Opiniones, Portada

Salvar el honor con sangre suicida

Oscar López Reyes

Los avatares de las fechas agitadas pasman, atrofian y aturden los hemisferios cerebrales, en desgarrones que desembocan en auto-holocaustos tipificados como suicidios corporales. En las lides políticas y estatales, a menudo esa temeridad se tributa como una escapada para eludir el escarnio, las sentencias comunitarias y judiciales, y para salvar el honor con su propia sangre.

Presidentes de la República, legisladores, incumbentes de organismos estatales, intelectuales, poetas, maestros, religiosos y otras figuras públicas dominicanas, latinoamericanas y universales han acudido, sigilosamente, a la privación voluntaria de la existencia humana. Con esa autoagresión impulsiva redimen martirios y despejan incertidumbres, en el pórtico del misterio, en sorpresas contemplativas que nos dejan perplejos y patitiesos. 

El 17 de abril de 2019, el dos veces secretario general del Partido Aprista Peruano, Alán García, presidente del Perú en 1985-1990 y 2006-2011, se disparó mortalmente en su residencia de Lima, mientras agentes policiales le aguardaban para arrestarlo y cumplir una orden del Segundo Juzgado de Investigación Preparatoria Anti-corrupción. Se le imputaba lavado de activos emanado de sobornos de la constructora brasileña Odebrecht.

Con esa precipitación atronadora se libró de un juicio penal, y se condenó anticipadamente. ¿Por qué tomó esa decisión autolesiva si se sabía inocente?, pero se salvó porque automáticamente lo metieron en el sarcófago quedó fuera del expediente judicial, en virtud de que no puede defenderse y de que ya no existe como persona física. Así no le decomisan bienes, y limpia su nombre.

Políticos y ex funcionarios se inmolan para vadear la humillación, la ergástula o la bandalización de sus cadáveres, como chispeó con el ex presidente absolutista de Italia Benito Mussolini, quien ante la inminente derrota de Alemania, durante la Segunda Guerra Mundial, intentó huir a Suiza, pero fue capturado por partisanos (resistencias armadas comunistas) junto a su compañera sentimental Clara Petacci (Claretta) y tres jefes de su Partido Fascista Republicano. ¡Pucha!

En la tarde del 28 de abril de 1945, Mussolini, Claretta, Alessandro Pavolini, Achille Starace y Nicola Bombacci fueron fusilados, escupidos, pateados, golpeados con partillos por una muchedumbre, y sus cuerpos exhibidos durante cinco horas, colgando en una viga de metal, cabeza abajo, en la plaza Loreto de Milán. La cara del aliado de Adolfo Hitler se mostró despedazada.

La vida trepida por hatajos y glorietas inhabituales, irracionales e insólitas. En los enredos y jaleos de los sentimientos de culpabilidad, los despechos sentimentales, las derrotas militares y las inculpaciones de corrupción cunden la depresión, el estrés postraumático, particularmente por las guerras, la ansiedad y la desesperanza. Y para escabullirse del sufrimiento, como la eutanasia, la hipocresía, la opresión y la inadaptación socio-comunitaria sobreviene la conducta suicida.

Tres tinglados singularizan los autoexterminios: 1) el colectivo religioso simultáneo, para morar en el paraíso celestial antes del advenimiento del  apocalipsis; 2) el sacrificio del honor, como el haraquiri del Japón, que consiste en abrirse el vientre o destripamiento, en un ritual para no coexistir en una subsistencia de deshonra, y 3) el enmascarado de un enfermo terminal, con visión histórica, que prepara el escenario para simular un asesinato político, a fin de que su nombre perdure en los anales.

Los humanos optan por el renunciamiento orgánico con la ingesta de veneno, con instrumentos cortantes, armas de fuego, ahorcamiento, medicamentos o abusos de sustancias psicoactivas, arrojándose a fosas, a vehículos en marcha o desde alturas; tomando alcohol sin parar, prendiéndose fuego y tirándose a océanos, lagos y ríos caudalosos (asfixia por inmersión).

