dominicano (séptima edición, 2008.P158), el sociólogo e historiador Franklin Franco reseña que: “En su retirada, los ejércitos que regresaban por la zona Norte capitaneada por Dessalines, Cristóbal y Brossard, cometieron todo género de abusos y crímenes en Monte Plata, Cotuí, San Fco. De Macorís, La Vega, Moca y Santiago.”
Las crónicas de la ciudad de Santiago de los Caballeros registran que después de cometer maldades a mansalva allí el mismo Dessalines encabezó (era pirómano) el incendio que destruyó esa ciudad el 6 de abril de 1805.
El 12 de abril de 1805 el mencionado Dessalines, ya en su cuartel del poblado Laville, en el norteño distrito haitiano de Plaisance, intentaba justificar sus hechos sangrientos en El Cibao: “…donde no hay campo no hay ciudades.” Peor aún alegó que frenó “la ventaja que el enemigo se proponía alcanzar.”
El tiempo demostró que sus acciones en nada contribuyeron a consolidar los ejes en que él pretendía desarrollar su “dictadura militar revolucionaria.” Tampoco lograron impulsar principios soberanistas en Haití, ni sentaron bases firmes en el aparato económico de ese país, entre otras cosas.
Sobre esos y otros hechos, en fecha 26 de marzo de 1849 el Congreso Nacional se expresó así: “Recordemos sus invasiones de los años I y 5; sus devastaciones, los horrendos degüellos de Moca…la rabia de tales caníbales se repitió en la Iglesia de Moca, Santiago y otros lugares…” (Guerra Domínico-Haitiana. Impresora Dominicana, 1957.pp219, 220 y 247.Editor Emilio Rodríguez Demorizi).
A pesar de ese pasado azaroso los dominicanos ayudamos a los haitianos; aunque naciones poderosas que actúan como tartufos en la escena mundial (comenzando por los EE.UU.) pretendan lanzar lodo contra este pequeño país “colocado en el mismo trayecto del sol”, como bien escribió el poeta nacional Pedro Mir.
Teófilo Lappotteofilolappot@hotmail.com