Editorial, Portada

La Francia Imperial En Territorio Dominicano III

Por Teófilo Lappot Robles

El Tratado de Basilea, según crónicas de antaño, fue visto entre los criollos de Santo Domingo “con dolor de los naturales y llanto de los poetas.” De esos mismos dolientes brotaría después el pueblo dominicano.

Está claro que en el siglo XVIII todavía existía entre muchos de los habitantes del Santo Domingo Español una sensación abigarrada de pertenencia a la tierra donde nacieron o vivían conjuntamente con difusos rasgos de apego y morriña por España.

Así se enteró el pueblo del Tratado

El  día 20 de octubre del 1795 el entonces Arzobispo de Santo Domingo, Fray Fernando Portillo y Torres, informó a la población, a través de las diferentes instancias, organizaciones e individuos eclesiales bajo su control, que había recibido el día 8 de septiembre de dicho año una Real Orden en la cual el rey de España Lo puso en conocimiento de que el territorio que luego sería la República Dominicana había pasado a ser parte de Francia, por el tratado firmado en Basilea, Suiza.

En dicho aviso colectivo el referido prelado trazó las pautas a seguir, desde la evacuación de los soldados españoles con entrega pacífica de los recintos militares a los franceses hasta el traslado a Cuba, en el plazo de un año, de “las familias españolas con sus efectos y pertenencias.”1

En gran medida se le dio cumplimiento a las disposiciones emanadas de la dicha  información arzobispal. A modo de prueba  de lo anterior es válido referir que el párroco Antonio Pozo Ramírez dejó en sus notas personales lo siguiente:

“Es conforme al original de su contenido con el que corregí y a el que me remito, y para que conste mandé poner el presente en la Villa de San Dionisio de Higüey. Noviembre diez y seis de mil setecientos noventa y cinco.”

Lo cierto fue que el proceso de ocupación de Francia sobre el territorio dominicano no fue fácil ni tan rápido como pensaron muchos de los que movían los hilos del poder desde los palacios monacales de París.

En eso hubo muchos inconvenientes. En la entrega anterior me referí a algunos de ellos. Las convulsiones que entonces había en Haití y la intempestiva presencia en tierra dominicana de Toussaint Loverture fueron parte de esos obstáculos, tal y como quedó registrado para la posteridad.

Los generales franceses Antonio Charlate, Comisario del Gobierno Francés en la parte española de la isla de Santo Domingo, y Francisco María Perichi Kerversó escribieron un manifiesto en Caracas, Venezuela, el 31 de enero de 1801, en el cual dijeron, entre muchas otras cosas, lo siguiente:

“Habiendo el Rey de España cedido por el Tratado de Bale a la Francia la parte Española de Sto. Domingo, estaba en el orden natural que la posesión siguiera a la cesión y así fue la intención del Gobierno Francés, que no pensó en diferirla, pero muy pronto lo detuvo el trastorno, la devastación y la anarquía que reinaba en la parte Francesa de la misma Isla.”2  

Napoleón, Louverture y el Tratado de Basilea

El 20 de mayo de 1801 Napoleón Bonaparte emitió un decreto mediante el cual se establecía que la isla de Santo Domingo completa iba a ser manejada como se hacía en la parte oeste de la misma, en antes de 1779. Eso equivalía a fijar una alta escala de terror basada en la esclavitud.

Toussain Louverture, antes y después de ocupar de manera sangrienta el territorio dominicano, aunque actuaba bajo la consigna de que estaba amparado en el Tratado de Basilea, intuyó que la referida decisión de Napoleón era una terrible amenaza para los suyos.

Tal vez ese fue uno de los principales motivos para que él acelerara lo más que pudo sus actos de terror en tierra dominicana, pensando que con ello persuadiría a Napoleón de sus propósitos imperiales en esta parte del mundo.

Si así pensaba Louverture de Napoleón Bonaparte era porque desconocía que por algo nada bueno a este lo apodaban el Ogro de Ajaccio. Su ímpetu y la crudeza de su espíritu quedaron demostrados en muchas ocasiones, como cuando ordenó convertir en un establo de caballos un hermoso y varias veces centenario palacio  del casco antiguo de la ciudad de La Haya, en la costa del mar del Norte.

