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CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (I)

 


Diariodominicano.com

El historiador haitiano Patrick Bellegarde-Smith

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (I)

POR TEÓFILO LAPPOT ROBLES

En eso de grandes convulsiones sociales, económicas y políticas la República de Haití no es la excepción entre muchos de los países situados al sur del Río Bravo, el coloso acuático que sirve de frontera parcial entre México y Estados Unidos de Norteamérica.

Sin embargo, nadie puede ocultar que en el marco de los muchos hechos que forman la historia de ese país fronterizo con la República Dominicana hay un renglón de primerísima importancia relacionado con la desaparición violenta de varios de sus presidentes y de dos de sus tres emperadores de opereta.

La historia de Haití es rica, amplia y variada, lo que ha dado margen para que allí hayan ocurrido hechos paradojales que oscilan entre lo elevado y lo ridículo.

Tal vez lo anterior esté directamente vinculado con la realidad inocultable de que fue en el hoy territorio haitiano de Fort Liberté donde los españoles formaron en el llamado Nuevo Continente su primer asentamiento con el nombre de Bayajá, también conocido como La Navidad, dando inicio así a un conjunto de acontecimientos que llevaron al sabio colombiano Germán Arciniegas a referirse a esta parte del mundo como América Ladina.

Pero también las grandes convulsiones haitianas pueden estar conectadas con el hecho de que allí fueron llevados en calidad de esclavos cientos de miles de africanos que procedían de tribus con ciertos niveles de riqueza, que les habían permitido a sus miembros tener algunas habilidades en las artes y desarrollar otras aptitudes que serían el germen de las futuras rebeliones que protagonizaron.

Está comprobado que durante los siglos 15 hasta el 18 se vivió una etapa de esplendor de la denominada civilización africana en zonas escogidas para capturar personas y convertirlas en esclavas para trabajar en plantaciones y hatos ganaderos de muchos lugares de América.

Un conjunto de factores, que se han clasificado desde diferentes ángulos, determinaron que al producirse la independencia haitiana, hace ahora 216 años, más de la mitad de su población no había nacido en Haití, sino en diferentes lugares de África.

Me suscribo a la tesis del profesor del Departamento de Africología de la Universidad de Wisconsin-Milwakee, el eminente historiador haitiano Patrick Bellegarde-Smith, quien en su obra Haití la Ciudadela Vulnerada plantea lo anterior desde la siguiente óptica:

«El hecho de que más de la mitad de los esclavos en el momento de la independencia hubiera nacido en África, indica que era muy corriente el mal trato y la muerte prematura en ese grupo social. Desde el momento de su captura, la esperanza de vida de los esclavos era sólo de siete años.»1

La rebeldía de los haitianos de finales del siglo 18 y principios del siglo 19, llevada a niveles extremos, fruto de la esclavitud a que eran sometidos, se conjugaba con la memoria de sus vidas pasadas en su tierra de origen, donde vivían en situaciones al menos ajustadas a su condición humana.

Diversos estudios sobre esa época de la historia de Haití apuntan a que muchos de los hechos ocurridos en aldeas y bosques del oeste de la entonces colonia francesa de Saint- Domingue estaban vinculados al atavismo que mantenía a los esclavos con un hilo de comunicación espiritual con sus ancestros.

Vale decir que, a pesar de los avatares de su existencia, los esclavos que en el montañoso territorio de Haití sufrían el azote de los esclavistas seguían recordando con añoranza lo que antes fueron en su tierra natal. Eran dos tipos de situaciones muy diferentes.

Ese pensamiento se fue transmitiendo de generación en generación, tal vez más allá de los propios planteamientos que sobre la herencia genética hizo el naturalista y fraile agustino Johann Mendel.

En el primer año de la vida independiente de Haití se les hacía muy cuesta arriba a determinados jerarcas de las grandes potencias que entonces dominaban el mundo aceptar la realidad de un pueblo que les había causado humillación a su orgullo imperial.

El famoso político, obispo y diplomático francés Charles-Maurice de Talleyrand (que le sirvió al rey Luis XVI, pero también a la Revolución francesa, al Imperio de Napoleón y a otros gobiernos), en su calidad de ministro de Relaciones Exteriores de Francia, le escribió en el 1805 una comunicación a quien a la sazón era el secretario de Estado de Estados Unidos, James Madison, quien 4 años después sería el 4to. Presidente de ese país, en la cual le expresaba sobre Haití lo siguiente:

«La existencia de un pueblo negro en armas, ocupando un país que ha manchado con las acciones más criminales, es un espectáculo horrible para todas las naciones blancas.»2

Siguiendo esa visión sobre Haití está documentado que el gobierno de los Estados Unidos de América decidió en el 1806 no tener ningún intercambio comercial con Haití, actitud que se mantuvo por varios años más, incluso ya siendo el referido Madison Presidente de esa poderosa nación.

Pero la posición anti haitiana, especialmente en los EE.UU., permaneció por muchos años más, al extremo de que para que ese país participara en el primer congreso interamericano efectuado en Panamá, en el 1826, se tuvo que prohibir la participación de Haití.

