Cultura, Portada

INDEPENDENCIA EFÍMERA y II

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

SANTO DOMINGO (República Dominicana), 17 de abril de 2021  .-Aunque está comprobado que fue casi nula la resistencia cuando se decidió aniquilar La España Boba, dando paso a un nuevo Estado en América, también hay que señalar que lo que pudo ser un atisbo de entusiasmo colectivo comenzó a desaparecer desde las primeras horas en que se sustituyó al régimen colonial.

El fracaso de la Independencia proclamada el 1 de diciembre de 1821, desde un casoplón de la zona colonial de la ciudad primada de América, puede atribuirse a múltiples causas. Una de ellas fue la candidez política de José Núñez de Cáceres, su principal auspiciador. 

También valen citarse como motivos eficientes para que se frustrara aquel proyecto de libertad (sin ahondar mucho aquí en la polisemia filosófica de esa última palabra) los tropiezos que tuvieron las gestiones hechas ante una parte de la cúpula de la Gran Colombia para que “El Estado Independiente del Haití Español” formara parte de esa confederación.

También hay que decir que contribuyeron a ese naufragio institucional los hábiles movimientos de Boyer, especialmente su decisión de situar en la ciudad de Santo Domingo al astuto coronel Fremont, una suerte de eminencia gris de su gobierno. Estaba operando aquí desde que la llamada España Boba agonizaba en manos del gobernador colonial Pascual Real.

Tal vez el hecho más importante para que ese anuncio independentista se fuera a pique en unas cuantas semanas fue la actitud que tomaron grupos del pueblo llano ante el pitorreo que sintieron al enterarse que las promesas que les hicieron los líderes del “movimiento de liberación” no aparecieron nunca en los documentos oficiales divulgados a partir del primero de diciembre de 1821.

Los hombres y mujeres de a pie pensaron con razón que si en el mazo de papeles del gobierno recién instalado no había ningún reconocimiento para ellos, ni tampoco señales de que su condición mejoraría al quedar defenestrado el régimen colonial, no valía la pena apuntalar a Núñez de Cáceres y su equipo de colaboradores.

En casi 200 años de aquel hecho, que forma parte importante de las efemérides dominicanas, han surgido muchas otras opiniones explicando por qué no cuajó lo que pasó a la historia como la Independencia Efímera.

Juan Bosch, en el capítulo XIV de su obra Composición Social Dominicana, expresa que: “…Núñez de Cáceres actuó con un grupo de amigos en un vacío social. Fue como si hubiera ido a dar una batalla sin soldados contra un enemigo que no existía.”1 

 El historiador Franklin J. Franco señala, en clave sociográfica, en su libro Historia del pueblo dominicano, que: “los mulatos y los negros, libertos y esclavos, que componían la mayoría de la población, veían con recelo a los principales dirigentes del movimiento, miembros de la élite que siempre gobernó durante la colonia.”2 

Posiciones encontradas

Además de las causales indicadas más arriba, ha quedado demostrado que la independencia llamada efímera tuvo esa categoría temporal por las posiciones encontradas entre José Núñez de Cáceres y su equipo con otros grupos que gravitaban en la sociedad dominicana de entonces.

Los que desencadenaron los hechos del 1 de diciembre de 1821 enarbolaban la soberanía nacional, pero bajo el abrigo protector de La Gran Colombia. 

Otros abogaban por la independencia pura y simple. Unos cuantos hacendados, hateros, comerciantes y burócratas preferían que se mantuviera el status quo controlado desde España.

Fernando Morel de Santa Cruz, María Salcedo, Juan Núñez Blanco, José Peralta y otros que formaban parte de la Junta Provisional de Santiago no creían en la independencia de 1821. 

Dichos señores se inclinaban en favor de Haití, tal vez encandilados por la perspicacia que en el tejemaneje de los hilos del poder demostraba el presidente Jean Pierre Boyer, así como por las melífluas ofertas de favores particulares que les ofrecía ese zahorí del Caribe insular.

El historiador haitiano Abel Nicolás Léger, en el primer tomo de su libro Historia diplomática de Haití, le atribuyó a la referida junta santiaguera poderes para actuar a nombre del pueblo dominicano, lo cual no era cierto, extravasando así la lógica dimanante de la realidad: “solicitaron sin ambajes nuestros socorros i expresaron el deseo de los habitantes del Este, de ponerse bajo la Constitución Haitiana.”3 

Núñez de Cáceres y Boyer

En la etapa de su protagonismo cultural, social y político se escribió mucho sobre la figura de José Núñez de Cáceres, señalándolo como talentoso y dotado de una amplia cultura, pero al mismo tiempo se resaltaba que era proclive a entrar con facilidad en cólera.

El último gobernador colonial en la etapa de La España Boba, Pascual Real, decía que el carácter de Núñez de Cáceres llegaba a convertirlo en ocasiones en un ser “furibundo.” Otras reseñas coinciden en su inclinación temperamental.

A pesar de la gran erudición que acompañaba a Núñez de Cáceres, en la amalgama de sus actitudes personales también estaba presente un rasgo de sorprendente ingenuidad, especialmente en materia política. 