Es oportuno indicar, como parte de las contradicciones de la vida, que los españoles que colonizaban la parte oriental de la isla de Santo Domingo fueron los que por razones coyunturales, en el 1793, le otorgaron a Louverture el rango de general.

Al analizar la hoja de vida de ese personaje se comprueba que era un hombre de un extraordinario genio político y militar a quien historiadores, poetas y novelistas haitianos han coincidido en identificar con el apelativo de El Centauro de la Sabana, especialmente por sus habilidades como jinete, lo cual era de mucha importancia en la convulsa etapa en que forjó su nombre para la posteridad. Sus enemigos, en cambio, lo apodaban el cochero de Breda, en referencia a la plantación agrícola donde nació en condición de esclavo.

La llegada del general Leclerc

Cuando la poderosa flota naval dirigida por Charles Victoire Emmanuel Leclerc llegó a Samaná, el 29 de enero de 1802, ese joven general traía instrucciones precisas de Napoleón Bonaparte sobre cómo proceder en la isla de Santo Domingo, y particularmente en el territorio dominicano.

La cartilla de actuación contenía, entre otras precisiones, que los negros de la parte española fueran desarmados, puestos a cultivar la tierra y remitirlos a la esclavitud, “siendo nula y sin efecto la toma de posesión de Toussaint.”

El texto se ampliaba así:

“Habrá en la parte española un comisario general que no dependerá en nada del prefecto colonial. El general en jefe será el capitán general de las dos partes de Santo Domingo…La parte francesa está dividida en departamentos y municipalidades. La española debe permanecer dividida en diócesis o jurisdicciones.”3

Leclerc, que era esposo de Paulina Bonaparte,  hermana de quien pasó a la historia como uno de los guerreros más sobresalientes de la humanidad, no logró llevar a la práctica, de manera exitosa, la encomienda de su poderoso cuñado.

Las tropas bajo su mando sufrieron en la isla de Santo Domingo una impresionante escalada de derrotas. Leclerc enfermó de fiebre amarilla y murió en la isla La Tortuga el 2 de noviembre de 1802.Sólo tenía 30 años de edad.

El general Ferrand

En el 1803, en  su condición de  jefe del Departamento Cibao, que entonces tenía su sede operativa en la ciudad de Montecristi, el general francés Jean Louis Ferrand resistió el ataque de los ingleses que combatían en esa zona más que por apoyar a los haitianos por debilitar a su rival, la Francia napoleónica.

Ferrand, con un poco más de 500 soldados bajo su mando, comprendió la imposibilidad de vencer en la ciudad del famoso morro que se asemeja a un dromedario dormido, y en pueblos y aldeas de su entorno, a ingleses y haitianos que habían aunado fuerzas para destruir lo que quedaba de la expedición francesa llegada hacía un año y meses.

Frente a esa realidad salió con sus tropas rumbo a la ciudad de Santo Domingo, donde al llegar destituyó de inmediato al gobernador colonial y compatriota suyo el general Antoine Nicolas Kerverseau, quien temeroso de su propio destino estaba en actitud de sucumbir a manos de los ingleses.

Algunos historiadores han opinado, por la trascendencia militar y política del hecho indicado en el párrafo anterior, que con la quita de mando y expulsión hacia Francia de Kerverseau, y la siguiente gobernación de Ferrand, arrancó de lleno la denominada Era de Francia en Santo Domingo.

En su ensayo sobre la presencia del presidente de Haití Jean –Jacques Dessalines en el Santo Domingo Español el historiador Emilio Cordero Michel expresa que el 14 de mayo de 1804, en la ciudad de Santiago, el mayor Derveaux, por mandato de Ferrand, se enfrentó y desalojó de allí a José Campos Tavares, quien con más de 200 soldados haitianos se había hecho fuerte en esa plaza militar, cumpliendo órdenes de Dessalines.