En la referida fecha, con una patética demostración de ignorancia, el señor Robert Y. Hayne, quien ostentaba la representación de Carolina de Sur en el Senado de los EE.UU., se asombraba de que en Haití: «Podéis encontrar hombres de color al frente de sus ejércitos, en sus Salones Legislativos, y en sus Departamentos Ejecutivos…» Así lo resumió en el 1928 el historiador Andrew N. Cleven, en uno de sus interesantes ensayos sobre la historia de los negros.3

Al penetrar con ojo escrutador en el pasado de Haití se puede observar que en sus constantes convulsiones ha habido de todo, lo cual ha dado oportunidad para que se esparzan opiniones abigarradas por las cuales se han colado verdades, mentiras fruto de prejuicios y la falacia de las llamadas verdades a medias.

La maraña de dificultades que ha sufrido ese país tiene un alto componente de abusos de potencias extranjeras que en diferentes épocas se han aprovechado para llevar a los haitianos a increíbles niveles de indefensión. A eso se agregan unas élites del mismo Haití que antes y ahora han sido indolentes y que siempre se han cebado de ese pueblo famélico.

Lo que ocurrió en la Isla de La Tortuga en el siglo 17 (que no fue el primero ni el único caso de incidencia en el devenir de Haití) basta para tener nociones sobre muchas de las cosas negativas que a través del tiempo se han ido sucediendo en cascada en el país que ocupa un poquito más de la tercera parte de la isla de Santo Domingo.

Como no es el tema tratar en con extensión ese caso me limito a decir que en el año 1951 el entonces embajador de España en la República Dominicana, Manuel Aznar Zubigaray, al escribir el prólogo de la obra La Isla de la Tortuga, de Manuel A. Peña Batlle, señaló, aunque con sesgo interesado, lo siguiente:

«…se cometió el crimen de permitir que bucaneros y filibusteros, mandados por unos cuantos hombres de presa, y manejados por la compleja política de Europa, se quedaran permanentemente en la Isla de la Tortuga.»4

Años después de que la Isla La Tortuga se convirtiera en un escenario de fechorías se produjo la sublevación de los esclavos haitianos, quienes en el 1791 comenzaron un proceso de lucha que culminaría con la proclamación de la República de Haití, luego de la derrota allí de decenas de miles de soldados del poderoso ejército napoleónico cuya misión era garantizar los intereses de los franceses, sin importar las consecuencias en términos de sacrificios humanos.

Muchas páginas de la historia de Haití, descritas por varios autores haitianos y extranjeros, recogen episodios realmente espeluznantes entre esclavos y esclavistas.

Se ha escrito que los esclavos en lucha destripaban a los blancos sin importar sexos o edades y que los blancos arrancaban girones de piel a los negros y machacaban sus esqueletos mientras estos agonizaban. A no pocos esclavos los blancos les llenaban los oídos de brea o aceite caliente para hacerles más torturantes sus últimos instantes de vida.

No resulta abundante decir que en Haití nunca se aplicó en favor de los esclavos el Código Negro que en el 1685 puso en vigor el rey francés Luis XIV para suavizar los rigores de la esclavitud en las colonias ultramarinas de Francia.

Tal vez dicho monarca propició ese texto de ley no por cuestiones humanitarias, sino para mantener un mejor control de sus intereses, con escalas menos rigurosas en el trato a los esclavos. Se puede decir que el susodicho Código Negro fue una especie de antecedente de lo que en la segunda mitad del siglo 20 se conoció en el mundo como el gatopardismo.

De un poco de todas esas y otras realidades fue que surgieron en Haití personalidades como Jean-Jacques Dessalines, quienes dejaron pesadas huellas en la larga y sangrienta existencia de ese pueblo vecino al nuestro.

 

Dessalines

 

Jean-Jacques Dessalines nació el 20 de septiembre de 1758 en la plantación de Cormier, situada en la zona llamada Grande- Riviere-du-Nord, en la parte norte-centro de Haití.

Fue uno de los más sobresalientes luchadores por la independencia de su país. Demostró tener cualidades guerreras extraordinarias. Por eso tomó de manera automática el primer puesto dirigencial luego de que en el año 1802 Toussaint Louverture fue capturado y enviado a morir a una cárcel de las montañas del Jura, en la fría frontera franco-suiza.

Al proclamarse la Independencia de Haití, el primero de enero de 1804, fue investido como presidente de ese país. Con ese título gobernó unos meses.

A Dessalines le tocó ser el primer presidente de América Latina, pues en el continente llamado América entonces sólo los EE.UU. habían declarado su independencia.

Para esa designación se tomaron en cuenta sus méritos militares, especialmente su airoso desempeño en la Batalla de Vertiéres, librada el 18 de noviembre de 1803 (en la cual puso a morder el polvo de la derrota a las tropas francesas que había comandado hasta su muerte, por fiebre amarilla, el 2 de noviembre de 1802, el general treintañero Charles-Victoire Leclerc); así como el ascendiente que tenía entre los generales y demás oficiales que con sus tropas hambrientas, descalzas y mal armadas habían vencido a un poderoso ejército imperial.

