Mi Voz, Portada

Retos presentes y futuros de los partidos políticos tradicionales

Por Juan Carlos Espinal

El peso económico del mundo se desplaza desde Estados Unidos a las economías europea asiática liderada por Rusia e Irán tras China haber rescatado la Ruta de la Seda, construido el gasoducto Moscu-Beijing y abandonado el dólar estadounidense como moneda de intercambio comercial.

Los dólares, tan escasos en Santo Domingo, han ido saliendo de República Dominicana en forma acelerada, sobre todo a partir de la caída de los gobiernos aliados a la UE, el déficit fiscal provocado por los enormes gastos en armamento, especialmente la guerra de Ucrania así como la irresponsabilidad de las economías occidentales de abandonar los programas de bienestar social en pandemia.

El dólar, pieza fundamental de la economía mundial, tal como lo habían garantizado el FMI se debilitó.

Respaldados en teoría por el oro, la economía neoliberal estadounidense, que había llegado a poseer tres cuartas partes de las reservas mundiales se trataba cada vez más de un chorro de papel moneda sin soporte económico, es decir, inorgánicos de contabilidad.

La inestabilidad del dólar, la deuda externa y la inflación hizo que la dependencia se República Dominicana a la economía estadounidense se multiplicará y sus consecuencias sociales y políticas amentan con las desigualdades, al tiempo que lo hace la caída del crecimiento económico.

Durante la mayor parte de 1970, la estabilidad del peso respecto al dólar, y con ella la del sistema internacional de pagos ya no se basó en el oro sino en la disposición de los bancos centrales norteamericanos y europeos, presionados por el gobierno de los Estados Unidos, a no cambiar sus dólares por pesos, euros o yuanes, y a unirse a un bloque de países “donantes” de las cumbres mundiales “para estabilizar el precio de los alimentos en los mercados”.

Pero eso no durará.

Entre 2000-2020 EEUU agotó sus recursos estratégicos, su economía doméstica se disolvió, con lo que, de hecho, se puso fin a la hegemonía capitalista en cien años, 1900-2000, a la convertibilidad del dólar, (formalmente abandonada en 1971 con Nixon) y con ella, a la estabilidad del sistema internacional de pagos, cuyo dominio por parte de los prestamistas del Fondo Monetario Internacional o de cualquier otro casino, tocó a su fin.

Cuando la hegemonía política y económica norteamericana termine la estabilidad hemisférica habrá quedado tan mermada que el país ni siquiera podrá financiar su propia capacidad militar.

La guerra del Golfo de 1991 contra Irak, por ejemplo, una operación militar esencialmente de la inteligencia norteamericana, la pagaron, con ganas o sin ellas, la clases medias latinoamericanas o terceros países europeos que apoyaban a Washington y fue una de las escasas guerras económicas en la que EEUU y sus aliados del G-7 sacaron pingües beneficios.

Por suerte para los infelices iraquíes, según Busch hijo:

“…Todo terminará en cuestión de días…”

A mediados del año 2021 la economía de América Latina y el Caribe entró en lo que se ha denominado la Era perdida.

Durante la época de bonanza de las privatizaciones en EU y Europa el FMI había profetizado una grave crisis socio económica posterior, “…esperando…” así lo creía o afirmaba su portavoz, Joe Biden :

“…La guerra de Ucrania desencadenará una nueva década de prosperidad económica…”.

En realidad, sus consecuencias son justamente las contrarias.

Sin embargo, lo que nadie espera, ni siquiera el presidente Macron de Francia, aún en sus momentos de mayor lucidez y optimismo, era la extraordinaria generalidad y profundidad de la crisis pos revolución que se inició, como saben incluso los neoliberales no historiadores del status quo existente, con el derrumbe de las torres gemelas en Nueva York, la rendición de EU en Afganistán y el proceso de descolonización de Ucrania y Taiwán.