Poco tiempo después un pequeño ejército irregular financiado por comerciantes y dueños de grandes haciendas de Santiago lograron expulsar a los franceses, lo que a juicio de Cordero Michel fue “el primer encuentro armado entre los franceses y los habitantes del Santo Domingo Español.”4 

Otra vez los haitianos

Tres años después del desembarco de la flota francesa comandada por Leclerc el territorio dominicano era objeto de una nueva y feroz invasión desde Haití, y la excusa volvía a ser el Tratado de Basilea, con los alegatos que quisieron esgrimir los invasores.

Esa vez, en febrero de 1805, Jean-Jacques Dessalines, convertido en el Emperador Jacobo I, penetró por los principales pueblos del sur del país causando inmensos daños humanos y materiales. Al mismo tiempo el general Henri Christophe provocaba una orgía de sangre en los pueblos del norte, tal y lo han descrito los mismos historiadores haitianos.

Mientras eso ocurría, con crímenes espantosos, saqueos e incendios, los franceses se fueron replegando hacia la punta oriental de lo que hoy es la República Dominicana.

El tiempo se ha encargado de demostrar que esos ataques no tenían como elemento principal lo que mucho después, a partir de 1890, se conoció en el proceso de colonización emprendido por Alemania bajo el concepto del “espacio vital”, cuyo mayor y más trágico desarrollo se produjo en la sangrienta etapa del nazismo hitleriano.

Algunos historiadores dominicanos y haitianos han opinado en el sentido de que las invasiones de febrero de 1805 fueron motivadas en parte porque los líderes que capitaneaban en dicha fecha la recién proclamada República de Haití (Jean-Jacques Dessalines, Henri Christophe, Alexandre Sabés Petion y otros) consideraban que la presencia de los restos del ejército francés en un reducto del territorio dominicano era una amenaza para ellos.

Era una excusa con sustancia lógica, pero no se pueden obliterar otros motivos que se venían germinando desde el lado oeste de la isla contra los habitantes que ya tenían todos los perfiles de la idiosincrasia del pueblo dominicano.

Otro elemento que pudo haber influido en los  referidos líderes haitianos de entonces fue el decreto del 6 de enero de 1805, contentivo de 13 draconianos artículos, firmado por el gobernador colonial francés en el antiguo Santo Domingo Español, el ya citado Jean-Louis Ferrand, mediante el cual ordenaba a  “comandantes militares y los notables” (art.12) de los departamentos Cibao y Ozama hacer frente y apresar a los sublevados en esos territorios y convertirlos en su propiedad.

Emilio Rodríguez Demorizi, en su obra Invasiones Haitianas de 1801,1805 y 1822, hace una especie de paneo en torno a los aspectos más destacados de los sangrientos hechos del año 1805.

En efecto, dicho historiador traslada en esa obra el referido decreto del general Ferrand, el cual en su artículo 3 señalaba, sin ninguna anfibología, que: “Los niños varones capturados, que tengan menos de diez años y las negras, mulatas, etc., menores de diez años…Los captores podrán, según su gusto, o dejarlos en sus plantaciones o venderlos…”

El artículo 5 de dicho decreto era un monumento a la infamia, al especializar para ser vendidos como mercancía de exportación “los niños varones de diez a catorce años y las negras, mulatas, etc. de doce a catorce años.”

Otros párrafos de dicho texto disponían una serie de medidas para tener el control de ese tráfico de seres humanos. En el artículo 9 se consignaba de manera textual que: “Se considerarán como objetos robados y se confiscarán o reclamarán donde quiera que se encuentren en la colonia de Santo Domingo, así como en las colonias vecinas, los negros y gentes de color para los cuales no se hubieren llenado las formalidades indicadas.”5

Bibliografía:

1-La Era de Francia en Santo Domingo. Editora del Caribe, 1955.Pp20-23. Emilio Rodríguez Demorizi.

2-Marco de la época y problemas del Tratado de Basilea de 1795, en la parte española de Santo Domingo. Imprenta Bartolomé  Chiesino, Buenos Aires, Argentina, 1957.P422. J. Marino Incháustegui.

3-Instrucciones al general Leclerc sobre actuaciones en Santo Domingo, 1802.

4-Obras escogidas. Ensayos I. AGN. Editora Corripio, 2015.Pp327 y 328. Emilio Cordero Michel.

siguientes. Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.