Decenas de personas que se han lanzado al mar Caribe del Malecón de la capital dominicana no han sido encontradas, por tres razones: 1) fueron devoradas por tiburones, especialmente cuando se rajan con arrecifes y despiden sangre; 2) las corrientes marinas las habrían empujado hacia las lejanías, y 3) quedaron atrapadas en cavernas, y no porque “escondieron sus propios cadáveres”.

(Aparecieron en aguas del río Ozama el sindicalista Barbarín Mojica (1991) y el periodista Enfry Taveras (2014). No fueron encontrados en el mar Caribe el periodista Carlos Luciano (2002) ni el locutor noticioso Bernardo Pratt (2002), y no se sabe el destino del cantautor Chico González (1977) ni del profesor Narciso González (Narcisazo, 1994), aunque de este último cobra cada día más vigencia la bien documentada hipótesis -un libro de 287 páginas de este autor- sobre su suicidio).

En todos los estadios históricos, estaciones del año y continentes, celebridades de las clases sociales, campos profesionales, idiosincrasias, temperamentos e ideologías más disímiles han sucumbido en la cruz autoeliminatoria. Y han flaqueado prohombres de temple y comprobada estabilidad y equilibrio emocional, batiendo su resistencia, tenacidad y optimismo. El buen estado de ánimo, las espadas más desafiantes y doctrinas dogmáticas se han ido de cabeza -¡pum!-, por las madrigueras y cavernas más inauditas.

El déspota Adolfo Hitler, jefe del Partido Nacional Socialista de Obreros Alemanes (nazis), el 30 de abril de 1945 se envenenó con cianuro y se pegó un tiro en la cabeza, en su búnker antiaéreo de las ruinas de la Cancillería del Reich, en Berlín, Alemania, tres días después de la devastación de los restos de Mussolini. La ejecución propia llevado a cabo ante la inminente victoria de Francia, Inglaterra, Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), junto a su esposa Eva Braum, y más adelante cometieron igual acción Joseph Goebbels, ministro de Propaganda, y otros jerarcas.

Contrariado en el engorro del tirabuzón más infernal –había matado a su esposa y quemado a todas sus amantes-, el emperador Periandro, el segundo autócrata de Corinto y uno de los siete sabios de Grecia, oficialmente se registró como el primer suicida de la historia, en el año 585 a. C. A dos militares ordenó que escondieran sus restos en un bosque, para que sus enemigos no profanaran su tumba.

Igualmente, optaron por suprimirse, en el tajo de la disparidad, el filósofo, moralista y senador romano Lucio Anneo Séneca (Córdoba, 4 a. C.-65), y el emperador del Nerón Claudio César Augusto Germán (37-68). También en la antigüedad (año 69 a. C.), la faraona Cleopatra Filopator Nea Thea –con una vida llena de conjuras amorosas, que incluyó el haberse casado con su hermano Ptolomeo XII-, provocó que la mordiera la venenosa y mortífera víbora egipcia Áspid. Se desgonzó por sentir el rechazo de los habitantes de Roma.

Crispados en los arrabales del encorvamiento psíquico, libre y discrecionalmente bajaron a los sepulcros connotados triunfadores de las artes y la literatura: la novelista Adeline Virginia Woolf (Londres, Inglaterra, 1841); el maestro de la pintura y exponente del postimpresionismo Vicent Van Gogh (en Auvers, París, 1890); el afamado cuentista Horacio Silvestre Quiroga (Buenos Aires, Argentina, 1937), el acreditado corresponsal de guerra y novelista/cuentista Ernest Miller Hemingway (asegura que mató a 122 alemanes en la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos, 1962) y el más renombrado escritor de novelas de Chicago, Eugene Izzi (Estados Unidos, 1996).

