Cultura, Editorial

LA FRANCIA IMPERIAL EN TERRITORIO DOMINICANO II

Por Teófilo Lappot Robles

La Isla de la Tortuga

En la entrega anterior señalé el valor de la isla de la Tortuga como base operativa de donde partían muchos de los ataques de que fue víctima el territorio dominicano, cuando todavía estaba bajo el control de los españoles.

Una prueba contundente de la importancia de esa tierra insular se observa cuando dicho promontorio agreste es objeto de un entusiasmo poético en una obra importante (a pesar de los muchos errores que contiene), titulada Descripción topográfica, física, civil y política e histórica de la parte francesa de la isla de Santo Domingo.

Esa obra fue escrita después de 14 años de investigación sobre el terreno por el jurista, político, escritor, legislador y juez Médéric Moreau de Saint-Méry, nacido en Martinica, esclavista, político y miembro del Consejo Superior del Santo Domingo Francés.

Moreau de Saint-Méry, al referirse a la Isla Tortuga, exclamó: “Isla de la Tortuga ¡Yo te saludo, cuna de la más brillante Colonia que Francia posee en el Nuevo Mundo! ¡Lugar donde se preparó uno de los éxitos más grandes obtenidos por las potencias europeas más allá de los mares! Te saludo, oh Roca, donde los destinos de Santo Domingo fueron agitados durante tanto tiempo…Cuanto más rápidamente ha sido adquirida la gloria, más me recuerda que tú pusiste las primeras bases en ella.”1 

Dicho autor olvidó adrede que ese fue el territorio donde pulularon por mucho tiempo rufianes utilizados para atacar a las poblaciones que formaban lo que hoy es la República Dominicana, cuyos habitantes, necesario sea dicho, cada día iban creando su propia identidad nacional, al mismo tiempo que se alejaban de las tradiciones de sus ascendientes españoles, africanos e indígenas, aunque de estos últimos en menor proporción genética por la hecatombe de que fueron víctimas.

Otros ataques de los franceses

Otros hechos demostrativos de las irrupciones de franceses en territorio dominicano, ya fueran como provocación o como soberbia imperial, quedaron establecidos en el año 1680, con los movimientos que en el comercio de esclavos africanos tuvo el terrible Juan Bautista Du Casse, teniente general de las Armadas Navales, administrador colonial francés y famoso negrero.

Las agresiones del referido esclavista contra el lado oriental de la isla de Santo Domingo tendrían un incremento exponencial a partir de su nombramiento como gobernador de la parte francesa, en sustitución de Tarin de Cussy.

Desde octubre de 1691 fueron muchos los actos de hostilidad hacia el territorio dominicano que auspició el susodicho Du Casse, desde la sede de su gobernación, establecida en la ciudad portuaria haitiana de Port-de-Paix.

Valga la digresión para decir que fue ese mismo Du Casse quien siendo gobernador de Santo Domingo Francés organizó una expedición a Cartagenas de Indias, al frente de la cual puso al experimentado marinero Jean Bernard de Pointis. De ese encuentro armado (2 de mayo de 1697) salieron las armas francesas victoriosas, provocando una derrota vergonzosa a España. Tal vez fue ese acontecimiento en el mar Caribe el puntillazo final para que, poco después, se firmara el Tratado de Ryswich, en una de cuyas fases estaban involucrados los dos citados reinos.

La muerte del gobernador Tarin de Cussy

Paradójicamente la condición de figura principal del referido Du Casse le llegó luego de la batalla de la Limonade o Sabana Real. Fue librada en la mañana del 21 de enero de 1691, no muy lejos de la ciudad de Cabo Haitiano. Allí lanceros criollos, primordialmente higüeyanos y seibanos, derrotaron a los franceses.

En ese gran combate, que duró varias horas, murió Pierre-Paul Tarin de Cussy, quien desde el 30 de septiembre de 1683 era el gobernador del Santo Domingo Francés, nombrado por el rey Luis XIV. Un año antes de su muerte en combate había pisado en son de conquista la ciudad de Santiago de los Caballeros.