El Tratado de Basilea, según crónicas de antaño, fue visto entre los criollos de Santo Domingo “con dolor de los naturales y llanto de los poetas.” De esos mismos dolientes brotaría después el pueblo dominicano.

Está claro que en el siglo XVIII todavía existía entre muchos de los habitantes del Santo Domingo Español una sensación abigarrada de pertenencia a la tierra donde nacieron o vivían conjuntamente con difusos rasgos de apego y morriña por España.

Así se enteró el pueblo del Tratado

El  día 20 de octubre del 1795 el entonces Arzobispo de Santo Domingo, Fray Fernando Portillo y Torres, informó a la población, a través de las diferentes instancias, organizaciones e individuos eclesiales bajo su control, que había recibido el día 8 de septiembre de dicho año una Real Orden en la cual el rey de España Lo puso en conocimiento de que el territorio que luego sería la República Dominicana había pasado a ser parte de Francia, por el tratado firmado en Basilea, Suiza.

En dicho aviso colectivo el referido prelado trazó las pautas a seguir, desde la evacuación de los soldados españoles con entrega pacífica de los recintos militares a los franceses hasta el traslado a Cuba, en el plazo de un año, de “las familias españolas con sus efectos y pertenencias.”1

En gran medida se le dio cumplimiento a las disposiciones emanadas de la dicha  información arzobispal. A modo de prueba  de lo anterior es válido referir que el párroco Antonio Pozo Ramírez dejó en sus notas personales lo siguiente:

“Es conforme al original de su contenido con el que corregí y a el que me remito, y para que conste mandé poner el presente en la Villa de San Dionisio de Higüey. Noviembre diez y seis de mil setecientos noventa y cinco.”

Lo cierto fue que el proceso de ocupación de Francia sobre el territorio dominicano no fue fácil ni tan rápido como pensaron muchos de los que movían los hilos del poder desde los palacios monacales de París.

En eso hubo muchos inconvenientes. En la entrega anterior me referí a algunos de ellos. Las convulsiones que entonces había en Haití y la intempestiva presencia en tierra dominicana de Toussaint Loverture fueron parte de esos obstáculos, tal y como quedó registrado para la posteridad.

Los generales franceses Antonio Charlate, Comisario del Gobierno Francés en la parte española de la isla de Santo Domingo, y Francisco María Perichi Kerversó escribieron un manifiesto en Caracas, Venezuela, el 31 de enero de 1801, en el cual dijeron, entre muchas otras cosas, lo siguiente:

“Habiendo el Rey de España cedido por el Tratado de Bale a la Francia la parte Española de Sto. Domingo, estaba en el orden natural que la posesión siguiera a la cesión y así fue la intención del Gobierno Francés, que no pensó en diferirla, pero muy pronto lo detuvo el trastorno, la devastación y la anarquía que reinaba en la parte Francesa de la misma Isla.”2  

Napoleón, Louverture y el Tratado de Basilea

El 20 de mayo de 1801 Napoleón Bonaparte emitió un decreto mediante el cual se establecía que la isla de Santo Domingo completa iba a ser manejada como se hacía en la parte oeste de la misma, en antes de 1779. Eso equivalía a fijar una alta escala de terror basada en la esclavitud.

Toussain Louverture, antes y después de ocupar de manera sangrienta el territorio dominicano, aunque actuaba bajo la consigna de que estaba amparado en el Tratado de Basilea, intuyó que la referida decisión de Napoleón era una terrible amenaza para los suyos.

Tal vez ese fue uno de los principales motivos para que él acelerara lo más que pudo sus actos de terror en tierra dominicana, pensando que con ello persuadiría a Napoleón de sus propósitos imperiales en esta parte del mundo.

Si así pensaba Louverture de Napoleón Bonaparte era porque desconocía que por algo nada bueno a este lo apodaban el Ogro de Ajaccio. Su ímpetu y la crudeza de su espíritu quedaron demostrados en muchas ocasiones, como cuando ordenó convertir en un establo de caballos un hermoso y varias veces centenario palacio  del casco antiguo de la ciudad de La Haya, en la costa del mar del Norte.