El 2 de septiembre del referido 1804, en complicidad con el cuerpo de generales que controlaban el naciente Estado, Dessalines fue coronado como Emperador de Haití, con el pomposo nombre de Jacques I.

Así se etiquetó hasta su magnicidio (incluido el descuartizamiento de su cuerpo, con desprendimiento de cabeza, brazos, piernas y órganos genitales) el 17 de octubre de 1806, por una muchedumbre enfurecida que hace recordar, con matices caribeños, a la violencia propia de un antiguo pogromo ruso.

Ese hecho sangriento se produjo en el llamado Puente Rojo, en el extrarradio de Puerto Príncipe, por soldados a su servicio y por una turbamulta que se agregó súbitamente a la conjura.

Cuando lo mataron tenía dos años y unos meses dirigiendo el gobierno, primero como presidente y después como emperador.

Su muerte violenta, a los 48 años de edad, se dio luego de que él implantara un régimen de terror contra ciudadanos blancos, negros y mulatos. Había desatendido las tareas de gobierno, disipando el tiempo con decenas de mujeres que le brindaban placer, mucha comida, bebidas y permanente diversión.

Entre los que participaron en el magnicidio de Dessalines estaba el entonces jovencísimo soldado Pierre Rivere Garat, quien cumplió la misión se hacer saltar los sesos del déspota con un certero balazo en la nuca. En realidad el planificador de ese hecho fue el general Pétion, quien de inmediato proclamó la necesidad de que Haití tuviera una democracia del tipo liberal.

El principal autor material del magnicidio de Dessalines llegó a ser general del Ejército de Haití. Con ese rango, y el ostentoso título nobiliario de Duque de Leogane, Pierre Rivere Garat murió en las cercanías de Neiba el 22 de diciembre de 1855, cuando los patriotas dominicanos encabezados por el bizarro general Francisco Sosa vencieron a los invasores haitianos en la célebre Batalla de Cambronal.

Es oportuna la ocasión para decir que en el 1805 Dessalines cometió muchos crímenes en el hoy territorio dominicano (Santiago, Puerto Plata, La Vega, Moca, Montecristi, etc.) haciendo aquí algo semejante a lo que hizo en Haití el año anterior contra los blancos, cuando le ordenó a sus soldados «que cada uno empape su mano de sangre…», agregando lo siguiente: «Hay mucha crueldad en lo que estamos haciendo…Qué me importa el juicio de la posteridad sobre semejante medida…»Así lo describió el historiador haitiano Thomas Madiou, y lo reprodujo Jean Price-Mars en su obra La República De Haití y la República Dominicana.5

Acompañándolo en tareas de gobierno estuvieron, entre otros, los generales Pétion, Cristóbal, Geffrard, Vernel, Gabart y Cherveaux, quienes como gobernadores regionales controlaban todo el territorio de la naciente República.

La muerte de Dessalines creó un caos grandísimo en Haití, con una lucha feroz entre negros y mulatos, lo que provocó que unos meses después ese país se dividiera en dos repúblicas.

En gran parte del Norte, cuya población era mayoritariamente negra, el presidente era el feroz general Enrique Cristóbal (Henri Christophe), quien a partir de marzo de 1811 se convirtió en rey con el soberano nombre de Enrique I.

Se hizo construir palacios y fortalezas y mediante disposición propia formó una corte de opereta con la reina María Luisa, príncipes, duques, condes, vizcondes, marqueses, barones y señores.

En el Sur, incluyendo la ciudad de Puerto Príncipe, gobernó hasta su muerte ocurrida el 29 de marzo de 1818, por ataque de fiebre amarilla, cuando tenía 47 años de edad, el ya mencionado general Alexandre Sabés Pétion, un mulato dotado de gran cultura y a cuyo pensamiento no eran ajenos los principios que inspiraron la Revolución Francesa de 1789.

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (I)

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (II). EL CASO SALNAVE

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (III)

CONVULSIONES HISTÓRICAS EN HAITÍ (IV) SOULOUQUE Y PIERROT

Convulsiones Históricas En Haití (Y V)

Bibliografía:

1-Haití la Ciudadela Vulnerada. Segunda edición. Editorial Oriente, Cuba, 2004.P61. Patrick Bellegarde-Smith.

2-Revista de estudios interamericanos.Vol.10, No.2, abril del 1968.P282.Maurice A. Lubin.

3-Journal of negro history 13, No.3, 1928.P240. Andrew N. Cleven.

4-La Isla de La Tortuga. Edición facsimilar. Editora de Santo Domingo, 1974.P10. Manuel Arturo Peña Batlle.

5-La República de Haití y la República Dominicana. Editora Taller, cuarta edición facsimilar, 2000.P99. Jean Price-Mars.

2020-12-19 00:57:07