En efecto, a él se le dificultaba desmenuzar las coordenadas que vertebran los pesados juegos del ejercicio político. Una prueba de lo anterior quedó demostrada cuando creyó a pie juntillas las fementidas palabras de Boyer, quien lo embobó diciéndole que venía al territorio dominicano en plan de conciliador y jamás como conquistador. 

Haciendo abstracción de cualquier aspecto moral, y si se quiere también de lo doctrinal, debo decir que a esa falsedad total de Boyer le dio Núñez de Cáceres la categoría de eso que los griegos llamaban “nihil obstat”, que era la aprobación plena, sin objeción ninguna, a un texto o a una decisión.

Las frases almibaradas del ladino Boyer bastaron para que Núñez de Cáceres hiciera una alocución el 9 de enero de 1822, en cuyo eje central pedía al pueblo dominicano lo siguiente: “Enterados ya de la resolución de S.E. el Presidente de Haití, nada me queda que recomendaros por lo tocante a la docilidad y sentimientos pacíficos conque debeís aguardar su llegada; pues según ofrece, viene como padre, amigo y hermano…”

“Independencia Boba”

En su ensayo titulado La Independencia Boba de Núñez de Cáceres  el historiador, jurista, filósofo y poeta Carlos Sánchez y Sánchez se muestra muy crítico con el levantamiento iniciado la noche del 30 de noviembre de 1821. Haciendo acopio de las ideas desgranadas por Oskar Georg Firschbach en su densa obra Teoría General del Estado, plantea el ilustrado bisnieto del patricio Francisco del Rosario Sánchez que dicho proyecto de política suprema era inviable.

Después de hacer abundantes reflexiones, utilizando como zapata su gran enjundia jurídica, Sánchez y Sánchez plantea que Núñez de Cáceres estaba “perdido en un mar de pensamientos contradictorios.”

Así de tajante se muestra el referido autor con respecto a los hechos mediante los cuales se le puso punto final a la popularmente llamada  España Boba: “No estando el pueblo dominicano en forma-i sobre esto me parece que estamos todos de acuerdo-¿Podía constituir una Nación? No habiendo Nación, ¿podía haber Estado? La conclusión es de fuerza i sumamente obvia.”4

Con el cobijo de La Gran Colombia

 Núñez de Cáceres, Antonio María Pineda, Manuel Carvajal, Antonio Martínez, Juan Ruiz y otros estaban convencidos de las dificultades que había para sostener en aquella época el grito de libertad que permitió romper las amarras con España.

Por eso hicieron constar en los artículos 5 y 6 del Acta Constitutiva de la Independencia de 1821 que se enviaría un emisario ante las altas autoridades de la entonces alianza de pueblos y territorios sudamericanos conocida como La Gran Colombia. El objetivo era encajonar en esa entidad al nuevo Estado caribeño. En los hechos eso iba a mediatizar la soberanía nacional anunciada poco antes.

Para situar en mejor contexto lo del párrafo anterior es importante puntualizar que La Gran Colombia se había creado el 15 de febrero de1819, con la unión de Venezuela, Nueva Granada y otros territorios sudamericanos. Su mentor fue el Libertador Simón Bolívar.

Antonio María Pineda, el enviado dominicano para los fines mencionados, llegó a Bogotá pocos días después del final aquí del gobierno colonial. 

Fue una travesía por ese mar Caribe donde han ocurrido “algunos de los dramas más hondos de la tristeza universal”, como bien dijera el escritor colombiano Germán Arciniegas.

Pineda no encontró en la elevada ciudad de los andes colombianos al Libertador Simón Bolívar. Éste estaba combatiendo a los colonialistas españoles en otros lugares de Sudamérica, entre montañas, ríos y humedales salvados con “puentes de cabuyas.”

La  solicitud de auxilio que llegó a La Gran Colombia desde Santo Domingo no fue aceptada, por las razones que fueran, por quien ejercía el mando directo de esa confederación, el general neogranadino Francisco de Paula Santander. Años después los santanderistas atentaron contra la vida de Bolívar, salvándose gracias a la astucia de la célebre Manuelita Sáenz, llamada desde entonces “La libertadora del Libertador.”

Los deseos de los independentistas efímeros criollos no podían prosperar en el seno de La Gran Colombia, pues a menos de tres años de su creación ya el germen de la autodestrucción estaba carcomiendo a los principales dirigentes de esa entidad supranacional.

En resumen, la independencia efímera terminó, como se indica arriba, el 9 de enero de 1822. A partir de ese día, y hasta el arribo de Boyer a la ciudad de Santo Domingo, un mes después, el país volvió a entrar en el terreno siempre delicado de lo que en el derecho se conoce como vocatio legis, una especie de vacío por publicidad o por causas prácticas, como fue en ese caso, por interés táctico de los usurpadores de la soberanía dominicana.

Bibliografía:

1-composición social dominicana. Impresora Soto Castillo, 2013.P201.Juan Bosch.

2-Historia del pueblo dominicano. Editora Mediabyte, séptima edición, 2008.P177. Franklin J. Franco.

3-Historia diplomática de Haití. Primer tomo. Editorial Heraux Aug. A. Autor Abel Nicolás Léger.

4- La Independencia Boba de Núñez de Cáceres, ante la historia i el derecho público. Editora Montalvo, 1937. Carlos Sánchez y Sánchez.