Es válido recordar que los sangrientos sucesos de Sabana Real o La Limonade fueron una consecuencia directa del incumplimiento de la denominada Paz de Ratisbona, firma en esa ciudad de la Baviera alemana bañada por el río Danubio, el 29 de julio de 1684, mediante la cual se fijó una tregua de hostilidades durante 20 años entre España y Francia, lo cual vinculaba a sus colonias de ultramar, como era el caso de la dividida isla de Santo Domingo.

Dos sacerdotes opinan

Siempre que hay ocupaciones de territorio y hostigamientos diversos, como hacían los franceses contra el lado oriental de la isla de Santo Domingo, surgen hipótesis y hasta algunas tesis de por qué se produjeron.

Ha sido recurrente en la historia de la humanidad que mientras unos se encargan del uso de las armas otros se dedican a justificar, antes o después, los hechos concernidos a las acciones bélicas.

En el caso de las incursiones del imperio francés contra el territorio que por el norte comienza en Montecristi y por el suroeste en Pedernales (formando el levante de la isla de Santo Domingo), fueron muchos los que escribieron ora para justificar ora para explicar los desmanes cometidos en los pueblos que estaban formados en su gran mayoría por criollos en quienes ya latía la dominicanidad.

Uno de ellos, para poner un ejemplo, fue el sacerdote jesuita Pierre Francois Xavier Charlevoix, quien estuvo durante el mes de septiembre de 1722 en la segunda isla en tamaño de las Antillas Mayores.

Ese viajero y agente de la corona francesa utilizó en gran parte las notas de memoria del misionero también jesuita Jean Baptiste Le Pers para escribir un libro propagandístico titulado Historia de la isla Española o de Santo Domingo, en el cual al resaltar lo que consideraba grandes diferentes entre los criollos dominicanos y los colonos franceses enfatizaba en una sedicente superioridad de estos últimos.  

Resumía así sus peregrinas opiniones: “no queremos buscar las causas de una diferencia tan sensible: porque todo el mundo las ve y las comprende…Deberán los franceses tomar todos los medios que sugiere una política sana y legal, esto es, digna de ellos, para adquirir en su totalidad la isla de Santo Domingo.”2 

El sacerdote e historiador Antonio Sánchez Valverde, en su clásica obra Idea del Valor de la isla Española, publicada por primera vez en el 1785, con una visión diferente a Charlevoix, planteaba que uno de los motivos de la ambición francesa por disponer de lo que es el territorio dominicano radicaba en que las elevaciones de Haití reducen la capacidad de producción agrícola en una porción considerable de tierra “por más que la codicia de los amos fija en algunas de ellas gruesos maderos, de que cuelgan cadenas de hierro para que, atados a ellas por la cintura, puedan trabajar de algún modo los esclavos.”

Amplía dicho autor su criterio al respecto explicando que: “Las aguadas no son tan copiosas ni freqüentes como en nuestra pertenencia y sus mayores llanuras, unidas en un cuerpo, no componen tanto como la de Azua, que es de las menores que tenemos.:”3 

El Tratado de Basilea

Las correrías francesas referidas en las dos entregas de esta corta serie no estaban sujetas a ningún tipo de acuerdo. Simplemente se imponían el músculo armado del más fuerte, la ambición de no pocos, o las coyunturas geopolíticas de los convulsos siglos XVI-XVIII, época en la cual el Caribe era el centro de tensiones entre las potencias europeas.

La verdad histórica nunca es redundante. Cuando España entregó a Francia lo que se llamaba entonces el Santo Domingo Español ya grandes porciones del mismo habían sido usurpadas con acciones predatorias por los franceses que mantenían desde siglos atrás el control en el lado oeste de la isla.

El Tratado de Basilea, firmado en la referida ciudad Suiza el 22 de julio de 1795, fue la base de justificación de la Francia Imperial para tomar posesión de todo el territorio dominicano. 