Las privatizaciones constituyen un acontecimiento negativo de extraordinaria magnitud para las finanzas públicas latinoamericanas y caribeñas, que supune poco menos que el colapso de la economía capitalista del hemisferio, que parece atrapada en un círculo vicioso, donde cada descenso de los índices económicos, exceptuando los falsos datos del desempleo, que alcanzó cifras astronómicas, refuerza la baja en el crecimiento de todos los demás renglones del PIB mundial.

Como señalaron los admirables economistas del Banco Central del gobierno del presidente Abinader, aunque nadie los tomó muy en cuenta:

«..la dramática recesión de la economía dominicana no tardó en golpear los bolsillos del gran núcleo de clases medias urbanizadas..»

La gran compañía de sector eléctrico, CDEE, por ejemplo, tras el fideicomiso perdió sus ingresos netos descendieron su rendimiento y rentabilidad en ciento en 2 años.

A nivel internacional se ha producido una crisis en la producción de artículos de primera necesidad, tanto de alimentos como materias primas, dado que los precios, que ya no se protegían de la inflación acumulando existencias como antes, iniciarán una caída libre, cuando no como con la tasa cero se especula en grande.

Los precios de los alimentos, del oro en bruto y los del petróleo supone el hundimiento del comercio exterior de República Dominicana que depende de unos pocos productos primarios.

En definitiva, ese fenómeno transformó la depresión pos COVID-19 en un acontecimiento literalmente mundial.

Las economías de Santo Domingo, Santiago, La Romana y San Francisco de Macorís, extraordinariamente sensibles a la importaciones han resultaron afectadas.

La desaparición temporal de la agroindustria conlleva también la del 50 x 100 del arroz que se envia a la mesa de los capitaleños.

Simultáneamente, el precio del arroz se disparó, afectó a los grandes arroceros del Sur y del Nordeste de la isla.

Como el precio del trigo se multiplicó en el mercado internacional más espectacularmente que el del arroz, se dice que en ese momento muchos dominicanos sustituyeron este último producto por el el guineito.

Sin embargo, la importación de pan de “agua” y el de los vegetales de ciclo corto empeoró la situación de los agricultores en los países exportadores de arroz como Haití.

Los campesinos intentan compensar el aumento de los precios disminuyendo sus cultivos aún cuando las ventas caen sin subsidios del Ministerio de Agricultura y eso se traduce en una caída de la producción nacional.

Esa situación llevó a la ruina a los agricultores que dependían del mercado especulativo, especialmente del mercado de permisos de importación, salvo en los casos en que pudieron volver a refugiarse en un “conuquismo” de subsistencia, último reducto tradicional del campesinado.

Irónicamente, eso era posible en una gran parte de las cooperativas del sub mundo capitalista desarrollado y el hecho de que la mayoría de la población de la Capital, Santiago de los Caballeros y de la “línea” noroeste fuera todavía rural le permitió al estado dar vueltas a la situación.

INESPRE, se convirtió en la pandemia COVID-19 en la ilustración perfecta del despilfarro del gobierno del presidente Abinader y de la profundidad de la crisis de las privatizaciones.

De todas maneras, para los capitaleños que aún vivían del campo, en su inmensa mayoría, las privatizaciones de los años noventas fueron mucho más llevaderas que los cataclismos financieros de los años ochenta, sobre todo porque en aquella crisis las expectativas económicas de la población pobre eran todavía muy modestas.

Sin embargo, los efectos de la crisis capitalista del siglo XXI se dejo sentir incluso en las provincias agrarias.

Así parece indicarlo el descenso en torno a los dos tercios de las importaciones de azúcar, harina, pescados en conserva y arroz, donde el mercado del cacao se había hundido completamente, por no mencionar el recorte de las importaciones de carne de cerdo en un 100 x 100.

Para quienes, por definición, no poseían control o acceso a los medios de producción – pienso ahora en los vendedores ambulantes de la Lincoln con 27 – , es decir, para los hombres y mujeres que trabajaban a cambio de una recompensa, la principal consecuencia de la depresión capitalista y del consumo, fue el desempleo en una escala inimaginada y sin precedentes, y por mucho más tiempo del que el camarada Gobernador Valdés Albizu y su tribu de analistas pudiera haber previsto.