Es oportuno indicar, como parte de las contradicciones de la vida, que los españoles que colonizaban la parte oriental de la isla de Santo Domingo fueron los que por razones coyunturales, en el 1793, le otorgaron a Louverture el rango de general.

Al analizar la hoja de vida de ese personaje se comprueba que era un hombre de un extraordinario genio político y militar a quien historiadores, poetas y novelistas haitianos han coincidido en identificar con el apelativo de El Centauro de la Sabana, especialmente por sus habilidades como jinete, lo cual era de mucha importancia en la convulsa etapa en que forjó su nombre para la posteridad. Sus enemigos, en cambio, lo apodaban el cochero de Breda, en referencia a la plantación agrícola donde nació en condición de esclavo.

La llegada del general Leclerc

Cuando la poderosa flota naval dirigida por Charles Victoire Emmanuel Leclerc llegó a Samaná, el 29 de enero de 1802, ese joven general traía instrucciones precisas de Napoleón Bonaparte sobre cómo proceder en la isla de Santo Domingo, y particularmente en el territorio dominicano.

La cartilla de actuación contenía, entre otras precisiones, que los negros de la parte española fueran desarmados, puestos a cultivar la tierra y remitirlos a la esclavitud, “siendo nula y sin efecto la toma de posesión de Toussaint.”

El texto se ampliaba así:

“Habrá en la parte española un comisario general que no dependerá en nada del prefecto colonial. El general en jefe será el capitán general de las dos partes de Santo Domingo…La parte francesa está dividida en departamentos y municipalidades. La española debe permanecer dividida en diócesis o jurisdicciones.”3

Leclerc, que era esposo de Paulina Bonaparte,  hermana de quien pasó a la historia como uno de los guerreros más sobresalientes de la humanidad, no logró llevar a la práctica, de manera exitosa, la encomienda de su poderoso cuñado.

Las tropas bajo su mando sufrieron en la isla de Santo Domingo una impresionante escalada de derrotas. Leclerc enfermó de fiebre amarilla y murió en la isla La Tortuga el 2 de noviembre de 1802.Sólo tenía 30 años de edad.

El general Ferrand

En el 1803, en  su condición de  jefe del Departamento Cibao, que entonces tenía su sede operativa en la ciudad de Montecristi, el general francés Jean Louis Ferrand resistió el ataque de los ingleses que combatían en esa zona más que por apoyar a los haitianos por debilitar a su rival, la Francia napoleónica.

Ferrand, con un poco más de 500 soldados bajo su mando, comprendió la imposibilidad de vencer en la ciudad del famoso morro que se asemeja a un dromedario dormido, y en pueblos y aldeas de su entorno, a ingleses y haitianos que habían aunado fuerzas para destruir lo que quedaba de la expedición francesa llegada hacía un año y meses.

Frente a esa realidad salió con sus tropas rumbo a la ciudad de Santo Domingo, donde al llegar destituyó de inmediato al gobernador colonial y compatriota suyo el general Antoine Nicolas Kerverseau, quien temeroso de su propio destino estaba en actitud de sucumbir a manos de los ingleses.

Algunos historiadores han opinado, por la trascendencia militar y política del hecho indicado en el párrafo anterior, que con la quita de mando y expulsión hacia Francia de Kerverseau, y la siguiente gobernación de Ferrand, arrancó de lleno la denominada Era de Francia en Santo Domingo.

En su ensayo sobre la presencia del presidente de Haití Jean –Jacques Dessalines en el Santo Domingo Español el historiador Emilio Cordero Michel expresa que el 14 de mayo de 1804, en la ciudad de Santiago, el mayor Derveaux, por mandato de Ferrand, se enfrentó y desalojó de allí a José Campos Tavares, quien con más de 200 soldados haitianos se había hecho fuerte en esa plaza militar, cumpliendo órdenes de Dessalines.

Poco tiempo después un pequeño ejército irregular financiado por comerciantes y dueños de grandes haciendas de Santiago lograron expulsar a los franceses, lo que a juicio de Cordero Michel fue “el primer encuentro armado entre los franceses y los habitantes del Santo Domingo Español.”4 

Otra vez los haitianos

Tres años después del desembarco de la flota francesa comandada por Leclerc el territorio dominicano era objeto de una nueva y feroz invasión desde Haití, y la excusa volvía a ser el Tratado de Basilea, con los alegatos que quisieron esgrimir los invasores.