¿Se quitan la vida los revolucionarios?

Autor de 21 libros y considerado el más ingenioso y extraordinario poeta de los bolcheviques, Vladimir Mayakovski, se dio un balazo en el corazón (Rusia, 1930), agobiado por las desproporcionadas críticas de los líderes de la Revolución Rusa y el Proletkult (Cultura Proletaria), por su “individualismo”. Y el presidente chileno Salvador Allende, uno de los fundadores del Partido Socialista, se disparó un tiro mortal (Chile, 1973) en el Palacio de La Moneda o Casa de Gobierno, durante los bombardeos en el carril de una asonada militar, para no entregarse a los golpistas ni ser humillado.

En Cuba, abolió su estadía planetaria, en 1983, el ex presidente de esa Nación, Osvaldo Dorticós Torrado, miembro del comité central del Partido Comunista de Cuba (había sido sustituido normalmente por Fidel Castro), consumido por una profunda depresión por la muerte de su esposa y aquejado por quebrantos de salud.

Haydee Santamaría Cuadrado (Yeye), quien acompañó a Fidel Castro en el asalto al Cuartel Moncada y en la Sierra Maestra, y miembro-fundadora del Partido Comunista de Cuba, se arrebató voluntariamente la vida con un disparo en la boca, en una recaída en su estado de ánimo luego de un accidente automovilístico.

El calambre de la discordia mental también ha surcado los predios caribeños.

El general francés Jean Luis Ferrand, comandante en jefe y administrador del gobierno de la parte Este de la isla de Santo Domingo durante la Era de Francia, cortó su respiración eternamente en 1808, en esta zona, tras sufrir una derrota en la Batalla de Palo Hincado por soldados dominicanos y españoles.

Por igual, el general Henri Christophe, presidente y proclamado Rey de Haití, en 1806, se extinguió en la comarca terrenal con una bala de oro, en 1820, en Puerto Príncipe, Haití, por el repudio popular a su monarquía autocrática y ante la proximidad de un golpe de Estado.

En República Dominicana se autoinmolaron el ex presidente tirano Pedro Santana, en 1864 (iba a ser juzgado en Cuba, por indisciplina, por el anexionista Gobierno español), el poeta Gastón Fernando Deligne, en 1913 (estaba abatido por la lepra) y el presidente Antonio Guzmán Fernández, en 1982 (deprimido por la incertidumbre de ser juzgado por corrupción).

En las primeras dos décadas del siglo XXI, se ausentaron intencionalmente de este mundo –ejerciendo su derecho a morir voluntariamente- Fernando Bermúdez,candidato a diputado por el Partido Revolucionario Moderno (PRM, 2015). Domingo Rivas, alcalde del municipio de Villa Vásquez, 2019. Wilmer Ramírez, aspirante a diputado del Partido de la Liberación Dominicana (PLD, 2020). César Prieto, ex superintendente de Electricidad y alto dirigente del PLD, 2020. Modesto Casilla Mancebo, dirigente del PLD, 2021. Reynaldo Pared Pérez, ex presidente del Senado y secretario general ad vitam de la precitada organización política.

Los suicidios –sea que se encaramen en la tapia racional, discreta, colectiva, asistida o atípica- germinan por agentes psicopatológicos, como la bipolaridad o trastornos depresivos; predisposiciones genéticas o hereditarias, por fanatismo religioso, filosofía de vida, despechos sentimentales y aprensiones político-militares relacionados con la dignidad.

Privarse de la copa de la sobrevivencia ha sido concebido como un pecado, un delito y la liberación del sufrimiento y la condena. Para establecer el diagnóstico real de un desfallecimiento espiritual/corporal, se requiere una investigación forense y una evaluación profunda, aunque parece que algunos suicidios dominicanos se encasillan en la descarga de las dolencias y la sanción comunitaria y judicial.

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22 de noviembre de 2021.