En los momentos peores de la crisis sanitaria, los índices de desempleo reflejan que más de 1 millón de dominicanos se fue a la pobreza.

Además, la recuperación que se inició a partir de 2022 no permitió reducir la tasa media de desempleo de los años noventa.

Nadie puede recordar en 2022 un estancamiento económico de tal magnitud en la vida de los trabajadores.

Lo que hizo más dramática la situación fue que el sistema público de seguridad social, incluido el subsidio de desempleo, no existían, en el caso de la República Dominicana, o eran extraordinariamente insuficientes.

Según nuestros criterios actuales, sobre todo para la SIPEN la razón por la que la seguridad social ha sido siempre una preocupación fundamental de las AFP y las ARS es porque la protección contra las temidas incertidumbres socio políticas del empleo, las pensiones, los salarios, la enfermedad o los accidentes y contra la mortal incertidumbre de una vejez sin ingreso, debía estar en manos del sector privado.

Insólito.

Eso explica también que las clases medias y los trabajadores soñaran con ver a sus hijos ocupando un puesto de trabajo de segunda o tercera categoría modestamente pagado pero seguro y que le diera derecho a una miserable jubilación y, por supuesto, el acceso a una “caja de muertos” en Savica.

Aquellos que se habían acostumbrado a trabajar en el Estado o a atravesar períodos de desempleo cíclico, comenzaron a sentirse desesperados cuando, una vez hubieron gastado sus pequeños ahorros y agotado el crédito en los mercados populares de alimentos, veían imposible encontrar un trabajo.

De ahí el impacto traumático que tuvo la política de privatizaciones del modelo económico de las élites de los partidos políticos tradicionales en su conjunto:

El desempleo generalizado, consecuencia primera y principal de la depresión económica para el grueso de la población.

Poco les importa que las clases medias y los trabajadores puedan demostrar que la mayor parte de la mano de obra que estuvo empleada, incluso durante los peores momentos de CORDE, por ejemplo, había empeorado notablemente su posición durante la pandemia dado que los precios aumentaron durante todo el período de privatizaciones y que durante los años más duros de la devaluación sistémica del peso los precios de los alimentos aumentaron más rápidamente que los restantes productos terminados.

La imagen dominante en la época pos COVID-19 es la de los “comedores económicos” de beneficencia y la de los pedigüeños que desde las zonas francas y las haciendas ganaderas convergían hacia la capital de Santo Domingo o Santiago de los Caballeros para denunciar a los que creían responsables de la situación.

Por su parte, la élite empresarial y las políticas tradicionales eran conscientes de que el 85 x 100 de los afiliados a la seguridad social eran sub empleados.

No puede sorprender que el desempleo fuera considerado como una herida profunda en la democracia representativa pos COVID-19 que podía llegar a ser mortal, en el cuerpo político.

“…Después de la pandemia,

” – escribió un editorialista en el periódico matutino El Listin Diario, «..De ahora en adelante, durante la era del crecimiento económico y la estabilidad…”:

“…el desempleo ha sido la enfermedad más extensa, insidiosa y destructiva de nuestra democracia, es la enfermedad social de los parámetros del crecimiento macroeconómico…”

Nunca hasta entonces, la historia de la economía dominicana desde la convención Domínico-Americana, 1907 hasta la firma de adhesión, “A la pura y simple”, 2007, DR-CAFTA, por ejemplo, habían podido escribirse esas palabras, que explican la política de pos guerra de los gobiernos dominicanos mejor que cualquier investigación de archivo.

Pero, ¿Cómo acabaría todo? ¿Sería posible salir de este círculo vicioso?

En la próxima entrega se analizarán las consecuencias políticas inmediatas del fenómeno neoliberal, el episodio más traumático en la historia del capitalismo de los últimos 100 años, pero es necesario que también otros puedan referirse al tema sin demora a su más importante consecuencia a largo plazo:

Multilateralismo, Integración y constitucionalismo.