Esa vez, en febrero de 1805, Jean-Jacques Dessalines, convertido en el Emperador Jacobo I, penetró por los principales pueblos del sur del país causando inmensos daños humanos y materiales. Al mismo tiempo el general Henri Christophe provocaba una orgía de sangre en los pueblos del norte, tal y lo han descrito los mismos historiadores haitianos.

Mientras eso ocurría, con crímenes espantosos, saqueos e incendios, los franceses se fueron replegando hacia la punta oriental de lo que hoy es la República Dominicana.

El tiempo se ha encargado de demostrar que esos ataques no tenían como elemento principal lo que mucho después, a partir de 1890, se conoció en el proceso de colonización emprendido por Alemania bajo el concepto del “espacio vital”, cuyo mayor y más trágico desarrollo se produjo en la sangrienta etapa del nazismo hitleriano.

Algunos historiadores dominicanos y haitianos han opinado en el sentido de que las invasiones de febrero de 1805 fueron motivadas en parte porque los líderes que capitaneaban en dicha fecha la recién proclamada República de Haití (Jean-Jacques Dessalines, Henri Christophe, Alexandre Sabés Petion y otros) consideraban que la presencia de los restos del ejército francés en un reducto del territorio dominicano era una amenaza para ellos.

Era una excusa con sustancia lógica, pero no se pueden obliterar otros motivos que se venían germinando desde el lado oeste de la isla contra los habitantes que ya tenían todos los perfiles de la idiosincrasia del pueblo dominicano.

Otro elemento que pudo haber influido en los  referidos líderes haitianos de entonces fue el decreto del 6 de enero de 1805, contentivo de 13 draconianos artículos, firmado por el gobernador colonial francés en el antiguo Santo Domingo Español, el ya citado Jean-Louis Ferrand, mediante el cual ordenaba a  “comandantes militares y los notables” (art.12) de los departamentos Cibao y Ozama hacer frente y apresar a los sublevados en esos territorios y convertirlos en su propiedad.

Emilio Rodríguez Demorizi, en su obra Invasiones Haitianas de 1801,1805 y 1822, hace una especie de paneo en torno a los aspectos más destacados de los sangrientos hechos del año 1805.

En efecto, dicho historiador traslada en esa obra el referido decreto del general Ferrand, el cual en su artículo 3 señalaba, sin ninguna anfibología, que: “Los niños varones capturados, que tengan menos de diez años y las negras, mulatas, etc., menores de diez años…Los captores podrán, según su gusto, o dejarlos en sus plantaciones o venderlos…”

El artículo 5 de dicho decreto era un monumento a la infamia, al especializar para ser vendidos como mercancía de exportación “los niños varones de diez a catorce años y las negras, mulatas, etc. de doce a catorce años.”

Otros párrafos de dicho texto disponían una serie de medidas para tener el control de ese tráfico de seres humanos. En el artículo 9 se consignaba de manera textual que: “Se considerarán como objetos robados y se confiscarán o reclamarán donde quiera que se encuentren en la colonia de Santo Domingo, así como en las colonias vecinas, los negros y gentes de color para los cuales no se hubieren llenado las formalidades indicadas.”5

Bibliografía:

1-La Era de Francia en Santo Domingo. Editora del Caribe, 1955.Pp20-23. Emilio Rodríguez Demorizi.

2-Marco de la época y problemas del Tratado de Basilea de 1795, en la parte española de Santo Domingo. Imprenta Bartolomé  Chiesino, Buenos Aires, Argentina, 1957.P422. J. Marino Incháustegui.

3-Instrucciones al general Leclerc sobre actuaciones en Santo Domingo, 1802.

4-Obras escogidas. Ensayos I. AGN. Editora Corripio, 2015.Pp327 y 328. Emilio Cordero Michel.

5-Invasiones haitianas de 1801,1805 y 1822. Editora del Caribe, edición 1955.pp 101 y siguientes. Recopilador Emilio Rodríguez Demorizi.