Es necesario indicar que para esa fecha ya existía en el grueso de sus moradores lo que se califica como el ethos de la dominicanidad, vale decir que tenían un sentido colectivo de pertenencia, con creación y reconocimiento de sus propios valores comunitarios.

El mencionado Tratado puso fin a los enfrentamientos armados entre Francia y España, cuyas testas monárquicas se disputaban territorios en diversos lugares de la geografía mundial.

Lo que convinieron los jerarcas de ambos reinos fue un puro quid pro quo. Los habitantes de los pueblos envueltos en esas negociaciones no tuvieron ningún tipo de participación.

Luego de desechar la hojarasca semántica que siempre existe en ese tipo de documento, se pueden señalar sus artículos II, IV y IX como el núcleo duro del mismo. 

España recuperó las posesiones ultramarinas que había perdido, pero a cambio, entre otras cosas, cedía a Francia el territorio que ocupaba en la isla de Santo Domingo, es decir, lo que es la República Dominicana.

Un punto clave, por lo que estaba en juego en ese momento, y su proyección hacia el futuro del pueblo dominicano, era el artículo IX del referido Tratado de Basilea, el cual decía que: “…el Rey de España por sí y sus sucesores, cede y abandona en toda propiedad a la República Francesa toda la parte Española de la Isla de Santo Domingo en las Antillas.”4   

Como lo indicó el sacerdote franciscano e historiador Fray Cipriano de Utrera, en el primer tomo de su colección intitulada Dilucidaciones históricas, la ejecución en territorio dominicano del Tratado de Basilea fue de mucha tensión, mucho laborantismo y medidas excepcionales, con no pocos sobresaltos. Esa cascada de circunstancias prolongó en el tiempo el surgimiento de lo que luego sería llamada la Era de Francia en Santo Domingo.5 

En ese retraso en la toma de posesión de Francia sobre el Santo Domingo Español tuvieron mucho que ver las mismas autoridades francesas que ya lidiaban con una situación difícil en su antigua colonia del Saint-Domingue, pues los esclavos encabezados por Toussaint Louverture estaban dispuestos, como lo lograron, a poner fin al régimen colonial que por mucho tiempo redujo a su mínima expresión su condición de seres humanos.

Louverture, supuestamente actuando a nombre del gobierno francés, penetró en enero de 1801 a territorio dominicano invocando el Tratado de Basilea. Fue el primero en hacerlo bajo ese paraguas, poniendo así fin a 308 años de control español en lo que luego sería la República Dominicana.

En marzo del año siguiente cesó aquí de manera abrupta la presencia dominante de Louverture, quien terminó apresado por los franceses y enviado a una cárcel enclavada en una región montañosa y fría de Francia, donde murió.

Luego los terribles Jean-Jacques Dessalines y Henri Christophe seguirían alegando la supuesta potestad que les confería el antedicho acuerdo franco-español. En la próxima entrega abordaré ese controversial aspecto de nuestra historia.

La realidad fue que tardaron siete años para que Francia, entonces dirigida por Napoleón Bonaparte, a título de Primer Cónsul, como resultado del golpe de estado del 18 de brumario del año VIII, en el calendario republicano francés (9 de noviembre de 1799), pusiera al frente de una poderosa expedición al general Charles Victoire Emmanuel Leclerc, a fin de disponer la ejecución del Tratado de Basilea. De eso trataré en la próxima crónica. 

Bibliografía:

1-Descripción topográfica, física, civil y política e histórica de la parte francesa de la isla de Santo Domingo.Tomo I.AGN.Editora Centenario,2017. P645. Médéric Moreau De Saint-Méry.

2- Historia de la isla española o de Santo Domingo. Editora de Santo Domingo,1977. Pierre Francois Xavier Charlevoix.

3-Idea del valor de la isla española. Editora Nacional, 1971.P153. Antonio Sánchez Valverde.

4-Tratado definitivo de paz entre Francia y España, 22 de julio de 1795. Artículo IX).

5-Dilucidaciones históricas.Volumen I.Impresora Dios y Patria, 1927.P162-165. Fray Cipriano de Utrera.